Esta pandemia, también, pasará. Pero los efectos del Covid19 han sido tan extensos –y tan inéditos- que dejarán huellas. No hay de otra. Cada uno de nosotros sabrá, quizás después de semanas, meses o años, de qué tamaño y forma son esas huellas. Sabremos si le agarramos alergia a los abrazos y a la conversa de cerquita, o si por el contrario nos apechugamos con todo el que nos pase por al lado para compensar el tiempo de encierro y distanciamiento. Sabremos si nos quedó la maña de sospechar de nuestros semejantes y darle la vuelta a los desconocidos, a más de 2 metros y con la cabeza mirando a otro lado, o si por el contrario nos quedamos más abiertos y unidos que antes por haber vencido juntos al virus que llegó de oriente. A medida que pase el tiempo sabremos si nos hemos vuelto más civilizados, más comunicativos y más solidarios o si la separación y el encierro nos enseñaron a ser hoscos, suspicaces y déjenme tranquilo que estoy intercambiando empatía con mis pantallas y mis videojuegos. No todos reaccionaremos de la misma forma, porque la variedad humana es inagotable, pero habrá unos patrones que ocurrirán con más frecuencia; habrá diferentes respuestas que se harán dominantes en los muy diversos sitios del planeta y que quizás nos harán ver el mundo de otra manera.

Las naciones llevarán lo suyo, quien lo duda, tanto por la crisis económica que habrá que superar como por las relaciones de cada una con las otras. El primer damnificado que nos viene a la mente es la expansión china y su pretendido estatus de superpotencia. Aun cuando muchas noticias estén por confirmar, no cabe duda de que el manejo opaco de la información sobre el virus y la falta de consideración por el resto de la humanidad –rasgos harto frecuentes en las dictaduras, por muy libre mercado que sean- favoreció la expansión de la pandemia y ha dañado la reputación del régimen chino hasta extremos que están por conocerse. En lo sucesivo, a muchos gobiernos y empresas en Occidente y en Asia les resultará incómodo tener de principal socio comercial a una caja negra que no enseña las cartas. Y aunque no haya opciones inmediatas de reemplazo, el mediano y el largo plazo pueden ser poco favorables para las aspiraciones globales de Xi Jinping y su corte.
Pero no es que los chinos fueron los únicos en esconder la pelota. De este lado del globo, Donald Trump insistía a finales de enero, mientras estaba en el foro de Davos, que el virus se trataba de un tema menor, con apenas un enfermo en Iowa que recién llegaba de China; hoy EEUU es el país con más contagios en el mundo, y le vienen días muy duros. El presidente de México salió en televisión, a finales de marzo, con unas estampitas de protección, y 2 días después invitaba a la gente a salir a la calle y abrazarse, desde un restaurante en Oaxaca. En España, el gobierno de Sánchez autorizó una marcha en Madrid, el 8 de marzo, de la que pudieron salir cientos, si no miles de contagiados: a la fecha, la Madre Patria presenta uno de los mayores índices de letalidad en el mundo. Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, se ha burlado en repetidas ocasiones de la gravedad de la pandemia; hoy tiene al menos 31 mil afectados que atender.

Del otro lado del espectro se encuentran los que mejor le han plantado cara a la crisis y mejor han cuidado a su gente: Corea del Sur, Islandia, Singapur, Taiwán y Nueva Zelanda aplicaron una o varias estrategias de confinamiento, reacción temprana y exámenes masivos a la población que limitaron los contagios al mínimo posible. Y luego, en la tierra de nadie, está lo que falta: la incógnita que representan los países de África y el caos que reina en Venezuela, donde las cifras oficiales –las únicas que hay- reportan apenas 200 infectados, la mitad de los cuales ya están libres de la enfermedad, y más nada. Esto, a pesar de que en el reino chavista imperan tales condiciones de insalubridad, falta de servicios públicos y escasez de alimentos, medicinas y combustible que nadie se puede creer lo que dice la sargentada. Y con los rojos al mando, el asunto puede ponerse muy feo.

Al final, la pandemia debería servir de indicador para separar gobiernos y sociedades: los que funcionan, los que mienten, los que no sirven, los ilusos y los que niegan las evidencias, por mencionar algunas etiquetas. Uno solo espera que la actuación de los gobiernos en esta crisis sea el parámetro fundamental que mida la gente a la hora de depositar su voto (donde puedan depositar el voto, por supuesto), como acaba de ocurrir con la victoria del partido oficial en las legislativas de Corea del Sur. Y que manden los mejores, en lugar de las palabras mágicas y los vendedores de milagros.




Estimado lector: El Diario El Carabobeño es defensor de los valores democráticos y de la comunicación libre y plural, por lo que los invitamos a emitir sus comentarios con respeto. No está permitida la publicación de mensajes violentos, ofensivos, difamatorios o que infrinjan lo estipulado en el artículo 27 de la Ley de Responsabilidad en Radio, TV y Medios Electrónicos. Nos reservamos el derecho a eliminar los mensajes que incumplan esta normativa y serán suprimidos del portal los contenidos que violen la Constitución y las leyes.