…»Al desastre epistemológico de una comunicación política sin arraigo en la realidad le sucede, invariablemente, un desastre político, social o militar, consecuencia de haber jugado a negar la realidad: cuando uno ignora la realidad, la realidad, invariablemente, pasa factura, se venga, pegando una patada en el trasero del individuo o de la sociedad que ha osado marginarla…». Javier del Rey.

Se considera como comunicación política la información política que se transmite y se recibe, o bien el proceso por el cual esta información es transmitida y recibida por los elementos del sistema político (individuos, grupos, instituciones). El carácter político de la información se deriva de su contenido, del efecto que pretende el transmisor, o del uso que le da el receptor. Ahora bien, podemos afirmar que la comunicación es de por sí una herramienta política.

Se ha profundizado la atomización de nuestra sociedad por diversas causas: tensión y confusión por la profusión de «aprendices de brujo» que pululan en las redes; la conversión de varios encuestadores en analistas con las consecuentes opiniones direccionadas, la determinación de los pocos medios que quedan de «escoger» cuidadosamente quienes asisten a sus programas de entrevistas, los negociantes y neo-enchufados que se dirigen a sobrevivir con el régimen…y por supuesto, el cansancio, el desapego y la indiferencia ante una dirigencia que aún no logra lo que todos anhelamos.

Desde hace mucho tiempo los medios no disponen de la exclusividad de la información; ahora la autopista informativa de los nuevos medios digitales le da la oportunidad a la ciudadanía de ser escuchadas en la esfera pública, cuando en el pasado eran ignoradas o no tenían ni la opción de colocar su mensaje. Excelente oportunidad, siempre y cuando se evite la tentación de caer en el espacio de la posverdad.

Bajo el amparo de un supuesto discurso ciudadano que se dice no politizado y apartidista, los ligeros comentaristas lapidan una y otra vez a un estamento político que a duras penas puede adversar a un régimen perverso que cuenta con una sala situacional y comunicacional que ha hecho estragos en nuestra sociedad desde que se apoderó de nuestro país.

Pareciera que hemos perdido nuestra capacidad de reacción, estamos con nuestros celulares esperando que en esas pantallitas nos indiquen cómo debemos activarnos, y así las cosas, será muy difícil generar otro tipo de dirigencia. La sanación del cuerpo social implica un largo proceso que debe partir de la inserción en la cotidianeidad y debemos evitar caer en la política como desprestigio, como expresión de iras y resentimientos. Las personas que buscan imponer su visión y sus reglas, con posiciones inflexibles y que se sienten poseedoras de la verdad, de la solución a tanto marasmo o dueñas de una supremacía moral, que pretenden rating, no hacen política ni contribuyen a ella.

Una vez quebrantada, la confianza no es algo que se pueda recobrar con facilidad, y los esfuerzos para restablecerla fracasarán si las comunicaciones son percibidas como tan solo otro intento de manipular o sesgar la información.

Si alcanzamos entender la política como acción transformadora consciente de la otredad (por el otro y junto al otro) veremos lo provechosa que puede resultar la comunicación.

Manuel Barreto Hernaiz




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