Hasta el momento de escribir este artículo, viernes 12 de julio en la mañana, no se sabe mucho de lo que resultó del diálogo en Barbados. Uno de los representantes del régimen sacó un tweet escueto diciendo que “culmina esta jornada de la mesa permanente” y calificó el intercambio de “exitoso”, sin precisar más nada (pero sugiriendo que el diálogo tiene aires de permanente). Otro de los delegados chavistas habló de un camino complejo que requeriría mucha paciencia. La Cancillería noruega emitió un comunicado en el que dice que se ha instalado una mesa que “trabajará de manera continua”, para luego expresar que “subrayamos la importancia de que las partes tomen la máxima precaución en sus comentarios y declaraciones respecto al proceso”. Y hasta ahí. No se sabe qué se negoció, hasta dónde se llegó ni si se mantiene el mantra de cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres.

El secretismo que sugieren los nórdicos, por definición, juega a favor de la dictadura, pues los contendores en este pleito tienen naturalezas muy diferentes: el chavismo es por naturaleza opaco y no tiene pueblo al que rendirle cuentas, mientras que el equipo contrario es demócrata, partidario de la transparencia, y se debe a sus seguidores. Sin embargo, para enturbiar las reservadas negociaciones, y como es de esperarse en una gente que no respeta acuerdos, el presidente de la constituyente se adelantó a cualquier comentario (con su particular patada a la mesa) y dijo que en Venezuela no están previstas elecciones presidenciales, que Maduro es el presidente y que, si acaso, tocan elecciones para la AN. Siendo este señor la máxima autoridad del régimen (recordemos que la ANC, según los rojos, es supraconstitucional y supra todo) se empieza muy temprano a irrespetar las recomendaciones de los promotores de la conversa.

Uno, como ciudadano de a pie, no sabe los detalles de nada. No sabe si el diálogo es un señuelo que usa el gobierno interino mientras vienen medidas más fuertes, o si hay otras conversaciones en paralelo o si al final son los gringos y los rusos los que van a decidir el asunto. Y aunque se entiende que muchos de los temas tratados en la mesa no son para todo público, sí es muy conveniente que el equipo de Guaidó ofrezca su versión –hasta donde se pueda- de lo que pasó en Barbados. Los ciudadanos -que al final serán los dolientes de lo que se acuerde o se deje de acordar- tienen derecho a estar informados, porque son los que tienen años pasando trabajo y viendo negociaciones que no cuajan. Si los únicos que van a soltar la lengua, porque no juegan limpio, son los enviados del régimen, la gente escuchará una música muy distinta a la que se tocó.

Al final, es difícil que se llegue a algo digerible en esta o en alguna ronda de conversaciones, pero hay un factor que no se puede subestimar, y es el tiempo. La dictadura no tiene la menor intención de ceder terreno, y ya adelantó que su preferencia es que este proceso se extienda por semanas, meses o lo que a ellos les convenga. De ahí las palabras “permanente”, “compleja” y “paciencia”. Los noruegos tampoco tienen urgencia (emergencia, más bien) de llegar a algo concreto (menos aún la cancelación de las reuniones que ellos promueven), porque ellos no viven en Venezuela. Pero el bando demócrata sí tiene prisa, por razones obvias. Estas negociaciones tienen que tener una duración muy corta, y si no se consigue el mantra, pues a otra cosa y nos vemos en la CPI. La gente no tiene cómo esperar. La crisis se agrava cada minuto. En Venezuela, el tiempo es vida.




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