Once de los 14 Gobiernos que conforman el Grupo de Lima expresaron hace una semana “su compromiso para contribuir a la restauración de la democracia en Venezuela… a través de una salida pacífica y negociada”. Canadá, Colombia y Guyana no suscribieron el comunicado.

Hasta aquí llegó la presión de los vecinos regionales para salir de la dictadura venezolana. Sorprende, por decir lo menos, que la posición asertiva de hace uno o dos meses se haya convertido en un ruego por la paz y en un exhorto a la buena voluntad del chavismo para que deje la violadera de derechos humanos y se siente a negociar de buena fe. Ya por ahí anda Zapatero, en su inefable rol de Celestino, buscando opositores para que se sienten a dialogar.

Aún tratando de evitar sospechosismos, hay que vincular el ablandamiento del Comunicado de los 11 con el hecho de que el PSOE de Zapatero esté en el poder en España, AMLO haya ganado las elecciones en México, Brasil esté en elecciones y Argentina atraviese una severa e inesperada crisis económica. Es decir, dos de los pesos pesados de Iberoamérica –España y México- de repente tienen gobiernos de izquierda que protegen a los suyos aunque sean satrapías despiadadas, mientras que los otros dos –Argentina y Brasil- tienen sus propios fuegos que apagar. El resto, con una política miope y tratando de evitar el regreso a las intervenciones militares de antaño –un regreso tan probable como que volvamos a andar en burro- prefiere huir por la tangente y suscribir una declaración anodina y sin carnita, llena de “buenismos” y sin mención alguna a sanciones o aislamientos.

Y es que uno se pregunta, ¿Cómo se puede garantizar una salida pacífica ante un régimen que cuenta con la violencia como su única herramienta para mantenerse en el poder? ¿Y a quién se le ocurre que una tiranía tenga la voluntad de negociar su salida del gobierno –única solución real a la crisis- y entregarse a la voluntad del pueblo y a la justicia internacional? Pos a nadie, como dirían en México, y mucho menos a los profesionales de la política y la diplomacia que diseñan y dictan las estrategias de los países hermanos (“hermanos” es, por supuesto, un decir) de Venezuela.

Al final, no tenemos idea de la cantidad de intereses, amenazas, complicidades y miedos atávicos que hay detrás de un grupo de 14 países que parecían muy firmes pero que mayoritariamente –y por sorpresa- doblaron las rodillas, a pesar de que varios de ellos se vean atropellados por una crisis migratoria de enormes proporciones. Lo que sí queda claro en este episodio es que nadie fuera del país se va a ensuciar las botas para desalojar a una dictadura que no es suya. El problema venezolano, si es que tiene solución, lo deben resolver los venezolanos. Y si no tiene solución, continuará el éxodo y los vecinos tendrán que ver cómo resuelven sus propias dificultades con unos cuantos millones de visitantes inesperados.




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