El Índice de Democracia que elabora la Unidad de Inteligencia de la revista inglesa TheEconomist,una referencia muy utilizada por su facilidad de lectura y su consistencia, establece una puntuación de 1 a 10 para la calidad de la democracia en cada país en el que se mide. Para llegar a su calificación final, el índice contempla parámetros como la calidad de los procesos electorales, el grado de respeto a los derechos civiles y el nivel de cultura política de la sociedad. Una puntuación de 8 a 10 (10 es el máximo) es considerada como propia de una democracia plena; de 6 a 7,9 puntos se trata de una democracia deficiente; de 4 a 5,9 es un régimen híbrido a mitad de camino entre democracia y dictadura, y por debajo de 4 es un sistema autoritario, sin más adornos. En América Latina y el Caribe, según los índices de 2021, solo habría dos democracias plenas, que serían Uruguay y Costa Rica con calificaciones de 8,85 y 8,07 respectivamente,y en todo el continente americano apenas habría una tercera democracia plena, Canadá, pues el sistema de EEUU se califica como una democracia deficiente, con una puntuación de 7,85. Venezuela, quién lo duda, está de última en la región con una calificación de 2,76.

El promedio del índice en los países de América Latina es de 5,83, apenas un poco por encima del promedio mundial que es 5,28. Y no solo el puntaje es bajo, sobre todo para una región que se supone parte de la civilización occidental y de sus valores, sino que en los últimos años ha ido disminuyendo de forma significativa: de un promedio en 2006 de 6,37, correspondiente a una democracia deficiente, en 2021 bajó a 5,83 para situarse en el terreno de los regímenes híbridos. Y en estos números no se incluye la victoria de Gustavo Petro en Colombia ni la deriva autoritaria que se ha acentuado en varios gobiernos del patio durante los últimos meses.

Las cifras de TheEconomist coinciden lamentablemente con las encuestas que dio a conocer en fecha reciente el Barómetro de las Américas, una organización dedicada a medir sistemáticamente el comportamiento y los valores democráticos en el continente. Y las noticias no son buenas. La gente cada vez es más escéptica con la democracia como forma de gobierno y manifiesta su inconformidad eligiendo a personajes posicionados fuera de las tendencias políticas tradicionales –buscando más hacia la izquierda, para beneplácito del foro de Sao Paulo- y con poca o ninguna experiencia de gobierno. A veces, como está sucediendo en Chile y Perú, el soberano se decepciona de su decisión en el muy corto plazo y lo manifiesta con un sentimiento mayoritario de rechazo, aunque el mandado ya esté hecho y haberlo pensado antes. Y con demasiada frecuencia, el elegido que prometía resolver los problemas y asegurar la felicidad de la gente se convierte en un lastre que no resuelve nada y encima quiere quedarse para siempre en el palacio de gobierno.

¿De dónde viene este pleito de la gente con un sistema que, como decía Churchill, es la peor forma de gobierno a excepción de todas las demás que se han inventado? Pues viene de muchos cauces, empezando por el pensamiento mágico y el personalismo tan comunes en estas tierras. En lugar de confiar en la mejora continua de un proceso y unas instituciones y de darle chance a las reformas, la gente se cansa de esperar por el paraíso que piensa que se merece y asume que habrá que cambiarlo todo para que pase una vaina. Y ese “todo” incluye olvidarse de las abstracciones y darle el poder a unos iluminados y desconocidos parlanchines para que transformen en unos meses lo que lleva intentándose por muchos años, con mayor o menor éxito. El experimento, por supuesto, rara vez funciona, y como resultado la cuesta hacia el progreso se hace más larga y más empinada.

Otro factor de peso en la pérdida de favor de la democracia es el uso que se le da al voto como arma de venganza y castigo, y no como herramienta para escoger a los mejores.En la pelea electoral entre la meritocracia y las vísceras, parece que el hígado manda más que el cerebro, lo que estaría muy bien para ser fanático de un equipo de béisbol pero no para escoger entre candidatos de gobierno. Al final, lo que uno intuye es que la democracia, por aquí, como que no fumea. O será que el concepto de democracia que se maneja es una mezcla exótica de elecciones,antipolíticay caudillismo que no termina de cuajar porque, en realidad, los ingredientes no son compatibles.




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