El economista austríaco Joseph Schumpeter popularizó el término “destrucción creativa” para describir el proceso por el cual desaparecen (se liquidan, quiebran o pierden el favor del público) las organizaciones viejas y desadaptadas al entorno, para dejar espacio a formas distintas de agruparse, de generar valor o de gobernar. Son los cambios sociales, tecnológicos y políticos obligando progresivamente a aplicar esquemas nuevos por sobre la sabiduría tradicional del pasado. Es la supervivencia de las especies que mejor se adaptan al cambio (Darwin dixit), junto a la extinción de las menos exitosas en ajustar sus habilidades, y eventualmente sus genes, a un hábitat inestable.

En el otro extremo de la destrucción creativa, que a pesar de su falta de piedad es fuente de progreso y evolución -al menos en la tecnología y las organizaciones-, está la destrucción salvaje, la que arrasa por incompetencia, psicopatía o simple odio. La destrucción primitiva que no reemplaza lo destruido por nada nuevo, sino por las ruinas que va dejando a su paso. El caballo de Atila. El chavismo venezolano, y poco más. Atila estaba en guerra contra el Imperio Romano. El régimen chavista no ha tenido guerras con nadie, excepto contra el mismo país que gobierna desde hace 20 años.

Entre las víctimas más dolorosas de la dictadura, tanto por su tamaño y valor como por lo que una vez representó para Venezuela, figura PDVSA. Se acabó la que fue la quinta empresa petrolera del mundo –o tercera o novena, pero siempre dentro del top 10- y cuyo dueño, para fines prácticos, era el gobierno. La quebraron o desapareció; ya no importa. El hecho es que dos décadas de ignorancia, incompetencia y corrupción arrasaron con un valor del orden de cientos de miles de millones de dólares. Y hay hasta una fecha “oficial” para el fin de PDVSA: a principios de 2003, cuando Hugo Chávez despidió de un manotazo a 19.000 empleados –la mitad de la nómina- luego de una huelga en protesta por el manejo sesgado y poco profesional del gobierno hacia su principal industria. PDVSA, como Jimi Hendrix, Janis Joplin y Amy Winehouse, duró 27 años.

En algún momento habrá que reconstruir a la petrolera –después de que salga la dictadura, claro está- porque existen 300 mil millones de barriles de reservas enterrados en el subsuelo que habrá que sacar y monetizar antes de que sean destruidos, esta vez creativamente, por la evolución tecnológica. Pero queda pendiente la tarea de diseñar a la nueva PDVSA (o el nombre que se le vaya a dar) para que pueda resistir los ataques de un eventual gobierno interventor, dentro de 10, 15 o 30 años. Se debería comenzar por poner el negocio en manos privadas, tanto la operación como una parte de la propiedad, y producir a chorro abierto. Pero con eso no basta. A mediano y largo plazo, hay que garantizar el blindaje de la organización ante expropiaciones y nacionalismos extremos; así como hay que blindar al país contra otra revolución bolivariana.




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