Nelsy Durán, religiosa oblata de los Corazones Santísimos de Jesús y de María. (Foto Cortesía diario La Nación)

José Gregorio Hernández es el médico de la familia en casa de la hermana oblata Nelsy Durán, en San Juan de Colón. Dos experiencias familiares y la personal la han marcado desde pequeña.

“Cuando yo tenía aproximadamente 9 años empecé a sufrir enfermedades que ameritaban me llevaran al médico. Mi familia, siempre muy cristiana, es muy católica. Mi mamá siempre oraba en silencio. Nunca me invitaba, pero en una ocasión me dijo que le pidiéramos al doctor José Gregorio Hernández por mi salud, porque él es el médico de la familia y me cuenta la historia de salud de mi papá”

“Mi abuela, Rosa Elvira, es muy católica y creyente en Dios. Mi papá, Campo Elías Durán Parada, cuando tenía 9 años fue operado de emergencia de apendicitis en un hospital de Colón. Hace 36 años había muchas limitantes y pocos médicos en esta zona del Táchira. Pero falló la operación, hubo complicaciones y no le dejaron bien cerrado por dentro. Tres años después fue llevado de urgencia al hospital porque se complicó su estado de salud. Determinaron que se trataba de una peritonitis. Estaba totalmente contaminado”.

La abuela le contó que fueron momentos de mucha angustia. Aquel niño-adolescente, otra vez es operado. Estaba entubado, conectado a varios aparatos. No comía por sí solo. Muchos medicamentos, mucha angustia.

“El médico no daba muchas esperanzas, por lo delicado de su salud. Mi abuela, muy devota siempre, no dejaba de rezar, de orar, de pedirle a Dios por la sanación de mi papá. Ella narró que una noche, en la habitación del hospital, entre sueños y despierta, con mucho cansancio, sentada en una silla, vio entrar a un hombre de bata blanca que llevaba un sombrero. Ella dijo, es un doctor”.

Aquel hombre entró, no dijo nada. “Se dirigió hacia donde estaba el enfermo. Lo desconecta de todos los tubos. Permanece varios minutos a su lado, tal vez lo tocó. Al salir dejó en las manos de mi abuela una medallita con su imagen. Era José Gregorio Hernández”.

“Ella estaba en shock. Mi abuela, callada, observó todo eso. Pasados unos cinco minutos llega una enfermera y comenzó a pelear con mi abuela y la acusa de haber desconectado a su hijo y, por ende, se iba a morir. Ella no dice nada, aún no entiende lo que estaba pasando. Entró el médico de guardia, quien revisó a mi papá y concluyó que de haberlo dejado conectado, él se hubiese muerto. Mi abuela veía la medallita del doctor; ella guardó silencio. Y mi papá vive.”

— ¿Qué pasó con la medallita?
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— Al entender que fue un milagro de Dios, por la intercesión de José Gregorio Hernández, se organizó para ir a Isnotú, estado Trujillo, al santuario del doctor, para pagarle la promesa. Mandó a hacer una placa con la acción de gracias y allí colocaron la medallita que dejó en Isnotú. No la conservó, su gesto fue devolverla.

Hoy, 36 años después, su padre está sano. Solo queda el recuerdo de la sanación divina y, claro, el cuidado correspondiente, además de la cicatriz en el estómago.

II La sanación del abuelo

“Mi mamá me cuenta que mi abuelo materno, Jesús Alberto Gómez, debía operarse de la vesícula, hace muchos años. Él tenía mucho miedo. Era mayor de 70 años, pero el dolor era muy fuerte”, narra la religiosa.

“Varias personas le comentaron que le pidiera al doctor José Gregorio Hernández que lo operara, y a Dios para que lo sanara. Mi abuelo, con mucha fe, siempre colocaba en una mesita de noche un vaso de agua, algodón y las cosas que le indicaron”.

“El milagro sucedió. No hay mayores detalles. Los dolores desaparecieron y cuando fue al médico, luego de los exámenes correspondientes, constataron que estaba sano”.

III La experiencia personal

“Cuando niña me sentía enferma y me llevaban al médico y mi mamá siempre le pedía al doctor José Gregorio Hernández por mi sanación. Hace varios meses me sentí bastante mal. Me diagnosticaron problemas sanguíneos, había también complicaciones para respirar, dolores en el cuerpo. Eran muchas cosas juntas. Llamé a mi mamá y me dijo que le pidiera al doctor José Gregorio Hernández”.

La hermana Durán cuenta que empezó a orarle, a rezarle, a hablar con él, y se tomó la libertad de leer su historia de vida, de conocerla. “Los médicos me dijeron que tenía la sangre mala, muy sucia. No es fácil. Seguí un tratamiento médico, con la fe en Dios”, expresa.

“Mi padre está sano, y yo me siento bien. Hay cambios importantes, para bien, en la sangre. Una acción de gracias. No hay duda que el doctor me ha escuchado”, concluye.

Con información de La Nación




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