La noche del 24 de diciembre fue como cualquier otra en casa de Alexander Ruiz. La cena fue modesta. No hubo ni refresco ni vino. La hallaca y la ensalada se hicieron con lo que se consiguió. “El pan de jamón pasó de largo porque estaba muy caro”. Han sido navidades difíciles para el hombre que, la mañana del sábado 31, recorría las calles fuera del mercado periférico de La Candelaria. “Este año no solo nos quitaron las tradiciones, sino las ganas”.
Ruiz asegura que tiene un buen empleo como funcionario de seguridad. Pero en la Venezuela hiperinflacionaria eso no garantiza que las fiestas sean felices. Tiene una hijastra a la que confiesa que no pudo dar todo lo que quería. Lo que quizá más le preocupa es que otro hijo le viene en camino en 2017. “No te lo voy a negar, yo gano bien, pero con todo y eso no me alcanza”.
El kilo de uvas cuesta entre siete mil y 10 mil bolívares en el sur de Valencia. Varios comerciantes consultados no habían logrado vender lo que tenían exhibido. En cambio, la gente optará por comer mandarina este 31 de diciembre. Se cambia una comida por otra para mantener la tradición, dijo uno de los vendedores. “Mandarina, mandarina a mil” se escuchaba por todo el mercado.
La gente en Venezuela no puede seguir haciéndole caso a los políticos, dice el vecino de Ricardo Urriera, al sur de Valencia. “Todo se ha transformado en una guerra del ‘yo le digo’ y ‘tú me dices’”. Parece que al final se terminan entendiendo. “A nosotros nos toca es trabajar”, reafirma Ruiz.
Había una promesa de abundancia: la bolsa de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP). Pero en su comunidad no llegó el pernil. “La gente tenía que mandar a picar el pernil en dos”. Fue una burla. “Maduro no sabe la corrupción que hay, y es gente de él mismo”. El presidente reconoció hace menos de una semana desde Carabobo, que de los cuatro millones de kilos de pernil que el Ejecutivo iba a repartir solo se había entregado la mitad.
Vestimenta, inaccesible
Fueron menos de 15 segundos. Una mujer entró a la tienda y cruzó a mano izquierda. Se detuvo de frente a la cesta que se veía a través de la vidriera y que exhibía ropa interior amarilla. Es un moda utilizarla estos días, pues queda menos de un día para el fin de año. Una de las tradiciones, entre muchas, consta de usar ese color debajo de los pantalones para atraer prosperidad.
Observó, manoseó algunas y cuando vio la etiqueta puso todo de nuevo en su sitio: dos mil 800 bolívares por una prenda con calidad cuestionable. Los tiempos de derroche quedaron atrás. Un brasier amarillo cuesta entre ocho mil y 12 mil bolívares, dijo una buhonera del centro de Valencia. “Para nosotros tampoco habrá fiesta”.