Hoy te vi caminando empujando tu carrito de colores. Ha sido así y siempre lo será, porque el tiempo solo ha cambiado los rostros, pero tu imagen de superhéroe vencedor perdura en tu andar sin prisa y sin demora por las calles de mi ciudad.

Te esperábamos llegar en nuestra infancia, lo hacen ahora los hijos de nuestras generaciones y los que fueron frutos de éstos al crecer y alumbrar temprana descendencia.

Heladero de frío y calor. Eres portador en el frío de tu cava del calor de la alegría que tu llegada genera en los infantes que apuran a sus padres a detenerte. En ese momento mágico se produce un intercambio mágico de sensaciones que mueve fibras y despierta emociones en todo aquel que alguna vez haya gozado de tus delicias heladas.

Ni la pandemia detiene tu paso y aunque ahora no tantos compren tus tinitas o barquillas avanzas desafiando realidades, enfrentando las desilusiones de aquellos que cayeron en la vida con los corazones rotos y también alentando la reedición de los sueños de quienes te ven llegar empujando tu carrito fulgurante con el que deslumbras a niños, jóvenes y viejos.

Me preguntaste si hoy compraría. Desde mi puerta moví la cabeza en señal de negación. Te había comprado el domingo pasado y las cosas no están muy buenas en estos meses de confinamiento. Entonces sacaste el pote de medio litro de cremoso mantecado con chispitas de chocolate. —Llévate éste, me lo pagas después —sentenciaste.

Entonces me rendí  ante la insistencia cómplice de mis hijos más pequeños. Nuevamente había sido seducida mi voluntad por la crema espesa y el sabor de ese mantecado eterno de mis añoranzas, de los recuerdos imborrables de las tardes despreocupadas. Vainilla de amores infantiles con mi madre, que también acompañó susurros escondidos al oído de la compañera en los descubrimientos del liceo y que ahora empalaga de dulzor el sosiego de mi insipiente madurez cuando disfruto una copa de tinto con mi esposa.

Heladero, sigues avanzando por las calles, esas mismas que albergaron los juegos con los amigos de la cuadra en un octubre lejano, bajo la lluvia del cordonazo o el sol de mediodía después de amainar la tormenta. Avanzas, esquivando huecos y sorteando obstáculos, sigues adelante con tu sonrisa de hombre bueno, porque no pueden coexistir el helado y la amargura, ni siquiera en estos tiempos de fuegos y odios. No podrá la maldad reprimir el delicioso sabor de tu crema, porque la libertad también sabe a mantecado y tus campanas ya comienzan el redoble.

Eres el último caballero de mis calles citadinas cuando vuelves victorioso de tu cruzada a favor de la alegría. Atrás en el camino perdiste la huella de tus amigos, otrora compañeros de la ilusión infantil. Ya el raspadero se perdió en el tiempo, el chichero no se ve más y el algodonero de azúcar se llevó al cotufero y entregaron su faenas al muchacho uniformado del mostrador de cine. Solo tú pervives superando años y avanzando distancias de ensueños, risas y colores.

Eres parte de un país que persiste en su vida más allá de tragedia y el sufrimiento. Te empinas con notable dignidad, sin soberbia ni arrogancia, sobre la adversidad de este siglo ya entrado en su tercera década. Eres hoy motivador de mi prosa, que sencilla y saltarina brota de las fuentes claras de la nostalgia y la ternura. Tu ejemplo me llena de esperanza, tu testimonio fortalece mi fe en la misericordia divina y en la grandeza de la creación, en el reencuentro superior del destino humano con la generosidad y la bondad.

Eres inspiración en la vida de muchos, de los anhelos de los míos y de los tuyos que esperan diariamente el fruto de tu jornada para seguir viviendo, sueños y verdades, en un camino de ilusión y realidad. Y seguramente serás causante de la lágrima que se asome en los ojos nublados de aquel que jamás perdió la las ganas de gritar tras escuchar el redoble de tus campanas: — ¡Heladero! ¡Heladero! —.

Es bueno saber que sigues en mis calles, es bueno ver que no te has ido. Hoy tus campanas anuncian al viento mejores tiempos. Las escucharemos repicar a lo lejos y saldremos otra vez a recibirte, a deleitarnos en el chocolate o la vainilla de tu crema, en la cola de frambuesa o el dulzor ácido de la fresa, la naranja o la parchita de tus paletas.

Volverás siempre a provocar ganas y a tentar gustos con nuevos sabores. Y en la calma de otro  domingo, esta vez de noviembre, volveré con mis hijos y quizás con mis nietos a levantar la voz:

— ¡Para Heladero! ¿Que llevas hoy en el carrito? —.




Estimado lector: El Diario El Carabobeño es defensor de los valores democráticos y de la comunicación libre y plural, por lo que los invitamos a emitir sus comentarios con respeto. No está permitida la publicación de mensajes violentos, ofensivos, difamatorios o que infrinjan lo estipulado en el artículo 27 de la Ley de Responsabilidad en Radio, TV y Medios Electrónicos. Nos reservamos el derecho a eliminar los mensajes que incumplan esta normativa y serán suprimidos del portal los contenidos que violen la Constitución y las leyes.