Cuando en mis años de estudiante de arquitectura conocí el proyecto del Helicoide de Caracas, me pareció un disparate. Era mi punto de vista, como aprendiz de arquitecto, a contracorriente con la mayoría de mis compañeros, entusiasmados con aquel cerro convertido en una interminable rampa doble, que bordeaba el promontorio, de casi 4 kilómetros de largo, 2 para subir hasta la cima, y, por supuesto, lo mismo para bajar. A lo largo de los 4 kilómetros y a un lado de la vía, una igualmente larga fila de vidrieras de exhibición de los locales comerciales que allí mostrarían su oferta. Si no se tenía la suerte de estacionar frente o, al menos, cerca del establecimiento al cual uno se dirigía, debía caminar unos cuantos metros pendientes arriba o abajo para alcanzarlo. En aquellos días no se daba importancia al consumo de gasolina barata que significaba recorrer esos 4 kilómetros a marcha lenta, tal vez con muchas paradas mientras se esperaba que un carro estacionara o abandonara el puesto, en una cola que podía durar un buen tiempo hasta alcanzar la meta deseada. Sin mencionar la emanación de gases nocivos, por esa gran cantidad de automóviles en busca de un puesto para estacionar. Además de las rampas, otros anexos en la periferia del pie de monte alojarían áreas de servicio, estacionamientos privados, otros departamentos de mantenimiento y depósitos para todo el conjunto.

El proyecto, promovido por el gobierno y realizado por una oficina de reconocidos arquitectos de Caracas, contemplaba centro comercial y un hotel de lujo,una extensa área para exposición de productos industriales, un parque, un club de accionistas del inmueble y, enun séptimo y último nivel, un palacio de espectáculos. El proyecto se llevaba a cabo durante el mandato de Marcos Pérez Jiménez, pero se paralizó tras el derrocamiento del dictador en 1958.

Luego se reinician los trabajos de construcción, paralizándose nuevamente en 1961 por problemas financieros, retomándose en 1967. Tampoco fue concluida.

En 1982 se instala la cúpula geodésica, aunque tampoco se reactiva el inmueble como centro comercial, sino que, a partir de 1984, durante el mandato de Jaime Lusinchi, se inicia el lento traslado de algunos organismos del Estado, entre ellos el entonces llamado “Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención” (DISIP); es decir, el órgano represivo del gobierno de entonces.

A partir de 2010 se destina una parte para la sede de la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad. Una universidad para la formación de los ejecutores de la represión política del Estado.

Pero la parte tenebrosa de El Helicoide se ha ido revelando a medida que quienes han ingresado en él (y han salido vivos) van narrando lo que alrededor de la una vez llamada “Roca Tarpeya” ocurre, y que, como “La Rotunda” o el Castillo de Puerto Cabello, pasan a la historia como los infiernos que las dictaduras que en Venezuela han oprimido al pueblo han usado siempre para atornillarse en el lucrativo negocio que es el poder absoluto. De eso nos enteramos por la implacable pluma de Pocaterra.

El Helicoide tendría un total de unos 78000 metros cuadrados, repartidos, entre otros usos, en 47000 de locales comerciales y 8500 para exposición de industria. Una enorme área para el disfrute y beneficio de todos, convertida en un antro de pesadillas, infernales castigos y metódicas torturas diseñadas por mentes diabólicas.

Algún día, otro José Rafael Pocaterra narrará, con su misma potencia, el horror de El Helicoide…

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