Hace pocos días, en una reunión donde se trataban ciertos aspectos pertinentes a nuestra ciudad, un buen amigo, especialista en los estudios de nuestra urbe, respondía a ciertas inquietudes que se presentaban en la deliberación, señalando la zona sur en una enorme foto aérea de Valencia, nos aclara que los habitantes de ese amplio territorio, se sienten satisfechos… Ante tal afirmación y tal vez confundidos por el cotidiano zaperoco en el cual estamos inmersos, tan solo nos viene a la mente los Rolling Stones… “I can’t get no satisfaction…He’s tellin’ me more and more about some useless information. Supposed to fire my imagination…”

Pero luego nos recordamos que, a partir de 2012, se le ocurrió a la ONU medir la felicidad en todo el mundo. Para llevar adelante tal investigación, el organismo valora factores como la salud de los ciudadanos y su acceso a atención sanitaria, las relaciones familiares, la seguridad laboral y factores sociales como la libertad política y el grado de corrupción en el gobierno. Viendo que acá se cumplía a cabalidad con todos estos aspectos, es tal la alegría del régimen que deciden abrir un ministerio más, el de la felicidad. Pero, ya las sonrisas se evaporan, pues Venezuela, luego de estar durante varios años consecutivos entre los países más felices del mundo, ha descendido al puesto 44.

Los científicos sociales definen la felicidad como un estado de bienestar subjetivo o como sentir satisfacción con la vida. En general, se considera que la felicidad tiene una dimensión básica que es subjetiva, que a su vez tiene dos componentes: Uno centrado en los aspectos afectivos-emocionales referidos a la frecuencia e intensidad de emociones positivas y negativas, con una preponderancia de las primeras- y otro centrado en los aspectos cognitivos -referidos a la evaluación de la satisfacción que hace la persona de su propia vida.

Sin embargo, para Laureano Márquez, un ser que realmente ha dado lo mejor de sí en llevarnos un poco de verdadera y sana felicidad, mediante una de las artes más difíciles del mundo –el humor – la felicidad nace de una ponderación entre la situación personal y la de la colectividad a la que se pertenece. “Si la patria de uno no es feliz, uno no puede ser feliz. Los griegos lo sabían bien, al punto de que acuñaron la palabra –idiota- para nombrar a aquellos que pensaban que progresaban a pesar de que su polis se hundía. El idiotez griego cree que puede ser feliz, independientemente del deterioro de su ciudad”… O como decía, viendo la luna Snoopy, aquel simpático perrito creado por Charles M. Schütz: Soy feliz en mi ignorancia.

Los antropólogos y sociólogos que han indagado al respecto piensan que en las culturas colectivistas, el grupo es considerado más importante que la individualidad, por lo que privilegian la armonía y el funcionamiento grupal en detrimento de las emociones y motivos individuales, de allí que la tendencia predominante sea la de mezclar la felicidad con el hedonismo, lo que tiende a conducir a la ociosidad y descontento y no al estímulo de la búsqueda de una vida mejor. Esta línea de pensamiento considera que la vida placentera llegaría a pisotear la libertad, el contento excesivo entorpecería la visión del mundo, induciendo a un espejismo de bienestar, que ignora los signos de sufrimiento y peligro, enfatizándose el individualismo que generaría una sociedad de personas egoístas aisladas.

Si bien este asunto de la felicidad ha sido muy investigado, aún se requieren más estudios que nos permitan conocer más a fondo lo que realmente es la felicidad, pues si bien es cierto que se cuentan con numerosos avances al respecto, también existen serios vacíos y muchas inconsistencias principalmente referidas a los instrumentos de medida que se han utilizado.
Ahora bien, no hemos terminado de divagar acerca de este asunto, cuando nos llega de la AFP y no precisamente para regocijo y contento la nada feliz noticia: “La pobreza aumentó en Venezuela casi nueve puntos en 2016 frente a 2015, alcanzando a 81,8% de los hogares, según una encuesta que difiere ampliamente de la cifra de 22,7% del gobierno…”
Contentos, llenos de gozo, con alegría desbordante este régimen demagogo y manipulador propició la mediocridad, el desinterés, el desapego, la baja autoestima, la negligencia, el conformismo y el temor del ciudadano, hasta con la suprema ironía de llamarle “Soberano”… De manera irresponsable, experimentó con medidas antieconómicas y populares que en un principio favorecieron al pueblo, para posteriormente condenarlo a sistemas de racionamiento; ubicando la política por encima de la economía. De manera cínica y descarada, con una sonrisa de Guasón en el rostro de su ruindad, a lo largo de estos felices años, prometió abundancia y engendró miseria, prometió libertad y engendró servidumbre.

Quedará entonces para la posteridad aquella cruda sentencia del ministro de educación, Héctor Rodríguez, quien en un arrebato de sinceridad exclamó: «No es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarlas a la clase media y que pretendan ser escuálidos»… Porque, en fin de cuentas, ignorante es aquel que se siente feliz cuando sus “líderes” deciden por él, cuando este régimen les de lo que considera cubre sus necesidades. Tal cual aquella plebe romana que se alborozaba y se sentía satisfecha cuando pedía pan y circo.
Manuel Barreto Hernaiz




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