“La primera muestra de una auténtica vocación política lo es, en todo tiempo, el que un hombre renuncie desde el principio a exigir aquello que es inalcanzable para él...” Stephen Zweig
Como incómodo anatema y soportada por pilares que parecen de utilería, se cuelga la palabra Unidad más como slogan que como sentimiento o al menos compromiso, con la delicada labor que todos, absolutamente todos, aún tenemos por delante, que no es otra que la que nos dicta la inconclusa responsabilidad de principios de siglo: salir de este régimen depredador, forajido y corrupto.
Llevamos demasiado tiempo sin referentes políticos de alto nivel, en momentos donde se urge de personas con comprometido sentido de Estado y altura política. Vivimos tiempos de “enterteiment”, o del teatro del absurdo, pues se privilegia el espectáculo por encima de las ideas y propuestas, ahora la imagen resulta más importante que la sustancia y el carisma prevalece a la capacidad. Tiempos de selfis y de frases-cohetes. Pareciera que hemos perdido nuestra capacidad de reacción, estamos con nuestros celulares esperando que en esas pantallitas nos indiquen cómo debemos activarnos y así las cosas, será muy difícil generar otro tipo de dirigencia. Los paradigmas de la actuación política están siendo exigidos de cambios; los estilos persisten pero los tiempos nuevos exigen modelos nuevos de comportamiento social y político.
Hay quienes opinan que este no es el momento de los advenedizos; otros señalan que no es tiempo para ingenuos, jugar carritos, trazar dibujos libres, creer en pajaritos preñados o cualquier frase-cohete extraída para la ocasión. Mientras unos ocultan la basura de la ineficiencia bajo la amplia alfombra de la civis, otros, en una sempiterna ludopatía política, pretenden repartir las cartas, guardándose el As bajo la manga.
En este bullanguero cotarro político, no pocos son los que consideran de que las acusaciones de corrupción se contrarrestan entre sí y de que, al final, los ciudadanos acaban por cansarse de tanta bajeza y por perdonar a todos dado que todos se comportan a sus ojos de un modo parecido. Se dice que el juego de las decisiones políticas es un mercado donde todo es negociable. Todo puede venderse, todo puede comprarse si es que se pacta el precio; como también se afirma que la política es un ámbito más de la negociación mercantil, del automercado de los intercambios y las transacciones. Sin embargo, ni las circunstancias, ni las coyunturas pueden obligar a las decisiones éticamente inaceptables, pues perderíamos los ideales para gerenciar lo público.
Hace casi 500 años señalaba Maquiavelo que la actividad central de la política consiste en conseguir el poder y conservarlo, por lo que no resulta entonces ninguna novedad que los dirigentes de los partidos políticos se dediquen a dichas tareas. El problema reside en cuáles son las reglas, formales e informales, que se admiten para dicho fin, pues – tal como lo hemos repetido hasta el hartazgo – lo que está en juego, no es juego…
La impostergable regeneración de la vida política requiere la vuelta a las ideas y a los valores, recuperando así el auténtico sentido de la participación y la confianza, haciendo énfasis en la recuperación del sentido de la política como compromiso con el ciudadano. Pero parece que una vez más se desatan los demonios; una vez más se abusa de ciertas reglas para beneficio de unos cuantos, y así las cosas, luego los otros actores de este extemporáneo vaudeville se sienten legitimados para realizar otro tanto, pues la desconfianza mutua es lo que marca las pautas de eso que insisten en llamar política, y si de algo podemos estar seguro es que tampoco nos encontramos ante un ejercicio de retórica predictiva.
Estos no son momentos para que nos saturen con esos rostros mediáticos que acompañan manifiestos obvios y banales sin rigurosa revisión ni soluciones realistas, para que nos repitan lo de siempre, por lo que se hace necesario insistir que si hacemos las cosas como siempre tendremos los resultados de siempre.
Si la experiencia no deja ninguna enseñanza, el porvenir será la reiteración de algún desacierto ya conocido; y a la larga, el costo de manipular las reglas y valores básicos de lo que se considera el juego político - tal como ya lo hemos experimentado – acarrearía un considerable daño a las instituciones y la cultura política tan carajeada en nuestro país.
Extraordinarias propuestas aparecen a diario en Venezuela. A veces nos preguntamos adonde quedará el sumidero al cual van a parar todas esas ideas. Frente a tal desperdicio, sobran los oídos sordos y, sobre todo, la carencia de una sincera voluntad política para concretarlas y luchar por su ejecución de manera mancomunada, organizada, sistemática y tantos otros adjetivos que al final podrían resumirse en tener auténticas ganas de gobernar. Lo demás son subterfugios que nos permiten aletargarnos, correr arrugas, matar el tiempo, diluir realidades, que el adversario, con mucha menor preparación pero con mejor asesoramiento, toma ventajas de tales debilidades. Con seguridad, estas palabras irán a dar al mismo desaguadero de ideas. Si bien mucho de cuanto decimos cae en el olvido, acumulándose en el depósito de la nostalgia, en ese espacio de los susurros en la tierra y los gritos en el cielo, para transformarse en dolor de garganta e insomnio, a sabiendas de que lo que callamos se transforma en frustración, tristeza e insatisfacción, pues nos amarra al pasado, nos golpea con el presente y nos confunde con el futuro.
Con cierta añoranza y sentida esperanza guardamos en un rincón del baúl de los corotos aquella noble sentencia del gran Victor Hugo…“Nada hay más poderoso que una idea a la que ha llegado su momento”
Manuel Barreto Hernaiz