Me correspondió presentar durante la Feria Internacional del Libro de la Universidad de
Carabobo Tiempos Feroces, del escritor venezolano Leonardo Padrón. En el texto, caracterizado por crónicas y reflexiones del autor, se narran impecablemente historias contextualizadas entre los difíciles años 2015 y 2018, tiempos cargados de hambre, muerte, miedo, odio, sangre, circo mediático y desesperanza.

Sin embargo, lo que me marcó durante la lectura, fue la interpelación interna que produce recordar esos episodios tan decepcionantes. Recordar se convierte en un
ejercicio para luchar, como lo dice Padrón, contra el virus de la desmemoria.

Pareciera que olvidamos rápido. Por algo dicen que, el latinoamericano y, en especial el
venezolano, es de memoria corta. Quizá esta sea la razón por la que nuestros pueblos se
tropiezan constantemente con dictadorcitos en procesos electorales y hasta en las empresas, escogiendo a figuras que representan más de lo mismo: mesianismos cargados de un populismo que, como un cáncer, acaba con todo lo que consigue a su paso. Terminan perpetuándose en el poder, infundiendo miedo y pretendiendo acabar con la dignidad, esa, que en ninguna circunstancia podemos perder.

Lo triste del asunto es que determinados sectores se hacen los ciegos y optan por el silencio, convirtiéndose en cómplices idiotizados. Al respecto, Padrón sentencia: “callar es más cómodo y  que se joda el país”. Cada uno sigue en lo suyo y el pasado reciente, ese que estuvo lleno de infortunios, queda enterrado y borrado. En este sentido, se hace un llamado para que las reservas morales que aún nos quedan, desde sus tribunas mantengan la imagen de toda esa gente que murió vilmente en las marchas contra el gobierno revolucionario.

No es que dejemos de vivir y nos sumerjamos en la tragedia eterna. No. El libro bajo ningún concepto pretende eso. Lo que si persigue es que la gente recuerde, en estos tiempos de hiperrealidad y espejismos, la ola de terror y miseria registrada en nuestra historia reciente.

Si milagrosamente se produce unión de voluntades en esta dirección, seguramente comencemos a ver ligeros cambios, de esos que van sumando hasta alcanzar un colectivo importante.

Para ello, en el texto se sueña con una oposición articulada, cohesionada y con un propósito común. Nada que ver, con los líderes de la actualidad, desatinados y en algunos casos, ególatras desorientados.

En fin, el autor concluye que los tiempos feroces persisten. Pero no todo es desesperanza. Un despertar es posible y cuando ocurra, a esa marea no la detiene ni Dios. Seguramente de esa fuerza ciudadana surja algún joven líder que reconstruya y fije los cimientos de una democracia sana, en la que podamos opinar libremente, disfrutar de servicios básicos, caminar sin miedo. No pedimos mucho. Lo merecemos.

Culmino con un extracto que me llenó de esperanza, ese estado de optimismo que no podrán secuestrar masivamente: “pero a pesar de tanto desatino, aun tenemos unas cuantas verdades, un sol rotundo, la terquedad de un gentilicio y una nutrida lista de ciudadanos que son cruzada y pasión por esta tierra”.

Por todo lo bueno, busquemos que otros despierten y empecemos a acabar con esos virus incrustados en todas las instancias, incluyendo la desmemoria.




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