Manuel Barreto Hernaiz || barretom2@yahoo.com

“Sabiduría no es destruir ídolos, sino no crearlos nunca”. Umberto Eco

A raíz del reciente resultado electoral quedó evidenciado que el régimen, si bien durante más de tres lustros logró articularse con ese estrato enfermo de frustración, pobreza y hambre, sector que en su desesperanza escuchó y creyó en su prédica reivindicatoria, esa ciudadanía tal vez más ingenua que ignorante, no aceptó más mentiras, ni se dejó llevar por cantos de sirena mal entonados por un aprendiz de dictador, que aún pretende resolver los problemas que él mismo, en compañía de sus secuaces, ha creado a punta de insultos, atropellos y desatada violencia. 

Ese ser llamado hasta demagógicamente “soberano” se cansó de tanta palabrería inútil, de tanta corrupción y despilfarro, de interminables y deshonrosas colas. No soportó, pues no comprendía cómo, viviendo en un país petrolero, la escasez y la inflación lo dejaba sin los más elementales productos alimentarios, amén de la inseguridad e ineficiencia para cumplir con los más elementales servicios públicos, sintiendo, de manera ineludible, cómo los hospitales, en lugar de mitigar su dolor, se lo distanciaban. 

Ante tanta retórica burlona y violenta y cansados por ser tratados indignamente, creció con tal fuerza su decisión de cambio a través del voto, que desbordó cualquier estrategia fraudulenta que pudiese torcer la mayoritaria voluntad de un pueblo obstinado de tanto irrespeto, pues ya no había ninguna arenga que estimulase ni propaganda que generase esperanzas, ante los vicios acumulados en tantos años de disparates hechos costumbre.

 Así pues, la pobreza, la miseria y el desempleo, herramientas políticas de la demagogia del régimen se revirtieron en su contra; dado que llegó el momento en que ese ciudadano que ha sido manipulado sempiternamente comprendió que la aceptación pasiva y sumisa de su pobreza, se ha convertido en un status, en un pozo de angustias del que no podrá salir por los ensoñadores cauces de la demagogia ni por las arcaica proclamas comunistas. 

Ahora bien, si la demagogia y el populismo encuentran con facilidad un campo propicio para germinar, crecer, desarrollarse y lamentablemente reproducirse, ¿qué podemos hacer? Se hace obligatorio repetirlo una vez más. 

La respuesta es fácil, el logro, sin duda, muy difícil, pero no imposible: educar al pueblo para que comprenda que nada en la lucha por la vida se consigue por azar, porque “me toca por derecho” o “porque alguien me lo quitó”; que todo se construye con esfuerzo, dedicación y trabajo, que el facilismo, el paternalismo y la fractura social a cambio de votos han sido, son y serán una oferta lastimosa; que un pueblo se engaña cuando acepta como dádiva la redención sin hacer nada, que tan sólo mediante la promesa cumplible de la creación eficiente de nuevas fuentes de trabajo, de una verdadera distribución de la riqueza -conscientes de que llegó el momento de acabar con el mito de la presunta riqueza venezolana- y del esfuerzo y compromiso de todos por colocar a nuestro país en el sitial que se merece, podremos salir de este lamentable ciclo. 

Una vez más se hace presente la convicción de que la democracia no empieza ni termina en el sufragio efectivo, porque democracia es, en el fondo, una situación ética, un conjunto de condiciones y conductas que permiten a una sociedad vivir los valores morales que deben inspirar una convivencia civilizada. 

Éstos son el respeto a la verdad, la tolerancia, el ejercicio de la autoridad conforme a Derecho, el resguardo de los derechos humanos, la libertad de expresión, y otros más. Lo vivido en las pasadas elecciones nos convence de que, entre estos valores, el respeto a la verdad es un componente inherente a la democracia, y que no puede haber justicia electoral si no hay justicia informativa. 

El ciudadano requiere de la democracia para hacerse ciudadano, y la democracia requiere de ciudadanos para no ser una lamentable mascarada de participación. Todas estas experiencias nos conducen a la urgente necesidad de profundizar la educación en nuestro país, educación que trasciende el ámbito escolar, pues su objetivo es la formación de un ciudadano. 




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