Cuando una persona se encuentra acorralada por una serie de dificultades provocadas por ella misma, cuando percibe que, a raiz de todo eso, el mundo con el cual está en contacto se le ha puesto adverso y hostil, puede tener dos tipos de reacciones : La primera es reconocer la equivocación cometida, recapacitar y corregir el rumbo, tratando de hacer tesoro de esa amarga experiencia vivida. Normalmente es la manera de actuar de una persona inteligente, sensible y que demuestra tener  una gran nobleza de ánimo. Cualquiera puede equivocarse pero uno es “hombre verdadero” no por no haberse equivocado nunca, sino por haber reconocido su error y haber recapacitado.

La segunda reacción, en cambio, es dejarse dominar por la desesperación, un sentimiento negativo que engendra agresividad, violencia, un rechazo total hacia los que no comparten su opinión, atizando así, de una manera sumamente peligrosa, adversión y odio entre la gente que lo rodea. Yo no soy sicólogo como para poder calificar si es justo o no ese comportamiento del ser humano sin embargo, conociendo personas víctimas de esa patología -porque de auténtica patología se trata- creo poder afirmar que esa desesperación que produce violencia, agresividad, insolencia hacia el prójimo, por lo general es fruto de una arrogancia y de un engreimiento  sin límites, arrogancia y engreimiento que nos llevan a la conclusión de que lo que decimos nosotros y sostenemos nosotros, siempre y en todo momento es correcto mientras que lo que dicen y sostienen los demás, siempre y en todo momento está equivocado. Claro está que ese tipo de reacción, desagradable pero muy frecuente en la vida de todos los días y causa primaria de tantos problemas en la sociedad en la cual vivimos, no ocurre solamente en nuestra cotidianidad, en el trabajo, a nivel familiar, sino también y sobre todo  en el ambiente político. Y no podría ser de otra manera ya que la política está hecha por hombres, con todas las cualidades pero también con todos los defectos de un ser  humano.

Ejemplo típico de lo que estoy diciendo es, con referencia al momento gravísimo que está viviendo la Venezuela de hoy, la reacción del gobierno frente a las manifestaciones y a las protestas de una oposición mayoritaria que quiere buscar una solución democrática a ese atascamiento económico, administrativo, laboral, político y moral que confronta el país. Porque protestar, hacer una huelga, disentir dentro de los límites permitidos por la ley son todas manifestaciones legítimas enmarcadas en un cuadro constitucional y que en un país democrático no solamente deben ser permitidas sino representan la esencia  de una auténtica democracia. Ahora bien, frente a esa serie de manifestaciones, la reacción del gobierno ha sido de una incomprensibile “desesperación”, pretendiendo desconocer esos derechos arriba mencionados, tachando de “golpista y fascista” a la oposición, disparando sobre la gente  -tengo entendido que  hasta el momento ha habido mas de 65 muertes violentas, cosas realmente inauditas- y amenazando con cambiar drasticamente la constitución.

Es un gobierno “desesperado” que engendra agresividad, que instiga a la violencia, que desdeña y menosprecia la opinión de una oposición que, en estos momento es aplastante mayoría, un gobierno que incita al odio entre las partes. Es un gobierno que ya no cuenta con el soporte de las instituciones fundamentales del país y menos con la consideracion del mundo internacional.Es la demostración de que la desesperación siempre y en todo momento, es muy mala consejera!

 




Estimado lector: El Diario El Carabobeño es defensor de los valores democráticos y de la comunicación libre y plural, por lo que los invitamos a emitir sus comentarios con respeto. No está permitida la publicación de mensajes violentos, ofensivos, difamatorios o que infrinjan lo estipulado en el artículo 27 de la Ley de Responsabilidad en Radio, TV y Medios Electrónicos. Nos reservamos el derecho a eliminar los mensajes que incumplan esta normativa y serán suprimidos del portal los contenidos que violen la Constitución y las leyes.