En este mundo nuestro que no para bajo influencia de gente compleja, ocurre que al hacer alguna crítica o propiciar una mejoría, no logramos concretar ni sabemos decidir, si lo que nos conviene es hablar o callamos!
Nuestra salida, entonces, es quedamos callados, concentrados, ensimismados, en expectativa, en la profunda consciencia. ¿Qué hacer nos queda?
Pero NO nos engañemos. Menos aún: ¡No perdamos el control ni el optimismo, porque la cuestión de cuándo hablar o cuándo callar, puede llevarnos al mal vivir de las angustias de estas complicadas ocasiones!
¿Será por eso que a veces buscamos “cerrar el pico”; no hablar, como se dice en lenguaje callejero? Difíciles momentos, a veces cargados y temerosos, sin saber qué hacer ante una confusión.
¡No preocuparnos, porque quizás no haya ni angustia, ni ansiedad!
Saber hablar a tiempo y en el momento oportuno, puede servir de gran ayuda, y hacer bien tanto a quien habla como al que lo recibe (escucha).
Ocurren estos juegos de indefensiones al hablar, después de expresar (o callar) con carga anímica intensa, que "no debió decirse o callarse”. ¡Son las inesperadas incongruencias de la comunicación humana!
¿Les ha quedado aclarado este vaivén del hablar o callar?
¡Cosas del hablar corriente, como del dormir y soñar!
Sabernos callar, cuando la otra persona no está preparada para recibir un consejo o un reproche, es un acto de una gran sabiduría, además es un prodigio del arte y de útiles recursos, para desviar la atención; y esto, no tiene precio.
Una efectiva verdad se ha remarcado muchas veces: "El hecho es que todo ser humano debe estar siempre preparado para escuchar, aunque se haya mantenido tardío y evasivo para llegar al buen hablar".
Oigan este siguiente argumento: "El necio más sabio, cuando se calla en furioso silencio, es como si se contara el cuento de otro sabiondo más; y el que cierra sus labios para no ser entendido, quedará como mudo".
¡Valor, pureza y mensaje, en esas precisas líneas!
Estemos de efectivo y total acuerdo, amigos, conque: “La palabra que se nos haga llegar a su debido tiempo (o callar), ¡cuán buena es!". Y en cada caso, no nos quedarán dudas sobre sus beneficios…
¡Así pues y sencillo, además, practiquemos comunicarnos a través de la palabra, sobre todo con el intermediario del silencio que habla, tan profundo cuando nos encontramos en la mayor calma y una actitud de cordura!
¡Podemos ver qué hacer en situaciones incómodas!
Por ejemplos hay muchos: ¡Callarnos cuando nos acusan puede ser astucia, pero también es heroísmo, pues los acusadores no buscan la verdad, sino derribarnos y apartarnos de ella!
Piensen en todas estas cosas: ¡Callar cuando alguien nos insulta es amor! Y que pregunten a las madres, que sufren los reproches de sus hijos adolescentes; callar las propias penas es sacrificio, pero se hace por amor; callar de sí mismo es humildad, y es la mejor forma de aprender y crecer en sabiduría;
Callar a tiempo es prudencia; callar en el dolor es penitencia; callar palabras inútiles es virtud; callar cuando hieren es nobleza, puesto que no consiguen rebajarnos de nuestra dignidad; callar defectos ajenos es benevolencia, los demás son críticas que desvían la atención de los defectos propios.
Sin embargo, callar debiendo hablar es cobardía, pues con el silencio se ha condenado a prisión o a muerte a quienes luchan por causas sanas, familia y patria. ¡Aprender primero a callar, para luego hablar con acierto es la idea! "Si hablar es plata, callar es oro", dice un viejo refrán.
Las palabras, los silencios, la paz, y la calma, se relacionan con nuestros pensamientos, pero más a fondo con nuestro cerebro. "Porque según el dominio de la consciencia en muestro cerebro, y nuestro temple y vida, así somos".
Algo muy importante, en otras palabras: “Somos lo que pensamos de nosotros”. “Esto es así, porque del cerebro, exigido en la fuerza (en bombear) del órgano cardiaco, salen tantos los malos como los buenos pensamientos".
Y no olviden, para corregir el error que tanto se ha cometido, y para poner cada cosa en su lugar adecuado, que NO es en el corazón donde se generan, se “alojan”, y permanecen activas nuestras emociones (buenas o malas).
Debemos lograr un equilibrio necesario, maravilloso, manejable, entre hablar y callar. Ya lo hemos dicho: que tanto puede uno pecar por defecto, como por exceso. Podría ser una norma prudente callar; y callar, por lo general, cuando los demás quieren hablar; y siempre hablar, cuando otros desean escuchar.
Lo dicho acá (casi), se hace en día afirmativo. ¡Como debe ser!
Hernani Zambrano Giménez, PhD