¡Estos comentarios y notas que siguen ahora no es la promoción de una telenovela en horario estelar! Según las catalogaciones de la Organización Mundial de la Salud, de la ONU, 422 millones de adultos sufren diabetes en 2016, frente a 108 millones en 1980, y ha pasado del 4,7% al 8,5% en la población mundial. La diabetes se asocia con la obesidad, que afecta más a los más pobres. El cambio del estilo de vida, con la emigración hacia las ciudades, está considerado en el origen de la obesidad, con niños sedentarios y un ambiente hogareño de alimentación no equilibrada.
A esta situación sumemos, además, un factor genético: Es un hecho que la obesidad de la madre puede desarrollar diabetes con el embarazo, y una predisposición a la diabetes y futura obesidad en el niño. ¡Cada vez, más padres obesos tienen más hijos obesos! No dudemos además que el “modelaje” de rutinas y patrones de alimentación de padres a hijos también juegue su parte. Para colmos, los pueblos cuyos ciudadanos menos favorecidos pasan hambre compulsiva y tienen casi sólo un bajo consumo diario de harinas saturadas, presentan una confusa apariencia de obesidad infantil, con la imagen de niños barrigones, pero flacos en el resto de sus cuerpos desnutridos. Eso ocurre en la Venezuela pobre de la segunda década del siglo XXI.
Es la tragedia de la Venezuela que ha visto caer sus indicadores de higiene y nutrición, en medio de la tragedia alimenticia que ha venido imponiéndose consistentemente en esta referida segunda década de este siglo XXI. Cada vez más, entonces, los pobres se “visten de obesos”, y así participan en la vida diaria, malnutridos, debilitados, ambulantes, ausentes de la escolaridad, al no poder asistir a los centros escolares y quedar ajenos al sistema nacional de enseñanza…
Muchos observadores e investigadores quedan confundidos porque meten desnutrición y obesidad, dentro de un mismo marco alimenticio, a la par, en poblaciones con gran pobreza. Esto “suena” a dramática telenovela, que nos presenta -en vivo- los ingredientes desbordados de la vida cotidiana: Una abierta denuncia social, con total realismo y ficción. Como si la obesidad fuese protagonista estelar en ese grotesco montaje televisivo (la telenovela) sobre los excesos de la vida.
Entonces, por lo que a cada quien nos corresponde, hagamos algo prudente: ¡Cada día, los que podemos comer comida caliente y variada, aunque poca a veces, dos o tres veces al día, comamos más seguro y más confiable! Y aunque no logremos comer totalmente mejor, al menos, dejemos de comer peor! Sería un final razonable para este melodrama, y un destino más razonable para todos, siempre que las posibilidades de “meter los pies bajo la mesa” (comer) pueda ser cierto a mediano plazo para los miles de ciudadanos habitantes de espacios citadinos y rurales, y los que “nacieron en esta ribera del Arauca vibrador”…