Suele pasar desapercibida en la mayoría de los casos. Es asintomática. Invisible y silenciosa a ojos del afectado y también del médico si no se busca a conciencia. Cuando empieza a mostrar su cara, ya está avanzada y no viene sola: la acompaña, en el mejor de los casos, una cirrosis incipiente.

Se trata de la enfermedad del hígado graso no alcohólico, una dolencia relacionada con la obesidad y los hábitos de vida sedentarios y que afecta a uno de cada tres adultos, según las estimaciones que manejan los expertos.

La enfermedad del hígado grado no alcohólico (NASH en sus siglas en inglés) está vinculada a la acumulación excesiva de grasa en el hígado por causas ajenas al alcohol. “De cada 10 hígados grasos que diagnosticamos, solo uno o dos son a causa del alcohol; el resto, no”, aclara el doctor Salvador Augustin, hepatólogo del hospital Vall d’Hebron de Barcelona, España.

Se desconoce el origen exacto del NASH, pero si algo tienen claro los expertos es que los factores claves que predisponen a esta enfermedad son la obesidad, la diabetes tipo 2, la hipertensión, el colesterol alto y otros trastornos relacionados con hábitos sedentarios. “Se inició un terremoto en los ochenta que era la obesidad y ha generado un tsunami que ahora vemos los hepatólogos: la prevalencia del hígado graso no alcohólico está en aumento”, avisa Augustin.

Tres de cada cuatro personas pueden permanecer asintomáticas toda la vida, pero el 25% de los pacientes con NASH desarrollará una cirrosis o un cáncer hepático, según los cálculos que manejan los expertos. “En el Reino Unido ya es el primer responsable del cáncer hepático y en Estados Unidos, la primera causa de trasplante de hígado”, agrega el hepatólogo de Vall d’Hebron.

La acumulación excesiva de grasa en el hígado impide al órgano almacenarla y metabolizarla de forma adecuada. Las células del hígado “empiezan a sufrir”, explica Augustin, y acaban muriendo, lo que produce una inflamación y daños en el órgano. Para combatir esas lesiones, el propio hígado genera mecanismos de cicatrización (fibrosis), pero ese tejido cicatrizado no puede hacer las mismas funciones que un órgano sano —es el encargado de limpiar la sangre y generar proteínas y nutrientes vitales—. El hígado empieza a fallar y puede poner en riesgo la vida del paciente.

Los médicos alertan del infradiagnóstico que hay en torno al NASH. “La punta del iceberg” de una epidemia, advierten. “Por cada paciente que diagnosticamos, hay tres que desconocemos”, apunta el médico de Vall d’Hebron. La detección es compleja porque la enfermedad es silenciosa y no se deja ver. Las transaminasas altas en un análisis de rutina pueden hacer sospechar al médico, pues estas enzimas se almacenan especialmente en el hígado y si están elevadas puede ser un indicador de daño hepático. Sin embargo, la mejor arma para confirmar una sospecha de NASH es el fibroscan, un procedimiento no invasivo que analiza la presencia de grasa en el hígado y el nivel de fibrosis. Vall d’Hebron participa un estudio para probar el cribado en población general con el fibroscan y afinar la prevalencia de la enfermedad. “Creemos que el 35% de la población general tiene hígado graso no alcohólico y, de ellos, el 25% tiene una fibrosis importante con una cirrosis o una precirrosis. En la población diabética, entre el 10% y el 15% tiene hígado graso no alcohólico con estado precirrótico o cirrosis”, avisa el hepatólogo. El 1% de las cirrosis asociadas al NASH pueden derivar en un cáncer hepático.

Con información de El País



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