“El que se humilla para evitar una guerra tendrá la humillación y tendrá también la guerra”, es una frase que se le atribuye a Winston Churchill (la frase literal parece haber sido más simple) a raíz de la reunión en Munich de 1938 entre el entonces primer ministro del Reino Unido Neville Chamberlain y Adolf Hitler. La conversa de los dos jefes de Estado culminó con la firma de unosacuerdos que, según dijo Chamberlain al regresar a su país, aseguraban la “paz para nuestros tiempos”, pues pensaba que las concesiones de tolerancia hechas al jefe nazi (rearme de Alemania, unión forzada con Austria, anexión de Checoslovaquia, entre otros), en abierta contradicción a lo establecido por el tratado de Versalles firmado después de la primera Gran Guerra, mantendría tranquilo al régimen germano por muchos años.Todos sabemos cómo la paz de los tiempos se convirtió en el “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas” de 1940 y en la muerte de 60 millones de personas durante la peor confrontación bélica de la historia. El filósofo político y diplomático florentino Nicolás Maquiavelo escribió en su obra El príncipe una frase con una lógica similar a la que propondría Churchill 4 siglos más tarde: “el que tolera el desorden para evitar la guerra tiene primero el desorden y después la guerra”.

No se necesitan situaciones violentas ni guerras ni blitzkriegs para reconocer la gran dosis de sentido común que tuvieron ambos personajes cuando igualaron la humillación y el desorden con una demostración de debilidad ante el rival: una debilidad percibida que estimula al otro –al humillador o al desordenado- a ir un paso más adelante y pasar a la agresión. La tolerancia abierta y sin límites, así como las concesiones sin retribución, son una pésima receta para mantener el respeto y la pazentre parcelas antagónicas. Siempre se produce una situación en la que hay que ponerle un “parao” al contendor, en el momento preciso, tanto por táctica como por simple principio de negociación.

Luego de leer y reflexionar un poco sobre los argumentos que tan bien pusieron sobre la mesa Churchill y Maquiavelo le llega a uno, subrepticiamente, la situación de Venezuela, las elecciones primarias que vienen en camino y las diferentes posturas que existen dentro de la oposición al régimen. Hay diversas opiniones sobre la mejor manera de hacer valer los derechos que le corresponden al soberano a la hora de escoger a su candidato para los comicios presidenciales del año que viene. Unas posturas van por el camino de evitar la confrontación, aceptando las inhabilitaciones e incluso elaborando un manual de reemplazo para ir sacando candidatos de la cola y ponerlos en las tarjetas de votación a medida que el régimen inhabilite, acuse de traición a la patria o le haga el feo a los contendientes. Esta jugada, por supuesto, le daría a la dictadura el inmenso placer de decidir quiénes van a las primarias y quiénes no, además de que les serviría de práctica para escoger, posteriormente, quiénes van a las presidenciales y quiénes no.Usando la lógica de nuestros personajes históricos, la posición complaciente de aceptar las imposiciones del régimen se podría resumir con la frase “si te humillas para que te habiliten (o para que no te inhabiliten), terminarás humillado e inhabilitado”.

El otro enfoque de varios grupos opositores, más incierto en apariencia pero mucho más sólido en sus principios, es el de calificar las inhabilitaciones como lo que son: una arbitrariedad contraria a la democracia y fuera de la ley. Y partiendo de esa premisa, promoverque todos los candidatos participen en las primarias, sin excepciones “oficiales” ni cartas marcadas. Como los otros también juegan, en paralelo debería elaborarse –con inteligencia y sin decir ni pío- una estrategia de enfrentamiento al régimen para exigir, hasta conseguirlo, el derecho de postular a las presidenciales aquien resulte ganador en las elecciones de la oposición.

Autor del libro La variable independiente, el rol de la idiosincrasia en el desarrollo de Venezuela

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