El personaje “Superman” fue creado en 1938, cuando Estados Unidos atravesaba una etapa de delincuencia desbordada. El tráfico ilegal de bebidas alcohólicas (entonces prohibidos su venta y consumo), el pago a las bandas mafiosas por “protección” de los establecimientos comerciales, las apuestas en casinos clandestinos y la prostitución proliferaban con la complicidad de los cuerpos de policía corrompidos a cambio de jugosa participación en las exorbitantes ganancias de los mafiosos, entre los cuales figuraron los tristemente célebres como Al Capone y “Lucy” Luciano.

Similares personajes de ficción aparecen en los dibujos animados, como “Batman” (de 1939) o el “Capitán Maravilla” (en 1940) para enfrentar, en un mundo fantástico que refleja al crimen organizado de la vida real. Tanto Superman como los dos últimos héroes de los dibujos animados tienen semejanzas en su vestimenta: una amplia capa, tal vez influencia de “El Zorro” (creado en 1919), un traje ajustado como una segunda piel, y una especie de traje de baño de la época, que algún chistoso aprovechó para decir que “llevaban los interiores por fuera”.

Podría uno especular afirmando que tales personajes fueron creados para, ilusoriamente, combatir a los delincuentes que los corrompidos policías protegían en desmedro de los ciudadanos honestos. El éxito de “DC Comics”, empresa productora de los heroicos personajes, consistió en haber presentado a los lectores de los diarios una válvula de escape a su desesperación ante lo indefensos que se encontraban en contra del hampa desatada, sin el freno ésta de las complacientes autoridades.

Todavía en nuestros días, alimentados por la televisión, subsisten exitosamente superhéroes de origen japonés, ampliamente popularizados por los videojuegos y aprovechada esta popularidad por la industria del juguete.

Los enemigos ya no son los mismos. Ahora son seres malignos que buscan la destrucción del planeta o, más realista, el poder absoluto sobre todo él. Pero nunca han sido estos personajes cuasi omnipotentes (jamás logran acabar con el mal o de lo contrario se acabaría el negocio) creación de quienes manejan el poder, sino de los que sufren y ven asqueados el abuso de quienes lo ostentan.

Por eso es tan sospechoso que, de pronto, aparezcan los mismos que han destruido con sus desmanes un país entero, como superhéroes que resolverán los problemas que ellos mismos han creado. ¿Qué hay de trasfondo en toda esta presentación, ridícula por demás, si no fuera a la vez trágica, es decir, una tragicomedia?

El rocambolesco video, presentado en un fastuoso espectáculo cuyo costo ha debido ser destinado a fines más beneficiosos para el sufrido pueblo venezolano, ha causado indignación entre quienes no participan del festín y le rinden interesada pleitesía al estrafalario gobernante. Para colmo, sale una connotada representante de la banda que ha desbancado al país durante más de dos décadas, a reclamar para alguien lo que solamente merece por su condición: el respeto a los difuntos.

Sólo falta que en los establecimientos comerciales que todavía prosperan en las zonas de esa otra Venezuela “que se ha arreglado” (o que más bien “se las arregla”) pongan a la venta videojuegos donde “Superbigote”, “Superdraculito” o “Superojitos” combatan a algún enemigo común: “El Imperio” tan temido por narcotraficantes y lavadores de dinero mal habido. Podrían tener un aliado, “Superputin” si no fuera porque éste está muy ocupado, tratando de sacar la pata de donde la metió. Si no…rafae




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