Juan Carlos Montoya tiene 19 años y está a punto de ser padre. Sus travesuras de la adolescencia que apenas abandona, las cambió por el trabajo duro en la calle y su obligación ineludible de alimentar a su mujer embarazada. Por eso todas las mañanas espera el camión de los plataneros en Plaza de Toros y compra un balde de fruta, que luego cambia por víveres en las comunidades del sur de Valencia.

Dios es grande y a falta de oportunidades lo dotó de creatividad. Así que en las mañanas reúne a otros dos amigos y compran aguacates, plátanos, cambures y van de casa en casa en los barrios de Santa Inés; Libertador, Antonio José de Sucre para cambiarlos por cualquier producto de la cesta básica.

La contabilidad es simple: con una inversión de 3$ que hace por el tobo de cambures, puede recoger un mercadito sencillo de arroz, frijol chino, sardinas, caraotas y muchos otros víveres que la gente prefiere intercambiar por fruta fresca.

Plataneros son populares en el sector por proveer insumos a los comerciantes ambulantes

“Ahorita me voy con unos cambures a cambiarlos en cualquier barrio. Uno busca la comida como sea. Yo vivo con mi esposa, en espera de un bebé. Ahorita hay mucha gente que trabaja así”.

Lejos están los días de gloria de la Plaza de Toros de Valencia y sus alrededores; Aquellos años en que el cartel de La Feria de Valencia anunciaba la presentación de una faena del Julián López “El Juli”; Sebastián Castella o cualquier otro torero de talla mundial, solo quedan en la memoria colectiva y las nostalgias de algunos. Hoy esa misma plaza es un mercado desordenado; atiborrado de vendedores ambulantes; colas de vehículos y el ruido infinito de la ciudad.

Las historias de cada vendedor ambulante se cruzan todas en una unión común: la falta de oportunidades en el mercado laboral; los bajos salarios y la crisis del país. Todos tienen pequeños relatos que se unen como un lazo, en las historias de los tantos hombres y mujeres que se ganan la vida, gritando sus ofertas en un tarantín deforme, en medio de la calle.

Amaury Padilla es albañil. Pero ante la falta de trabajo decidió emprender un negocio de arepas, que exhibe en una vitrina improvisada, encima de una bicicleta. La promoción es la novedad de la plaza; pues con el señor Amaury se puede comer dos arepas rellenas, más un vaso de café por 1$.

Relatos de vendedores coinciden en la falta de oportunidades en el mercado laboral

“Me dedicaba a la albañilería. Pero ahorita estamos buscando la forma de sobrevivir con este puesto de arepas. Ya no se encuentra nada en la construcción y hay que buscar la forma de sobrevivir”.

Ese también es el caso de Carmen Bolívar, que oferta diversos productos en su actividad comercial; desde bolsas de ajo, hasta caramelos para los niños. Relata que en la antigua Venezuela se dedicaba a trabajar en el ramo de los eventos de entretenimiento para las empresas; pero la pandemia la dejó sin empleo.

“La plata no alcanza y esta es una manera de ganar más dinero. Yo vendo plátanos; ajo y hasta caramelos”.

La presencia de vendedores ambulantes en días de cuarentena radical es ilegal; pero estos ciudadanos alegan que el “hambre no espera”, por lo que buscan maneras diversas de trabajar, así vulneren un decreto presidencial o estén en el constante ojo de la persecución policial.

 




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