Hay personas que se creen tan imprescindibles que serían capaces de reclamarles a sus padres si no los hubieran traído al mundo. Un error imperdonable. Se creen que, si ellos no existieran, el mundo sería distinto. O, mejor dicho, que el mundo es distinto porque ellos existen. El asunto no sería tan grave si, creyéndose imprescindibles, en lugar de eso fueran perfectamente anónimos e inofensivos, como una sardina en su cardumen. Pero, para desgracia de los demás, siendo prescindibles, se creen lo contrario y se aferran a posiciones privilegiadas, desde las cuales, no solamente toman decisiones que afectan a quienes le rodean, y hasta a una nación entera, sino que pronto descubren que lo imprescindible no son ellos sino el poder que detentan, para lograr obtener fortunas que les permitan una vida cómoda, llena de lujos y placeres.

Supongo que, si es duro bajarse motu proprio de un altar rodeado de adoradores y aduladores, para pasar a ser una sardina más del cardumen, más duro debe ser que la bajada sea forzosa, por el desamor de los otrora adoradores y aduladores, y más duro todavía debe ser la defenestración cuando esos otrora adoradores y aduladores dejan de adorar al que se creía imprescindible, para sustituirlo en esa alta posición por alguien consciente de su condición de descartable y sustituible. Como el marido a quien la mujer deja por otro. Sus razones tendrá ella…

Luis XVI y su esposa María Teresa (“La Austríaca”, la llamaban los parisinos), no salían nunca de Versalles, como no fuera al “Bois de Boulogne” o a Las Tullerías, por ejemplo, en carroza con cortinas: no veían la miseria del pueblo. Terminaron guillotinados, sin entender el motivo. Pensaban que eran imprescindibles. YNicolae Ceaucescu, presidente de Rumania, estableció, en la última década de su mandato de dos, un régimen personalista, oprimió a su pueblo y lo mantuvo hambreado y miserable, hasta su derrocamiento, en 1989, por una rebelión popular. Ek endiosado mandatario y su esposa, Elena, aislados de la dura realidad que los rumanos vivían, nunca entendieron el motivo del descontento. Terminaron fusilados tras intentar huir de las masas “desagradecidas”. También pensaban que eran imprescindibles.

También han sido derribadas muchas estatuas monumentales (las de Stalin, por ejemplo), tirados a la basura retratos, arrancados de las paredes en las oficinas públicas, han sido tapados con varias manos de pintura murales, todos representando a dictadores y despreciables gobernantes que, luego de creerse imprescindibles, pasaron al infierno, de muerte natural o violenta. Ambas vías llevan al mismo sitio.

Muchos han dicho que “sus gobiernos durarán mil años”, otros se han atrevido a más, creyéndose, además de imprescindibles, inmortales. Los pueblos se cansan algún día, y prescinden de ellos.

Una vez propuse, en unas “Albersidades”, que debería crearse el “Ceaucescu de Oro” para otorgarlo al peor gobernante del año, consciente de la dificultad en una selección justa y certera, dados los intereses que en el mundo moverían, quitarían y pondrían candidatos, harían amistados o se enemistarían “por un puñado de dólares”, y así las nominaciones podrían omitir algunos aciagos nombres, muy merecedores del premio.

Y también podríamos, siguiendo la tradición y sabiduría del pueblo venezolano, inventarnos un “Judas de Oro”; no para quemarlo cadaDomingo de Resurrección, sino para perpetuar sus ignominiosas figuras en un lugar donde más nunca la volvamos a ver.

En un satélite, por ejemplo.

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