El país está devastado. No quedan palabras para describir el caos existente en cada rincón que conforma esta nación latinoamericana que en otrora cobijo a miles de extranjeros huyentes de guerras y barbaries de su suelo natal. El verbo se esfuma entre el sollozo producido por la impotencia de ver el arrase de su economía soportada en la venta de petróleo y aniquilada con la práctica exacerbada de la corrupción, la cual hizo estragos al erario nacional, al desaparecerse más de 300 millones de dólares y pagar otros tantos millones de dólares por obras, nunca concluidas, a la empresa Odebrecht, lo cual permitió evidenciar que en la administración pública venezolana la práctica de las comisiones y sobornos no han muerto. Siguen vivas y enriqueciendo a muchos de los funcionarios públicos que en el ayer vociferaban en contra de la cancelación de comisiones para lograr un contrato o arengaban a la honestidad como bandera durante su campaña electoral.

En la Venezuela revolucionaria lo que sobra es el hambre, la miseria, la muerte y la arrogancia gubernamental por no aceptar que sus políticas púbicas pro comunistas destruyeron no sólo la economía nacional, sino la vida de muchos, quienes por desnutrición no pudieron nacer y otros que no soportaron vivir por la inanición. E igual, acabaron con la unión familiar, por cuanto muchos han huido a otras naciones porque el atraso y la pobreza son las únicas garantías ofrecidas por el régimen de Nicolás Maduro, quien, al parecer, no se sobresalta al ver el desastre político, económico y social que ha provocado su afán de convertir a esta patria en otra Cuba o será que la ruina de Venezuela es su misión y visión de país y se siente orgulloso de haber logrado ese propósito tan perverso? Sera esa la razón por la cual el presidente aspira a ser reelegido en las elecciones del próximo 22 de abril y advirtió que con o sin la participación de la oposición, el oficialismo si irá a esos comicios electorales pautados por la presidenta Tibisay Lucena en su aparición fugaz para hacer ese anuncio.

Los supermercados están desmantelados de alimentos. En cualquiera que se entre se siente la escasez alimentaria, no sentida en Miraflores ni en La Casona. Es como si un huracán hubiese arrasado con el suministro de comida en esos establecimientos comerciales o si en la nación se estuviese saliendo de una guerra, la cual no es precisamente la guerra económica tarareada por los oficialistas para justificar la debacle en la cual han sumergido los ingresos de esta patria, debido a la ignorancia de los tratados económicos para alcanzar el progreso y el desarrollo. Los estantes se encuentran rebosados de desinfectantes, esos cuyas marcas no son vendidos al traspasar la frontera, algunos kilos de sal y una que otra escoba, así como algunos coletos, pues tardan en venderse por sus altos precios.

Los hacedores del Socialismo del Siglo XXI arrasaron con la abundancia de comida en el país, así como con las medicinas y aquella prosperidad respirada a mediados de los 80 y hasta finales de los 90, cuando la descentralización administrativa arrebató jurídicamente al Poder Central muchas competencias manejadas incompetentemente en sus manos y se las traslado a los estados y municipios, cuyos gobernadores y alcaldes, elegidos a través del voto popular, por primera vez tuvieron resultados de gestión positivos, al convertir a sus territorios en metrópolis con excelentes servicios de salud, educación, seguridad, recolección de desechos sólidos y consolidar la participación ciudadana, mediante el empoderamiento de los ciudadanos de sus responsabilidades, a través de la formación de sus deberes y derechos, además de la enseñanza en la ejecución de proyectos comunitarios aptos para la solución de los distintos problemas de su entorno, por medio del financiamiento del Fondo Intergubernamental para la Descentralización, más no mediante el adoctrinamiento político social para defender un sistema de gobierno desfasado y brutalmente anárquico, cuyos representantes usan la manipulación y las necesidades de la gente, creadas por su misma incompetencia gubernamental, para garantizar su permanencia en el poder, mediante la entrega de una caja de comida por un voto para determinado candidato oficialista.

En esta Venezuela que atormenta solo abunda la desesperanza de quienes si tienen ojos para ver como cada día se suma más gente al registro de bolsas con desechos sólidos, apostadas en las aceras de las distintas ciudades y pueblos, para buscar un bocado, aunque sea descompuesto, para calmar las ansias de comer, pues los altos precios de los alimentos les imposibilita comprarlos. También florece esa falta de esperanzas en quienes tienen plena conciencia de la estafa de la revolución y en lo precaria que podría convertirse sus vidas sino huyen de esta crisis, antes de que el comunismo se institucionalice con la aprobación de la nueva Constitución Nacional, redactada por los constituyentes de la Asamblea Nacional Constituyente, aunque en el ámbito internacional no tiene reconocimiento y en el nacional tampoco, dada la ilegalidad en su convocatoria, el supuesto fraude en la selección de sus miembros y la ideología única en la elaboración de una Carta Magna.

O en quienes si tienen oídos para escuchar la queja cotidiana del padre de familia que no tiene como alimentar a sus hijos o quien ya parece un cadáver por el hambre a la cual se somete para poderle dar un bocado a sus descendientes, así como para oír el llanto de una madre al ver morir a sus hijos por desnutrición o no ver nacer a su nieto o simplemente nacer y a los pocos días fenecer por la carencia de condiciones sanitarias, equipos médicos y medicinas en cualquier hospital y maternidad del país.

Solo en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Central de Maturín murieron 40 bebes neonatos en 2017 y en el de Valera 410, mientras que en 2016 fallecieron más de 4 mil. En enero de 2018 dejaron de respirar siete niños en el hospital de San Cristóbal y apenas el viernes pasado, el diputado José Manuel Olivares denunció la muerte de seis neonatos más en el hospital de San Félix, estado Bolívar a causa de una falla eléctrica. La vida de estos últimos dependía de una ventilación mecánica y un apagón por 24 horas acabó con sus vidas.

Verdades escalofriantes. Realidades espeluznantes que muestran el cementerio en que se ha convertido Venezuela desde que Nicolás Maduro volteó su rostro y no escucha las necesidades de la gente ni ve como muchos compatriotas se han convertido en plenos esqueletos que caminan por las calles con la mirada perdida y sin fuerzas en sus piernas. Deambulan de aquí para allá arrastrando los pies tratando de enfrentar el duro trajinar diario para obtener un pedazo de pan para él y los suyos, pues el salario real no alcanza ni para un cartón de huevos y el monto de la cesta ticket se gasta en tan dos ó tres bistecs y un pedazo de queso.

Pero la verdad, es que miles no tienen ni el primero ni el segundo beneficio social, por cuanto quedaron desempleados, porque la empresa donde laboraba cerró sus puertas. Ya no existe, por no poder cubrir los gastos de mantenimiento y producción. El presidente Maduro está ciego. No quiere ver el fracaso de su gestión. Se mantiene encadenado en su propia ingobernabilidad. No quiere zafarse, porque si lo hace quizá tenga que enfrentar el desprecio colectivo de todos aquellos a quien ha empobrecido o lanzado a destinos inciertos en otros países. O simplemente a la justicia internacional. Por eso, lo mejor es mantenerse entornillado en el poder, aunque siga siendo a coste de la ruina absoluta de este país y sus habitantes, con el fin de que queden en inertes y puedan manejarse a merced de los mandatos de la revolución y los revolucionarios. Sí, esta es una Venezuela que atormenta.




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