El balance de los 40 años de democracia que transcurrieron de 1958 a 1998 puede calificarse de mixto;o agridulce, por la mezcla de logros y fracasos. El sector público trató de hacer su trabajo y cumplió su tarea con mayor o menor puntería, con mayor o menor eficacia, con un poco de corrupción aquí y un poco menos por allá. Y por supuesto que se pudo aspirar a más. Sin embargo, si bien fallaron en el intento de poner al país en la ruta firme del desarrollo, y aunque fueran medio populistas y dieran dos pasos adelante y uno atrás, la intención de las administraciones democráticas fue mejorar lo que había y dejar algo hecho, dentro de un repertorio reformista que se correspondía con la moderación ideológica de AD, Copei o el MAS. Y mucho se hizo; o que lo digan los millones de venezolanos –inmigrantes y nativos- que vieron mejorar su nivel de vida, sus posibilidades de progreso y el de sus familias entre los años 50 y el final del siglo.

Es innegable que a partir de la década de los 80 parecía que se estiraba el túnel, que el futuro venía incierto, que los gobiernos dejaban más desorden del que encontraban. La pobreza se multiplicaba y los salarios se reducían. La gente notaba que el país iba a peor y buscaba soluciones, pero siempre mirando hacia afuera –el culpable externo- y nunca hacia adentro ni con sentido autocrítico. Casi nadie se detenía a pensar que el freno a la prosperidad y el desarrollo no era exclusivo de los ocupantes de Miraflores ni de los que hacían vida en el Capitolio, sino que era la sociedad entera, con su democracia epidérmica, su populismo y su afición a las expresiones de fuerza la que no permitía que el juego se abriera.

La sociedad que acabó con el único intento de modernización ensayado en Venezuela después de la década de los 60 quería azotar al gobierno y a los partidos, cuando debió darse cuenta –porque las evidencias sobraban- de que la crisis tenía compinches en todas partes, más allá de la política: dentro de los gremios, en los medios de comunicación, en las empresas y en el pueblo llano. El país necesitaba reformas, cambios culturales, profundización de la democracia y replanteos de fondo en cuanto al rol del Estado en la vida de la gente y en la economía. Pero siguiendo el dictamen de la motivación colectiva de poder, la reforma y el gradualismo dejaron de ser opciones y se llegó a la conclusión de que había que empezar por castigar a alguien y que el castigador más adecuado sería una bota militar. Se decidió, como en una noche de juerga, entregarle el país a unos advenedizos que terminaron castigándonos a todos.

La leyenda negra que se montó sobre la última República,la que tanta gente compró a pesar de haber disfrutado de muchos de sus beneficios, se cayó de platanazo con la realidad de esta segunda y tercera décadas del siglo XXI. Si hay una mentira originaria que endosarle a los rojos es la que le contaron a tanta gente –y tanta gente se creyó y se sigue creyendo- sobre lo que era el país antes del chavismo. La verdad objetiva es que los años de democracia quedan como el paraíso terrenal al compararse con lo que vino a partir de 1999, pero hasta que se cayeron los disfraces y quedó en evidencia la calamidad que salía desde los centros del poder chavista, ya buena parte del daño estaba hecho y el régimen se había atornillado a todas las sillas desde las que se tomaban decisiones de importancia.

A finales del siglo XX, en Venezuela había desigualdades económicas y sociales que no se correspondían con un país de población escasa –para su tamaño- y abundantes recursos. El Estado no era un dechado de eficiencia. El nivel y la calidad de vida de la gente, al igual que parámetros críticos como la seguridad personal y las oportunidades de ascenso social, se habían deteriorado desde la década de los 80. Pero aún regodeándose en los problemas y reconociendo la poca capacidad, no solo de los gobiernos sino de toda la sociedad, para hacer entrar al país en una etapa de recuperación sostenida y sostenible, no hay forma de justificar la selección del chavismo como opción de gobierno, por mucho que haya opinadores que traten de suavizarle la culpa a lo que, en esencia,fue un error histórico del soberano. No hay argumentos racionales cuando se dice que la elección de Chávez fue una reacción lógica de la gente ante los gobiernos anteriores, porque no hubo lógica en el absurdo de entregarle el país al chavismo.

La revolución quería terminar con lo viejo y reemplazarlo por un sistema nuevo, por una forma distinta de gobernar, por un Hombre Nuevo. Chávez y su corte venían a acabar con el status quo, pero sin tener idea de lo que venía después de las ruinas. A lo Pol Pot. Nunca tuvieron –ni tienen- las neuronas ni la intención ni los conocimientos para mejorar nada de lo que se había hecho en Venezuela durante el siglo XX. Van 23 años, y contando.




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