En la Semana Santa que inicia este Domingo de Ramos la imagen más venerada y que concentra mayor número de feligreses, como siempre, desde hace siglos es, el Nazareno que, con su cruz a cuesta, se dirige hacia la muerte sin sentimiento de dolor sino más bien con fortaleza.

El Nazareno, aunque nació en Belén (actualmente Cisjordani) se le conoce por este gentilicio porque pasó, desde recién nacido, en Nazaret se recuerda los miércoles santo. Al final de la parte cuyo gran esplendor se celebra desde el jueves hasta la noche del del sábado cuando tiene lugar la madre de todas las vigilias para la cual la iglesia reserva el mayor esplendor de toda su liturgia.

El Nazareno, del Cristo que sufre camino hacia El Calvario y que revive entre nosotros una devoción encarnada en el pueblo que en Caracas toma vida en toda la ciudad, en particular en basílica de Santa Teresa, ante el Nazareno de San Pablo, cuyo rostro no transmite abatimiento o resignación, sino fuerza ante el dolor supremo y firme decisión de inmolarse para salvarnos a todos. La mezcla de lo divino y lo humano, del dolor y del sacrificio, del amor y de la entrega, de la consecuencia con un ideal y de la denuncia de la traición que formó parte del drama de la crucifixión.

El Nazareno camina con su cruz a cuestas, en hombros de un pueblo fervoroso que confía en Él y que ante las adversidades y dolores de la vida nos sirve de ejemplo de fortaleza, de esperanza y de fe.

El Nazareno nos recuerda el sufrimiento de quien se ofreció por nosotros y vivió en carne propia las inconsecuencias del ser humano, la prevaricación y la cobardía de un juez pusilánime y la entereza y valentía de una madre que estuvo allí acompañándolo en la vía dolorosa junto a otras decididas mujeres y junto al discípulo que no «arrugó» en la hora decisiva.

El Nazareno es para el pueblo venezolano más que una simple imagen. Es un símbolo que toca lo más profundo de nuestra fe arraigada en lo humano para elevarse a lo Divino.
En la Iglesia de Santa Teresa, en Caracas, desde la madrugada, hombres, mujeres y niños, vestidos con túnicas moradas hacen largas colas para ver una vez más al Nazareno de San Pablo, «varón de dolores» con su cara ensangrentada, con su mirada penetrante, rodeado de la emoción de los más sencillos creyentes en auténtica expresión de una religiosidad pura y espontánea.

En un país dividido, en el que nos movemos entre grupos en los que se ha alimentado el odio y la discriminación, el testimonio del Nazareno es claro y contundente. Ante Dios todos somos iguales. El sufrimiento y la enfermedad nos purifican y nos acercan a su mensaje, encarnado en Jesús camino del máximo sacrificio. Él no murió en vano, sino para enseñarnos a vivir en un mundo de hermandad, de paz y de justicia, que contrasta con una realidad de guerras y divisiones.

Venezuela, este Miércoles Santo, debe compartir el dolor del Nazareno y la expectativa de Jesús resucitado, en una Iglesia que ha sentido la acción del Espíritu Santo, en la figura del nuevo sucesor de Pedro que toma hoy también su cruz en este mundo convulsionado y desorientado, pero con el claro anhelo de muchos por su renovación espiritual, base de la transformación social que impulsará el Papa Francisco.

Generalmente, la gente se refiere al Nazareno de San Pablo por un hecho ocurrido en Caracas en tiempos de la Colonia protagonizado por la imagen que se encontraba en dicho templo, derrumbado durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco para construir el Teatro Municipal, de Caracas, y quien, el acto inaugural del edificio, tuvo una visión del Nazareno que le dijo al oído: ¡como tumbaste mi templo sin necesidad!. Guzmán impresionado por aquella revelación dispuso la construcción de otro templo que lleva el nombre de Santa Teresa -nombre de su esposa- donde estuviese en lugar de honor el Nazareno.

Tiempo después, Caracas fue azotada por una epidemia de vómito negro que mataba a centenares de personas. El pueblo desesperado decidió sacar a la calle, en procesión, a la imagen del Nazareno implorando su intercesión para que cesara la terrible peste. Cuando la gigantesca marcha pasaba por las esquinas de Miracielos a Hospital, la cruz se enredó con una mata cargada limones que se desparramaron por el piso. La gente asombra dagritó””milagro,milagro.Este es el fruto que cura la enfermedad” y comenzó a recoger el fruto para tomar su jugo curativo. La epidemia se calmó y, desde entonces, el pueblo bautizó a la imagen como el Limonero del Señor .

Cada miércoles santo los devotos adornan a la imagen con orquídeas,especialmente moradas y el templo se abre, desde la medianoche, para que los feligres procedan a la adoración de la ia imagen. En horas de la tarde se efectúa una inmensa procesión presidida por las autoridades eclesiásticas.

A la tradición del Nazareno ha contribuido de la transmisión, a todo el país,durante dos días, de la conmemoración del Cristo de San Pablo, pero quien lo inmortalizó con el nombre de El limonero del Señor fue el poeta popular , Andrés Eloy Blanco los siguientes versos:

En la esquina de Miracielos
agoniza la tradición.
¿Qué mano avara cortaría
el limonero del Señor…?
Miracielos; casuchas nuevas,
con descrédito del color;
antaño hubiera allí una tapia
Y una arboleda y un portón.
Calle de piedra; el reflejo
encalambrado de un farol;
hacia la sombra, el aguafuerte
abocetada de un balcón,
a cuya vera se bajara,
para hacer guiños al amor,
el embozo de Guzmán Blanco
En algún lance de ocasión.
En el corral está sembrado,
junto al muro, junto al portón,
y por encima de la tapia
hacia la calle descolgó
un gajo verde y amarillo
el limonero del Señor.
Cuentan que en pascua lo sembrara,
el año quince, un español,
y cada dueño de la siembra
de sus racimos exprimió
la limonada con azúcar
Para el día de San Simón.
Por la esquina de Miracielos,
en sus Miércoles de dolor,
el Nazareno de San Pablo
Pasaba siempre en procesión.
Y llegó el año de la peste;
moría el pueblo bajo el sol;
con su cortejo de enlutados
pasaba al trote algún doctor
y en un hartazgo dilataba
su puerta «Los Hijos de Dios».
La Terapéutica era inútil;
andaba el Viático al vapor
Y por exceso de trabajo
se abreviaba la absolución.
Y pasó el Domingo de Ramos
y fue el Miércoles del Dolor
cuando, apestada y sollozante,
la muchedumbre en oración,
desde el claustro de San Felipe
hasta San Pablo, se agolpó.
Un aguacero de plegarias
asordó la Puerta Mayor
y el Nazareno de San Pablo
salió otra vez en procesión.
En el azul del empedrado
regaba flores el fervor;
banderolas en las paredes,
candilejas en el balcón,
el canelón y el miriñaque
el garrasí y el quitasol;
un predominio de morado
de incienso y de genuflexión.
—¡Oh, Señor, Dios de los Ejércitos.
La peste aléjanos, Señor…!
En la esquina de Miracielos
hubo una breve oscilación;
los portadores de las andas
se detuvieron; Monseñor
el Arzobispo, alzó los ojos
hacia la Cruz; la Cruz de Dios,
al pasar bajo el limonero,
entre sus gajos se enredó.
Sobre la frente del Mesías
hubo un rebote de verdor
y entre sus rizos tembló el oro
amarillo de la sazón.
De lo profundo del cortejo
partió la flecha de una voz:
—¡Milagro…! ¡Es bálsamo, cristianos,
el limonero del Señor…!
Y veinte manos arrancaban
la cosecha de curación
que en la esquina de Miracielos
de los cielos enviaba Dios.
Y se curaron los pestosos
bebiendo el ácido licor
con agua clara de Catuche,
entre oración y oración.
Miracielos: casuchas nuevas;
la tapia desapareció.
¿Qué mano avara cortaría
el limonero del Señor…?
¿Golpe de sordo mercachifle
o competencia de Doctor
o despecho de boticario
u ornamento de la población…?
El Nazareno de San Pablo
tuvo una casa y la perdió
y tuvo un patio y una tapia
y un limonero y un portón.
¡Malhaya el golpe que cortara
el limonero del Señor…!
¡Mal haya el sino de esa mano
que desgajó la tradición…!
Quizá en su tumba un limonero
floreció un día de Pasión
y una nueva nevada de azahares
sobre la cruz desmigajó,
como lo hiciera aquella tarde
sobre la Cruz en procesión,

en la esquina de Miracielos,
¡el limonero del Señor…!

Queda claro que el Nazareno de San Pablo es el de la iglesia de Santa Teresa, en Caracas. Los demás son nazarenos




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