Memorable sitio, propiedad del comerciante y coronel de milicias, el español Don Joaquín de Mier y Benítez, heredada de su padre Manuel Faustino en 1813, fue el último albergue de nuestro Libertador, quien muere el 17 de diciembre de 1830, después de haber nacido en cuna de oro y tenido una de las fortunas más grandes de Venezuela, hubo que ponerle una camisa prestada del general José Laurencio Silva.

Esta hacienda-ingenio con una extensión de 22 hectáreas, fundada el 27 de febrero de 1608, día de San Pedro de Alejandría, con el nombre de “La Florida de San Pedro Alejandrino”, en memoria del mártir español Pedro Godoy, está ubicada a cinco kilómetros de Santa Marta, la ciudad más antigua de Colombia. El predio, se utilizó en la siembra de caña de azúcar, cocales, y frutales, con árboles centenarios; sus grandes trapiches y destilerías con su respectiva bodega, para almacenar el aguardiente; trabajos realizados por los esclavos de la familia; esta acogedora hacienda tuvo hasta quince propietarios.

El Libertador, procedente de Cartagena y Barranquilla, agobiado por los males físicos y morales, y con el deseo de salir hacia Curazao, Jamaica y Londres, es trasladado en el buque “Manuel”, llega a Santa Marta el 1ro de diciembre de 1830, e inmediatamente a la Casa de la Aduana, propiedad del acaudalado español, Don Joaquín de Mier y Benítez, dueño de la embarcación, quien, sin conocerlo, ofreció su Quinta de San Pedro Alejandrino, a solicitud del general caraqueño Mariano Montilla, Comandante General del Departamento de Cartagena.

El ilustre enfermo, llegó a la hacienda el 6 de diciembre a las siete de la noche, es atendido con altos conocimientos médicos para la época, y diligentemente por el eminente farmaceuta francés Alejandro Próspero Reverend, quien estuvo diecisiete días, sin separarse de nuestro “Gran Caraqueño”, como bien constan en los treinta y tres boletines emanados por el eminente profesional, publicados en París en 1866; sin llegar a cobrar un centavo por sus valiosos servicios. Reverend fue enterrado a petición suya, treinta años después en la capilla de la hacienda. El primer diagnóstico al Libertador elaborado el 1ro de diciembre a las ocho de la noche fue: “Cuerpo muy flaco y extenuado, semblante adolorido, inquietud de ánimo constante, voz ronca, tos con esputos viscosos, pulso igual pero comprimido, digestión laboriosa. Las frecuentes impresiones, indican padecimientos morales”. Bolívar permaneció diecisiete días, recibiendo las atenciones debidas a su delicado estado de salud.

El 10 en horas de la noche, con alguna lucidez, pudo dictar su voluntad testamentaria y su Última Proclama, donde perdonaba a quienes lo habían llevado a las puertas del sepulcro, clamaba patéticamente por el bien inestimable de la unión de los pueblos y deseaba la felicidad de todos; esa noche recibió los auxilios religiosos por parte de monseñor José María Estévez, Obispo de Santa Marta. Antes de fallecer el 17 de diciembre, los recibió por parte del sacerdote Hermenegildo Barranco, cura de la cercana población de Mamatoco.

Al desaparecer de su vida terrenal, tenía 47 años y pesaba 37 kilos para convertirse en el “caballero andante inmortal de la libertad americana”, cargado de glorias y desengaños.

El doctor Reverend, sin ayuda de nadie, le practicó la autopsia cerca de la cocina de la hospitalaria residencia a las cuatro de la tarde, para ser llevado luego, al velatorio en la Casa de la Aduana, propiedad de Don Joaquín de Mier. Con toda solemnidad se realizaron las exequias, donde las autoridades y pueblo, durante dos días, asistieron en pleno para despedir al “más grande de los americanos”. El entierro se llevó a cabo con toda la solemnidad en la Catedral de Santa Marta en una bóveda facilitada por la familia Díaz Granados, donde permaneció hasta el 22 de noviembre de 1842, cuando lo trasladaron a Venezuela, cumpliendo así, después de doce años, su voluntad de ser enterrado en Caracas. Con la desaparición física de Bolívar, la casa fue abandonada hasta 1891, cuando fue adquirida por el ejecutivo colombiano para ejecutar su restauración y mantenimiento a cargo del Departamento del Magdalena.

El histórico sitio fue decretado “Santuario de la Patria”, donde funciona el Museo Bolivariano, allí se guardan con supremo celo, objetos que pertenecieron a nuestro máximo héroe. En el patio se colocó una estatua traída de Génova, elaborada en mármol por el conocido escultor Pedro Montarsolo. Para darle la majestuosidad al augusto lugar, se construyeron en 1941, “El Altar de la Patria” y la “Plaza de las Banderas Bolivarianas”; igualmente se inauguró en 1947, la biblioteca del doctor Reverend; en la residencia se encuentra la pequeña farmacia que utilizó el diligente y abnegado farmaceuta francés.

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