«Jubiloso a la sombra del canto
defenderte sabrá nuestro honor!
Como escudos: el pecho y el brazo!
Cual banderas: la mente y la voz!

De tu himno, de la magia sonora del maestro Antonio Lauro y la prosa fulgurante de Ernesto Luis Rodríguez, nos llega el llamado. A nosotros, los hijos de la Universidad, en cuyos huertos académicos germinó la semilla, regada del pozo encantado del conocimiento. Amplio, fecundo, sonoro en el silencio de los sabios, ajeno a los caminos borrascosos de los bárbaros.

En los corredores y aulas de la vieja casona de la calle Colombia aprendimos a quererte. Tiempos de nuestra primera juventud, transitados con la placentera compañía de entrañables compañeros en el bullicio del encuentro entre clases, propiciador del eventual acercamiento a aquella bachiller de cabello suelto y falda corta que distraía la atención de la cátedra.

Días buenos de amistad y solidaridad. De debates acalorados en defensa de nuestras ideas para que al fin comprendiéramos la importancia de la pluralidad y del respeto a las opiniones de quienes nos confrontaban.

Soplaban entonces vientos de cambio. La humanidad se movía en una dirección, el fin de un mundo bipolar para entrar a escenarios múltiples de mayor diversidad y complejidad. Caería entones el Muro de Berlín y en el umbral de la nueva década se iniciaba en Venezuela un proceso de reforma política del cual nacería la descentralización que, como torrente crecido, inundaría al país.

Ese paso por la Universidad nos enseñó a distinguir entre las buenas compañías y las malas copas, a emprender una buena causa, a caer en el camino de la irreverencia y levantarnos para continuar adelante con la insolente pretensión del imberbe que busca inútilmente abrazar la trascendencia.

Esos años serían testigos de la creación de utópicas propuestas, escucharían canciones compuestas en el romance con una guitarra y regalarían noches claras para escribir poemas a la luz de una buena luna. Entonces conocimos profesores de encendido verbo, y aunque después la docencia nos fuera esquiva, caminamos junto al coincidente amigo en la tortuosa ruta de la formación profesional alentados por extraordinarios maestros del foro jurídico.

Hoy nuestra Universidad está amenazada. Personajes estridentes, amigos del escándalo y del irrespeto, actúan en su contra con saña y alevosía en complicidad con agentes del poder y alabarderos de oficio. Centro de la perfidia ha sido su rectora. Magnífica mujer valenciana, quien con su equipo rectoral, recibe la metralla de fuego que busca destruir lo que pervive de una institución centenaria, digna resistente al embate de la barbarie en tiempos se involución.

No podrá el vil ensañamiento con nuestra Alma Mater. Ella se levantará y erguida con su comunidad activa nuevamente vencerá. El poder rojo disfrazado hoy de granate no podrá violarla. Su espíritu indomable volará sobre las miserias humanas de propios y extraños. Porque no serán las pasiones de los hombres temporales las que arruinen las obras de lo permanente y noble.

La U, tuya, mía, nuestra, de todos. A la que han querido debilitar, doblegar, ahogándola en la necesidad para que se quede en la indigencia. A ella hoy acompaña nuestra voz, nuestra fuerza expresada en prosa. Nuestro abrazo franco hecho verso. Las ansias de emancipación vertidas como agua regada en tu campus.

Allí estará al final del día. En el crisol que arde por dentro y brilla. En un sentimiento que brota claro para decirnos que aquí estamos, en este tiempo duro que nos recuerda insistentemente que la cita no ha terminado, que tal vez sólo comienza, porque siembre quedarán las ganas, aunque el tiempo se cubra de años y las llenen las sienes de canas.




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