La manera subjetiva como sentimos todas las cosas que hacemos es el producto de un largo aprendizaje. Esto es lo que hace que para algunas personas lo que parece un trabajo -visto por otros- se experimente con bienestar y placer, como si fuese un juego o diversión. Esto se debe a que desde muy pequeños aprendimos que en el trabajo la recompensa se recibe una vez concluidas las tareas, al finalizar lo que hacemos; ya sea que nos remuneren con dinero en efectivo o con alguna premiación o recompensa. Lo contrario al juego ocurre durante el trabajo; el transcurrir de las tareas sucesivas al trabajar involucra incomodidad y sentimientos de desagrado. Eso lo que aprendimos también desde niños. ¡Y eso es, prácticamente una orden que nos damos nosotros mismos al iniciar una actividad laboral. ¡Una orden aversiva que se cumple al trabajar!

¿Podemos trabajar jugando? Esta es una pregunta muy útil de contestar. Si una persona experimenta satisfacción durante su actividad laboral, decimos que, aun cuando la apariencia de la actividad sea de trabajo, la persona vive la situación como si fuese un juego. Esto explica por qué algunas personas pasan innumerables horas y trasnoches trabajando sin notar cansancio, ni desmotivación ni apatía; con gran disfrute y concentración en lo que hacen. En estos casos, las posibilidades de lograr excelencia y productividad son altas, y hacen propicio que quienes trabajan logren oportunos beneficios económicos, sociales, o de otra naturaleza. Son las personas que gozan trabajando y, además, les pagan hacerlo.

¡Interesante teoría del juego-trabajo! Si pasamos el sesenta por ciento de un día normal en el trabajo, entonces debemos hacer del trabajo un juego o sentirlo como si fuese eso: Un juego. ¿Extraño? ¡Pero, tiene sentido! Por eso, jugar es un trabajo muy serio…

El análisis de los juegos infantiles nos permite conocer las profundidades del trabajo de los adultos. El disfrute, la recompensa y el beneficio, cuando un niño juega, se logra durante el desarrollo del juego. Cuando el juego concluye, aparece el desagrado y la incomodidad. Así aprendimos el mecanismo motivacional del trabajo, en un ambiente social penalizador del trabajo, del cual no nos zafarnos, por no disponer de una propuesta personal mejor y más enriquecedora. No podemos aceptar que vengamos al mundo para sufrir al trabajar. Ése es el esquema de los perdedores… ¡No podemos creer que durante ocho o más horas diarias, y once meses al año, entremos a nuestro trabajo como si fuésemos a una prisión o cámara de tortura! Cada momento del día debe disfrutarse intensamente. ¿Cuál es la deducción más lógica? Una sencilla. La más natural: ¡Disfrutemos trabajando! ¡El agrado por lo que hacemos es obra de nuestro propio pensamiento…! ¡Así como pensemos, así nos sentiremos!




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