El líder propone lo que vale la pena, aunque no sea fácil. Aquello que propone merece el esfuerzo y cuenta también con un “cómo” para alcanzarlo. Esto identifica a la virtud de la magnanimidad, un rasgo que condensa realismo, audacia y tenacidad en un solo valor.
E. Arenas P.

El líder es quien orienta, dirige, conduce: no es quien manda ni ordena, no impone. Es quien sugiere, cautiva, induce y promueve el accionar de sus seguidores conduciéndoles por el rumbo necesario de ser transitado hasta llegar a lo deseado.

Ahora bien, el líder ha de ejercer su influencia sobre cada uno de sus seguidores
sabiendo que cada cual tiene una personalidad única, propia y característica y con
base en ella ha de llevar a cada uno hasta el plano deseado sin dejar pasar por
debajo de la mesa sus particularidades humanas y profesionales.

Se denomina personalidad al conjunto de rasgos y cualidades que configuran la manera de ser de una persona y que la diferencian de las demás. De esta personalidad dependerá su manera de reaccionar a lo que proponga el líder de su equipo.

La personalidad está conformada por dos vertientes que confluyen para constituirla; a saber: carácter y temperamento. El carácter es innato, es lo que caracteriza a toda persona: es invariable, mientras que el temperamento es lo que se forja a partir de las vivencias (lo que se vive: las vivencias: experiencias): lo que se ve hacer y se escucha decir. Este segundo constituyente de la personalidad es modificable. De esta conjunción el hecho de que la personalidad sea individual.

Cada quien, en su pensar y accionar, instintivamente apela al amoroso y descomunal aliento propio del instinto de conservación individual que se activa muy particularmente en lo tocante a evitar lo que puede llegarse a considerar adverso a sí mismo. Tal instinto no funciona en lo consciente, sino en los otros dos niveles mentales (subconsciente e inconsciente), de aquí el hecho de que sea involuntario: automático. Este doble enraizamiento da la bipedestación de ese instinto más gigantesco que el Coloso de Rodas.

Ahora bien, también hay que saber que la porción de éste instinto que toma basamento en el subconsciente se apoya en lo que hay allí y su contenido se va programando desde el nacimiento y a lo largo de la vida y determina la manera individual de pensar y de hacer, pues funciona como un archivo con carpetas que se van llenando con lo que se oye decir y lo que se ve hacer; si éste ha venido siendo alimentado con datos basura, acontecerá lo que sucede con las computadoras… lo que producirá será ¡basura!

Al respecto de las críticas y oposiciones hay que tener claridad: ello viene del yo de cada cual y ese yo individual es la personalidad de cada quien. Ese yo es ese abstracto característico de cada sujeto que fue muy bien reseñado por Blaise Pascal (1623-1662) al referirse a la naturaleza humana y la debilidad del hombre (“que es como una caña débil que piensa gracias a la razón, pero ésta, por sí sola se enreda en una maraña de inteligibilidad”). Por esto, cada líder ha de saber de antemano la(s) posible(s) respuesta(s) de quien(es) lo adversa(n),

independientemente de lo liderado y ha de tener debajo de su manga lo necesario para rebatir a quien(es) rivalice(n) sus propuestas y no ha de considerarle(s) como “enemigo(s) opositor(es)”.

De esto, que el humano tienda hacia el egoísmo y se aferra a particularidades y a auto-atribuciones singulares, crudas, a veces -y no pocas- vanidosas que buscan honores que tienden a torpedear a otro(s) y su(s) obra(s) haciendo que cada sujeto no sea como otro (como nadie más) y eso -la personalidad- viene de nacimiento (carácter) y de lo cultivado (temperamento) que se forja con la existencia misma, de la experiencia; es decir: es innato y fabricado de mil maneras y por influencias irremplazables -los rasgos parentales- y cuya densidad es imponderable, haciendo que cada cual se apegue a lo particular mediante un ángulo de apertura de pensamiento reflexivo que depende de las creencias (convicciones) y que le hacen ser comprensivo (o: no), dogmático (o: no), escéptico (o: no), buscador (o: no) de la verdad, que defiende a ultranza (o: no) lo que para sí es la verdad más verdadera (que puede llegar a ser más verdadera y valedera que la de los demás), apolillado (o: no) de relativismo, que respeta (o: no) las diferencias, que se fundamenta (o: no) en la tolerancia y el diálogo cuidador del otro, que invita (o: no) a dilucidar lo que pueda haber de justo y cierto en otra(s) visión(es, que integra (o: no) elementos que son ajenos, que da (o: no) crédito a otro(s), que intenta (o: no) comprender al contrario, que entiende (o: no) que del pasado vienen lastres pesados de lo que conviene separarse en favor del devenir, que prescinde (o: no) de experiencias engañosas y que está (o: no) en favor del desapego. De aquí que la educación sea el arma más poderosa para llegar a tener libertad de pensamiento para cuestionar, analizar y evitar las vendas de los ojos de la mente.

Entonces, se puede concluir en que la capacidad de educar es una herramienta fundamental para todo líder, pues es la que le permite influir para modificar el
contenido del subconsciente: una de las dos patas del instinto inmedible que -en
mucho- y que acciona desde el “cerebro reptil” (el responsable de la acción: del
accionar), que es instintivo y está vinculado con la supervivencia básica: dirige la
disciplina, la perseverancia y los ritmos o patrones rutinarios de comportamiento,
siendo un integrante del llamado cerebro triuno: un concepto que deriva de las
distintas funciones que ejecutan las diferentes partes del cerebro y cuyos otros

dos componentes son 1- el “cerebro racional” o neocortex (el de la inteligencia, del
arte y la ciencia; y 2- el “cerebro límbico” (la casa de la motivación) que administra
las emociones (los sentimientos: las pasiones que se sienten al hacer algo que
gusta o que no agrada). Estos elementos de conocimiento han de ser sabidos,
dominados e implementados por todo buen líder (quien no debe darse el lujo de
desdeñarlos y desatenderlos).

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