En estos días todos hemos podido seguir, a través de la televisión italiana y vaticana el viaje del Papa Francisco en Chile y en Perù y hemos visto que, cuando se hablaba del Chile, la mayoría de los comentaristas televisivos, llamaban en causa a Pinochet en tono despreciativo con el apodo de “dictador” mientras que cuando se hablaba de Fidel Castro lo llamaban simplemente y hasta con cierto sometimiento “el comandante”. En efecto el General Augusto Pinochet, después del golpe de estado  del 11 de septiembre de 1973 con el cual derrocó al presidente electo Salvador Allende, se mantuvo en el poder durante 16 años, o sea hasta que decidió consultar al pueblo chileno a través de un plebiscito para que fuera el mismo pueblo a decidir “democráticamente” si quería seguir con el o no.

Lejos de mí el querer minimizar las atrocidades cometidas por Pinochet pero me parece honesto e históricamente justo recordar que mientras el general Pinochet, por lo menos tuvo la hombría de consultar al pueblo para decidir el futuro de Chile acatando democráticamente el responso de las urnas, los hermanos Castro, no solamente nunca tuvieron esa hombría a pesar de estar cacareando a los cuatro vientos que el dueño de Cuba es el pueblo, sino ponían preso o trucidaban a los que se atrevían a disentir de la doctrina anacrónica, oscurantista y totalitaria impuesta por el castrismo. Se calcula que hayan matado a más de cuarenta mil inocentes (!) . Sin embargo mientras el primero  ha sido un vulgar “dictador” militar que ha dado un golpe  en contra de un gobierno  de extrema izquierda, el segundo, en cambio, ha  sido un heroico “comandante”, un hombre que, al igual que el Che Guevara u otros militares golpistas conocidos por todos en América Latina, promovía odio e intolerancia entre los hombres, convirtiéndolos en una fría, violenta y eficaz máquina para matar.

Yo creo que un hombre que llega al poder con la fuerza de las armas, un hombre que pretende perpetuarse en el poder contra viento y marea, un hombre que considera la repartición y, por supuesto el recíproco control de los tres poderes fundamentales del Estado o sea ejecutivo, legislativo y judicial, concepto expresado por el Barón de Montesquieu (1689 – 1755), como una debilidad y no como un pilar y fundamento de la democracia,  en fin un hombre que considera que disentir de lo que dice el presidente es como un acto de rebelión, ese hombre no es un comandante sino  un vulgar   “DICTADOR”  aquí y en Pekín!

Desde Italia – Paolo Montanari Tigri




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