Cuando Cristóbal Colón pisó tierras americanas, en lo que se considera uno de los ejemplos de difusión forzada más grandes de nuestra historia, nació el “indio” como categoría colonial, entre otras justificaciones, para reagrupar a colectivos que de alguna manera fueron considerados por el discurso imperial europeo como seres de menor rango, infieles y bárbaros. En este sentido, el antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla, considera que la categoría indio denota la condición de colonizado. Así comenzaría a escribirse una historia manchada con sangre, en la que millones de “indios” fueron exterminados, incluso, desde la óptica religiosa, los habitantes de América fueron considerados herejes e idólatras, que podían superar esa condición con la conversión al catolicismo.

La mirada al indígena fue tan cruel que llegó a dudarse de su condición de humanos. Pero esta categoría socio-histórica se mantuvo estática, incluso después de las luchas independentistas de Bolívar, Santander y San Martín, que con el tiempo alcanzaron la consolidación de Estados nacionales. El ya citado Bonfil recalcó la continuidad de estas relaciones coloniales, por lo que la fragmentación del imperio español no mejoró la condición del aborigen. La historiografía relata como la estructura social de las nuevas naciones, conservó la penosa clasificación, por lo que fue tejiéndose una lucha en el continente por alcanzar derechos negados durante siglos.

Incluso, las técnicas colonizadoras fueron evidentes ya avanzado el siglo XIX, cuando algunos Estados comenzaron su expansión territorial y para ello tenían que deshacerse de los indígenas. Bonfil recuerda como ejemplos el Oeste de Estados Unidos, famoso en las representaciones de Hollywood de blancos contra indios; la expansión argentina que ocupó la Pampa y la Patagonia. En otros países como República Dominicana, la dictadura de Trujillo exterminó al indio por considerarlo un ser inferior. Un ejemplo nuevo está relacionado al Amazonas, área compartida por varios países, donde ante la mirada silenciosa de algunos gobernantes, buscadores de oro acaban con parte del hábitat de grupos como los yanomamis, que comparten la frontera entre Brasil y Venezuela.

Estos hechos demuestran que la actitud de conquista se mantuvo y se mantiene en la actualidad, a pesar de los objetivos alcanzados por los movimientos indígenas em los países de la región.  Al respecto, debemos destacar que entre 1980 y 1990 el movimiento indígena incrementó su visibilidad. Fueron, de acuerdo a Rodolfo Stavengaven,  “deconstruyendo el discurso del americanismo como una forma disfrazada de colonialismo intelectual y cultural”. De esta manera, el indígena se hizo presente en la vida pública y comenzó a alcanzar ciertas reivindicaciones que mejoraron en algunos aspectos su presencia en la esfera social, aunque esto no sea sinónimo de calidad de vida. Stavengaven recuerda parte de estos puntos a favor. Por ejemplo, los cambios constitucionales en los que se reconoce al indígena como un ser con derechos. Colombia, Bolivia, Ecuador y Venezuela consagran en sus textos este reconocimiento.

En el caso venezolano, la Constitución de 1999 en su artículo 119 establece “El Estado reconocerá la existencia de los pueblos y comunidades indígenas, su organización social, política, económica, sus culturas, sus costumbres, idiomas, religiones, así como de su hábitat y derechos originarios sobre las tierras que ancestral y tradicionalmente ocupan y que son necesarias para desarrollar y garantizar sus formas de vida”. En Venezuela, se escogían directamente tres diputados indígenas a la Asamblea Nacional, pero recientemente el régimen cambió las reglas y dejó la escogencia de estos representantes a asambleas y delegados, violando prácticamente el derecho al sufragio a estos grupos.

En el ámbito internacional se alcanzó el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, la Declaración de los Derechos de los Pueblos indígenas, foros permanentes de discusión en Naciones Unidas, entre otros. Si se hace un balance, se han dado pasos importantes, pero se deben reforzar espacios y mantener la presión para que los gobiernos asuman mayor compromiso y contribuyan realmente a mejorar, por ejemplo, los tristes índices de desarrollo humano de los pueblos originarios de América.




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