Me senté a escribir mi artículo semanal y no podía. La impotencia que sentía ante lo sucedido a la Junta Directiva del Colegio de Abogados del Estado Carabobo, electa en febrero, no me dejaba hacerlo. Lo veo tan injusto. Es una violación a los derechos de los abogados, miembros del Colegio, que eligieron esa Junta Directiva. Pareciera que la visita que María Corina hizo a la sede, días antes de las Primarias, no le agradó al gobierno, quienes ven en la Junta Directiva, a opositores o traidores a la patria.

Entonces comencé a recordar anécdotas bonitas, alegres, sentimentales, que levantaran mi ánimo y recordé aquellas historietas que mis padres me contaban, sobre personajes típicos de la Valencia de antier, como María Chaplina, que le debía su apodo al hecho de que caminaba al estilo Charles Chaplin, pero la querían mucho por su humildad, bondad y servicio. Otro que recordaban era a Casimiro, un limosnero mudo que, cuando extendía la mano buscando en los corazones de los vecinos de La Pastora, un centavito, emitía unos ruidos guturales, con una gran sonrisa.

“¡CASIMIRO, QUE TE COGE EL TORO!”, le gritaban en forma bromista los muchachos al pobre loquito callejero. Y Casimiro pegaba la carrera, para esconderse en el zaguán de alguna casa o a encaramarse en la reja de una ventana, con el fin de salvarse de los cuernos de aquel toro fantasma.

Casimiro vestía harapos, alpargatas que dejaban ver unas largas e inmundas uñas y se protegía del sol con un sombrero roto. Estaba tan sucio, que no se distinguía el color de la piel, y lo acompañaba siempre un fiel y famélico perro, tan loquito e inocente como él.

Me contó mi papá, Juan Correa, que una tarde, a comienzos de los años cuarenta, en la que él se divertía con los niños del vecindario, intercambiando barajitas de estampas bélicas, obsequio de Cigarrillos Capitolio, y los más grandes, conversaban alegremente en el zaguán de la casa de su abuela Carolinita, frente al “Asilo San Antonio para ancianas y ciegas”, en la calle Rondón, se acercó Casimiro, estirando el brazo para pedir limosna. Estaban, además de sus hermanos mayores, Luis Antonio y Miguel Correa, Marco Tulio Mendoza, Rosita Utrera, Tarcisio Giménez Torres, Fernando Carabaño Tosta y una linda niña que iniciaba su adolescencia, María Adelina Giménez Torres.

María Adelina, que en su madurez fue reconocida como escritora y poeta, con el pseudónimo de Lina Giménez, era para entonces, sin dudas, una de las jovencitas valencianas más hermosas del momento.

Cuando Casimiro se acercó, caminando hacia ellos de espaldas, como lo solía hacer, nadie se burló ni osó recordarle su fiero fantasma. Y, como siempre, extendió su mano en procura de una “puya” y si era una “locha”, mejor. Pero no consiguió lo que quería. Los muchachos se excusaron y Casimiro se retiró triste.

De pronto, se escuchó la voz de María Adelina ¡Casimiro! ¡Espera! ¡Tengo algo para ti!

Y la preciosa jovencita se levantó para alcanzar el rostro tan mugre como la palma de aquella mano. Casimiro, se había agachado un poco. Y vaya sorpresa la de Casimiro. ¡Jamás en su vida había recibido una limosna como esa! ¡Qué regalo! ¡Toda una muestra de caridad! María Adelina Giménez Torres, la joven más preciosa de estas tierras carabobeñas, había estampado un beso en la mejilla de Casimiro.

Las alpargatas se soltaron debido a la intensidad del baile delirante del feliz limosnero. El perro ladraba sin comprender la razón. Casimiro había obtenido el regalo más valioso de su modesta existencia. ¿Cuánto valía un beso suyo? No había cantidad de dinero que pudiera igualar su valor. Sin embargo, lo besó. ¿Por qué lo hizo? ¡Lo hizo por amor! ¡Por amor a Dios! Porque seguro que María Adelina, por ningún bien terrenal, habría besado a Casimiro.

Me recordó esta anécdota la vez que un periodista norteamericano vio a la Madre Teresa de Calcuta limpiando las heridas mal olientes de un enfermo y le dijo a la madre: “yo no haría eso ni por un millón de dólares”. Y la Madre Teresa le contestó: «Por un millón de dólares tampoco lo haría yo».

Ojalá que el amor a Dios nos indique cómo perdonar lo imperdonable y que también Dios nos ayude a recobrar lo que hemos perdido.

anamariacorrea@gmail.com

 




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