Señor Claudio Nazoa,

Diario «El Carabobeño»:

 

Me sorprendió gratamente la carta que en días pasados le publicaron a un zancudo en este prestigioso diario. Me encanta que a los insectos nos den la oportunidad de expresarnos de manera digital y a través de la web.

A lo mejor, señor Nazoa, usted me conoce sin que sepa mi nombre. Yo soy la famosa hormiguita que se casó con el elefante. Llevo una vida de pareja bastante activa, como diría nuestro amigo y sexólogo el Dr. Rómulo Aponte.

Todo comenzó, como ya es harto conocido, el día en el que intenté cruzar el río. Lo que nunca se dijo de ese cuento es que «Ele» (así le digo por cariño) y yo, teníamos más de un año «saliendo», pero el morbo de alguna prensa amarillista inventó la vulgaridad de que a mí me mandaron a bajar la pantaletica.

Antes de enamorarme de Ele, yo había tenido una relación bastante estable con un apuesto bachaco culón llamado Katara. Él fue un bachaco bastante bueno conmigo. No tengo quejas de su comportamiento como bachaco, pero para mí es muy importante, y lo diré sin tapujos, la sexualidad. Y en eso sí es verdad que Katara estaba fallo. Figúrese señor Nazoa, que con él pasé de ser una hormiguita ninfómana, lujuriosa y extremadamente sensual, a transformarme en una  hormiga frígida. ¡Fue horrible!

en ese hormiguero había una reina que también era ninfómana

Todo comenzó a fallar el día que Katara consiguió trabajo de obrero en el mismo hormiguero donde yo vivía. Lamentablemente, en ese hormiguero había una reina que también era ninfómana. Ella se raspaba a cuanto bachaco obrero se le atravesara. Por eso cuando Katara llegaba a la casa, ya no quería nada conmigo.

Poco a poco yo también fui perdiendo el interés por él. Así que decidí visitar al doctor Rómulo Aponte.

Allí, en la sala de espera del consultorio, conocí a Ele. Era un paquidermo ¡magnifico y muy varonil! Su piel áspera y gruesa me excitaba. Para mí era difícil disimularlo. El pobre Ele estaba enfrentando problemas sexuales porque descubrió, in fraganti, a su esposa montándole cacho nada más y nada menos que con un burro sabanero que tenía fama de morboso.

¡Ay!, señor Claudio, ¡si le cuento! Aquello fue un flechazo desde el primer momento. Él me veía… Yo le veía… aquella trompota tan grande y pues… no pude dejar de ruborizarme. Mi imaginación comenzó a volar.

Conversamos, nos gustamos, nos pusimos de acuerdo, y al día siguiente nos citamos en una cafetería. Recuerdo que yo me comí dos o tres granitos de azúcar y él, tan grande, bello y fuerte, se comió doscientos kilos de maní y seis tobos de paja.

Comenzamos a salir casi todas las tardes hasta que decidimos separarnos de nuestros respectivos cónyuges. Fue entonces cuando juntos, decidimos regresar a la consulta del doctor Rómulo Aponte, a quien por cierto todo le parece bien. Él consideró de lo más normal nuestra relación y usted sabe señor Nazoa, que a los sexólogos, todo les parece normal y lo llaman opción sexual.

Lo más difícil de nosotros como pareja fue… bueno, usted sabe… y si no sabe se lo imagina. Pero en fin, poco a poco y con ejercicios pélvicos que practico a diario, ha mejorado nuestro ejercicio de la función sexual, tal como le doctor Aponte le llama a follar.

El caso es que me animé a escribir esta carta para limpiar mi reputación y aclarar, de una vez por todas, el penoso incidente de la pantaletica.

Sí. Es cierto, él me pidió que me la quitara, y yo me la quité. Pero fue porque quise. Ya basta de que Ele siga quedando como un vil sádico que violó a una inocente hormiguita.

Señor Nazoa, espero que publique mi carta en el diario El Carabobeño. Le estoy enviando copia al Papa Francisco ya que a él todo le parece bien, para que proteja y defienda mi libre opción sexual, a la que tengo derecho como cualquier hormiguita hembra.

Gracias no, señor Nazoa, usted sabe lo que tiene que hacer.

Se despide de usted:

Hormi de Fante




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