Régimen de los mediocres

 

"Hay épocas en que el equilibrio social se rompe a favor de la mediocridad. El ambiente se torna refractario a todo afán de perfección, los ideales se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida. Los gobernantes no crean ese estado de cosas: lo representan....".

Estas ideas las expone José Ingenieros en El Hombre Mediocre, un libro publicado en 1911. Ha transcurrido más de un siglo y aquellas palabras de Ingenieros resultan tan vigentes, al percatarnos de cómo la mediocridad general ha colmado todos los espacios de nuestra vida institucional.

En tanto la otrora joya de PDVSA, la Refinería Amuay, arde en llamas, escuchamos a Maduro, en su fastidioso distractor de la realidad – a sabiendas que ésta, hace rato le alcanzó- con una perorata que raya en la necedad, que no es otra cosa que la falta sensatez y por supuesto, una elevada mediocridad…: "Una reingeniería de todas las empresas de agua que hay en el país para darle un nuevo empuje (...) bajo el ojo de ustedes…”

Y el público, seleccionado y remunerado, aplaude sin preguntarse qué será eso de reingeniería. Bien lo anotaba Ingenieros en su obra: el mediocre es un equilibrista, y aclaramos, equilibrista por cierto, no significa equilibrado; a pesar que en sus acostumbradas danzas, con las que suele acompañar su incontinencia verbal, trata de darle ritmo a la tragedia que acaba de acontecer.

Y sigue la puesta en escena: “Estoy denunciando una intervención para convertirnos en neocolonia”… Y los secuaces muestran un rostro de angustia, como si les hubiesen anunciado que el “Dia D” se está dando en Cata y Morrocoy a la vez.

Sostienen los especialistas que la insensatez es lo que provoca la mediocridad, y presentan como características fundamentales la inseguridad y la búsqueda de excusas que siempre se apoyan en la descalificación del otro, la culpa siempre es de otros, presentándose esta actitud fundamentalista, que lo encierra en la convicción de que él posee la verdad, la luz, y su adversario el error, la oscuridad. El mediocre no logra liberarse de sus resentimientos, que siempre desnaturalizan a la justicia.

Así las cosas, podemos entonces sostener que nos gobierna un régimen mediocre, que en su peligroso intento de igualar por lo más bajo, de sustituir la calidad por la cantidad, de habilitar a los peores y apartar a los mejores, nos ha arrastrado a la imprecisión, a la corrupción desenfrenada, a las promesas demagógicas y populistas de imposible incumplimiento, a las alocadas invasiones y expropiaciones, mediante un intervencionismo económico y un disparatado patriotismo que tan sólo ha logrado dividirnos como pueblo.

Más de diecisiete años de mediocridad que llevaron a nuestro país a la miseria, a la hambruna. Más de diecisiete años de ridículo internacional, de lamentables alianzas y de pactos con quienes no creen en el Estado verdaderamente democrático; de falta de respeto a los ciudadanos, de negación de la realidad, de improvisaciones y disparates, puesto que no existe nada que odien más los mediocres que la superioridad de talento: ésta es la verdadera fuente del odio, y por eso, ahora arde Amuay... y por eso, que paradoja tan absurda: ¡un país petrolero no tiene gasolina!

Más de diecisiete años sin verdadera y sana creatividad, donde no se promovió la excelencia, donde se execró la productividad. Más de diecisiete años de absoluta politización de la vida diaria, de continuas incoherencias y contradicciones, en que los ciudadanos han perdido la esperanza porque no ven alternativa. Resulta tal su mediocridad que ni siquiera entiende muy bien qué ha sucedido, ni cómo es posible que hayamos llegado a esta situación, ni alcanza a comprender qué ha fallado, ni mucho menos qué se debía hacer… A este régimen de los mediocres el país se le escapó entre las manos sin saber qué hacer.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Manuel Barreto

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