Para los que amamos la naturaleza y respetamos la cosmovisión de los pueblos originarios, la abominable fiesta realizada por el empresario Rafael Oliveros en la cima del tepuy Kusari, representa la decadencia desenfrenada de la sociedad venezolana, en especial, de un sector de la elite caraqueña insensible e irrespetuoso, que esconde con trapos caros su avasallante ignorancia, la cual, en algunos casos puede resultar muy peligrosa.

Los tepuyes son áreas protegidas dentro del Parque Nacional Canaima, razón por la cual, es obligación del Estado garantizar su preservación. De acuerdo con el Reglamento Parcial de la Ley Orgánica para la Ordenación del Territorio sobre administración y manejo de Parques Nacionales y Monumentos Naturales, en estos lugares están prohibidas las aglomeraciones y cualquier actividad en densidades de más de una persona por cada 30 metros cuadrados, así como el aterrizaje de aeronaves civiles no autorizadas para ello. Estas disposiciones fueron irrespetadas el día de la profanación.

Sin embargo, lo que ocurrió en lo más alto de estas maravillosas formaciones va más allá. Los pemones consideran a estas mesetas como la morada de los Dioses, un lugar sagrado e importante para su imaginario, desde donde se desprenden increíbles historias míticas de gran significado en sus vidas. En este sentido, los tepuyes son el mismísimo cielo para el pueblo Pemón, un sitio especial en el que interactúan seres sagrados a los que deben respeto, admiración y piden protección. Desde esta perspectiva, el sarao en el Kusari fue una terrible violación a las creencias de nuestros indígenas, una violación a la madre naturaleza y un insulto a todos los venezolanos.

Pero la ignorancia es atrevida. Para algunos de los asistentes mostrarse en redes sociales tomando espumante en estas montañas sagradas, era exhibirse como una clase privilegiada con derecho a hacer lo que les venga en gana, incluso, irrespetando el cosmos de quienes habitan esas tierras desde hace cientos de años. El no reconocer al otro pareciera que forma parte del habitus de esta gente mezquina, cuya insensibilidad quedó grabada no solo en sus propios dispositivos tecnológicos, sino en la memoria sobre lo que no se debe hacer en un Patrimonio Natural de la Humanidad.

No han faltado voces en defensa de los protagonistas del escándalo, alegando que gracias a Oliveros y sus contactos con el Gobierno, ha florecido el turismo en Canaima y ahora el pueblo pemón vive mejor. Una posición bastante visceral. Lo que se hizo no tiene justificación alguna y si este empresario pretende mantener ese tipo de turismo en las cimas de los tepuyes, seguramente desgraciarán aún más a la épica Gran Sabana Venezolana, en donde la minería ilegal hace de las suyas bajo la mirada cómplice de quienes deben detenerlos.

Los pemones y sus dioses no quieren helicópteros aterrizando en los tepuyes. Esperemos que las investigaciones que emprendió la Fiscalía terminen dando una lección moral, no solo a los involucrados en la fiesta del Kusari sino a todo el país, que observa desde hace años como se destruye irresponsablemente a otros parques nacionales sin que nadie haga absolutamente nada. Recordemos en este contexto a Jane Goodall: “cada día tenemos la opción de elegir cuál será el impacto que causaremos al medio ambiente con nuestras decisiones”.




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