Si bien algunas universidades venezolanas, en especial las privadas, han logrado sortear las dificultades y se han adaptado a la educación virtual, la realidad es que el contexto venezolano, caracterizado por cortes diarios de electricidad, un internet que va y viene como las olas y los altos costos de equipos tecnológicos, han visibilizado una desgarradora brecha tecnológica que impide que todos puedan beneficiarse de las bondades de las máquinas en sociedades como la nuestra.

En este contexto, la educación superior pública está casi paralizada. Con salarios profesorales que rondan los diez dólares mensuales, resulta complicado dictar clases a través de teléfonos inteligentes y pagar un plan de datos que va a la par de la inflación. Ni hablar de la situación de los miles de estudiantes del sistema universitario público, cuyas familias, en su mayoría se encuentran en ese 87% de venezolanos que vive en situación de pobreza, revelado por los estudios de ENCOVI que datan del año 2018. Además, experimentan la fuerte crisis de servicios básicos que evidentemente influye en los procesos educativos: meses sin gas doméstico, agua, señal ilimitada y poco acceso a Internet.

La educación privada a pesar de las adversidades ha llevado adelante el año académico. Google Classroom, Moodle, entre otras plataformas, sustituyeron las aulas físicas y los profesores tuvieron que adaptarse rápidamente a estas herramientas. No obstante, el resultado exitoso de estos procesos nuevamente recae en la conexión a Internet. Por ejemplo, con una señal intermitente, las aulas de Classroom no abren. La situación llevó a estas casas universitarias a implementar normativas estableciendo clases asincrónicas y flexibilización en las entregas, para que todos los estudiantes resulten beneficiados.

A esta realidad sumamos que hay estados del país donde la conexión resulta no menos que patética, la descripción no es de sorprender cuando de acuerdo a Speedtest Global Index, Venezuela tiene la peor conectividad de América Latina con 3,6 Mbps. Para que veamos la diferencia, en la vecina Colombia es de 19,7 Mbps. Indudablemente que hablar de igualdad de oportunidades en este contexto sería una burla. La brecha tecnológica se acentúa y los abismos comunicacionales están presentes en cualquier parte del país: unos están recibiendo clases y otros no;unos tienen medianamente acceso a Internet, otros viven en zonas en las que las operadoras telefónicas funcionan mejor que otras; algunos pueden reparar equipos obsoletos para lograr la conexión, otros tienen la suerte de contar con equipos inteligentes más funcionales.

A pesar de la emergencia, no se observan iniciativas gubernamentales para paliar la situación. La política de Infocentros y entrega de canaimitas quedó en el pasado, razón por la cual, la apropiación social de las tecnologías deinformación y comunicación advertidas por el norteamericano Robert White, son una utopía en Venezuela, lo que obviamente nos pone en desventaja en relación a otros países de la región. Pareciera que a nuestros funcionarios se les olvidó que, si la sociedad del conocimiento quiere abrirse a la pluralidad democrática, deberá fomentar la participación y empoderamiento tecnológico de la población, pero en especial, los sectores más vulnerables económicamente hablando.

Aunque la realidad nacional es realmente difícil las reservas morales universitarias de este país también se han visibilizado en tiempos de pandemia. En especial la de profesores que como decimos en criollo “le han echado un camión” y mantienen intacto su compromiso con la educación. Aplaudo a algunos colegas que pasan el día en plazas públicas, en las que pueden conectarse a redes de wifi gratuitas. Conozco docentes que, de igual forma, dictan clases desde las escaleras de sus edificios, aprovechando una que otra red disponible porque carecen del servicio. O estudiantes como María, que únicamente logra la conexión en el techo de su vivienda y ahí sube para disfrutar de la interacción con profesores y compañeros.

Como lo expuse al inicio del texto, la pandemia visibilizó y profundizó la enorme brecha digital presente desde hace años en Venezuela. Las universidades que han alcanzado cumplir con sus metas en plena virtualidad, lo han conseguido gracias al esfuerzo mancomunado de autoridades, docentes y estudiantes, no del Gobierno. En fin, nos queda a los docentes universitarios, a pesar de la adversidad, seguir en la búsqueda plena de la humanidad como lo dijo Paulo Freire, con miras a alcanzar una sociedad en comunión y solidaria.




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