Era el 8 de enero de 1958 cuando un hombre barbudo de 32 años entraba triunfalmente en la Habana vestido de militar al mando de un grupo de guerrilleros, derrotando  y…suplantando en el poder, al dictador Fulgencio Batista prometiendo paz, bienestar, libertad y democracia para todos los cubanos. Solemne mentira, porque no dió ni paz, ni democracia, ni bienestar ni mucho menos libertad pero…le creyeron. Y así, a partir de esa fecha infausta, para Cuba y para toda América Latina, impuso a punta de pistola, una de las revoluciones más terribles, más largas y más sangrientas jamás realizada en el continente americano. Al comienzo no se parecía a esos marxistas ortodoxos y tampoco a esos comunistas deshumanos que, desde 1917, fecha de  la revolución bolchevique, trataba de exportar la URSS tanto es así que, a los pocos meses de esa fecha aciaga, tuvo el desplante de decir que…”sostener que somos comunistas es una calumnia contra la gloriosa revolución”.

Ese hombre era Fidel Castro, el dictador más  sangriento y más longevo de América Latina, muerto de muerte natural hace poco más de seis meses. Pero, ¿qué ha cambiado en esta Cuba post fidelista?. A parte el hecho de que desde hace unos años Fidel ya no estaba mandando porque, por motivos de salud,  había delegado el poder en manos del hermano Raúl y, a parte de la histórica apertura comercial y diplomática firmada en el 2015 entre los EEUU de Obama y Cuba, hay que decir que en la Cuba post fidelista “no ha cambiado prácticamente nada. Sigue habiendo carestía de artículos de primera necesidad, debido al hecho de que todos los medios de producción están en manos del Estado, sigue habiendo tarjeta de racionamiento, como la había en Europa durante la última guerra, sigue habiendo control de cambio con todos los problemas gravísimos que esa medida autoritaria conlleva pero, sobre todo sigue faltando lo más importante que es la libertad, todos problemas que han nacidos con la revolución y que se  han gravemente empeorado durante estos 60 años de revolución castrista.

De hecho, al día de hoy, la única industria que funciona en esta Cuba revolucionaria es la industria del turismo en un país  donde, gracias al doble sistema monetario vigente  los empleados públicos, que representan la aplastante mayoría, ganan en pesos cubanos mientras un taxista o un mesonero ganan en CUC, moneda convertible en dólares. Es por eso que un médico o un abogado ganan muchísimo menos que ese taxista. Estas son solamente algunas de las “conquistas” logradas por esta revolución castro-comunista durante estos 60  años.

Ahora bien, aunque yo no comparta en lo más mínimo la ideología  de esta revolución cubana, si los resultados en esos 60 años hubiesen sido medianamente aceptables, quizás se hubiera podido justificar que otros países, cuyos dirigentes están obcecados por esa doctrina extremista, siguieran sus pasos, más viendo el fracaso total, no solamente en  Cuba, sino en todos los países del mundo adonde se ha tratado de imponerla  y considerando que Cuba no ha quebrado solo porque ha habido un país – todos sabemos cual es – que durante casi veinte años le ha regalado todo el dinero del mundo a expensas de sus propias necesidades, considero completamente irracional e insensato imitar esa “revolución”. Tratar de seguirla y, sobre todo de imponerla, en contra de la historia y de la voluntad del soberano, es  un acto de incoherencia política sencillamente inaceptable.

 

Desde  Italia – Paolo Montanari Tigri




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