Kenia acude a votar
Las elecciones generales del 9 de agosto. Foto: Cortesía/Archivo

El encarecimiento de los alimentos básicos por la guerra en Ucrania hará que muchos kenianos voten en las elecciones generales del 9 de agosto con sus estómagos vacíos, un asunto que se ha convertido en un arma arrojadiza durante la campaña electoral en un momento crucial para la economía nacional.

«Los precios no paran de crecer. Es como si los billetes cada vez tuviesen menos valor. En ocasiones, solamente podemos permitirnos una comida al día», dice a EFE Ruth Oko, una vendedora de ropa de segunda mano en Nairobi.

La Oficina Nacional de Estadísticas de Kenia pone números a la preocupación de Oko: el pasado mes de julio, los alimentos en el país eran un 15,3% más caros que hacía un año.

Y, para muchos kenianos, esa diferencia de precios es un golpe decisivo.

Bonanza macroeconómica

Ni siquiera la espectacular bonanza macroeconómica de los últimos años -en poco más de una década, desde 2013 hasta la actualidad, Kenia escaló desde el puesto decimotercero hasta el sexto en el ranquin de las economías de África- ha evitado esta situación.

En un país donde, según datos oficiales, cerca de la mitad de los ingresos de sus ciudadanos se usaba para comprar comida antes de la guerra en Ucrania, la inflación está impidiendo que muchas personas paguen, por ejemplo, las tasas escolares de sus hijos.

Además, el alza del precio de los alimentos se ha sumado en el norte de Kenia a la peor sequía de los últimos cuarenta años, donde unos 4,1 millones de personas no pueden comer lo que necesitan para mantenerse sanos, señaló el Gobierno.

Prometen subsidio

El hambre -o la inseguridad de no poder pagar otros productos o servicios básicos por la subida de los precios- está ocupando un lugar central en las conversaciones de los kenianos, incluidos los dos candidatos presidenciales con más posibilidades de vencer en los comicios.

Mientras que el ex primer ministro Raila Odinga promete un subsidio de 6 mil  chelines kenianos mensuales (alrededor de 50 euros) para los hogares más pobres, su principal rival, el vicepresidente William Ruto, propone implementar subvenciones para los agricultores con el objetivo de aumentar su producción y reducir la dependencia del país de los productos importados.

La irrupción de las cocinas kenianas en la campaña electoral hizo que tanto los candidatos como el Gobierno olvidasen por un momento la cercanía del país al Fondo Monetario Internacional (FMI), que ha recomendado reducir sus subsidios para reembolsar una deuda inmensa, equivalente al 67% del producto interior bruto (PIB) nacional.

El presidente keniano, Uhuru Kenyatta, que respalda la candidatura de Odinga tras enemistarse con su vicepresidente, tampoco se quedó de brazos cruzados.

El pasado julio, Kenyatta anunció un subsidio de 8.000 millones de chelines (6,6 millones de euros) para reducir el coste de la producción de la harina de maíz (crucial para la elaboración del «ugali», una masa usada como elemento básico), cuyo precio se había duplicado por el encarecimiento de los fertilizantes y la sequía.

El temblor económico de las elecciones

El horizonte de Nairobi, la capital keniana, confirma las estadísticas del Banco Mundial, que ha destacado a este país como una de las economías de más rápido desarrollo de África, con un crecimiento del 5,7% anual desde 2015 hasta 2019.

Por todos lados las siluetas de rascacielos, centros comerciales o bloques de edificios residenciales despuntan en el perfil urbano de esta ciudad, sede de uno de los cuatro complejos principales a nivel mundial de las Naciones Unidas, así como de numerosas empresas internacionales.

Sin embargo, Nairobi también es una de las urbes con más desigualdad económica de África, indicó la organización Oxfam Internacional, un problema agravado por la actual subida del precio del carburante.

Carestía de combustible

Las calles de urbes como la capital se llenan todas las mañanas de personas que caminan a sus trabajos, en ocasiones recorriendo decenas de kilómetros diarios, debido a la carestía de los combustibles, lo que ha provocado que el coste de las furgonetas de tránsito de pasajeros («matatus») sea inasequible para muchos.

Durante décadas, Kenia se ha distinguido como un oasis neoliberal en una región convulsa, con países vecinos que han soportado numerosos golpes de Estado, terrorismo o guerras.

Pero esta nación está levantando su impresionante crecimiento económico sobre unos cimientos débiles, que tiemblan cada cinco años por los brotes de violencia que ensombrecen desde hace décadas todas las elecciones, espoleados por presuntas irregularidades.

Los peores enfrentamientos ocurrieron después de los comicios de 2007, cuando más de mil 100 personas murieron y unas 600 mil resultaron desplazadas.

Stanbic Bank, sexto banco más grande de Kenia, advirtió de una caída de las actividades del sector privado en Kenia durante los últimos tres meses, alcanzando los niveles más bajos desde que empezaron a registrarse en enero de 2014, «por la incertidumbre en torno a las próximas elecciones» y la inflación, que «ha frenado la demanda».

Los inversores -y el país en general-, insiste este banco, contienen la respiración.




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