(Foto: Kevin Arteaga González)

Para ellos quedarse en casa acatando las tres semanas de confinamiento decretadas por el gobierno ante el incremento de casos de COVID-19 no es una opción. Necesitan de lo poco que logran vender en las calles para, a duras penas, sobrevivir. Son los vendedores ambulantes del centro de Valencia, a quienes la necesidad los obliga a salir diariamente para mitigar el hambre.

Martes 6 de abril. Van 16 de los 21 días continuos de cuarentena radical y la avenida Lara está concurrida, como cualquier otro día, a pesar de que en la noche anterior la administración de Nicolás Maduro anunció que Carabobo se ubicó como el estado con la mayor cantidad de contagios, tras reportar 243 casos positivos en las últimas 24 horas.

Lo único que luce distinto en la Lara es la gran cantidad de funcionarios policiales desplegados. La dinámica caótica es la misma. Patones que van de un lado a otro a paso apresurado, unidades de transporte abarrotadas que se detienen en cada parada y decenas de personas intentando ganarse la vida mediante el comercio informal.

“¡Ajo, ajo, ajo! Medio kilo de ajo por un dólar”. Ese grito se puede escuchar a lo largo de toda la avenida. Compiten con los sonidos de las sirenas de las patrullas policiales y con los gritos de quienes venden otros productos. El universo de lo que allí se comercia es tan extenso como pintoresco: desde brebajes hechos con diversas ramas, hasta ropa interior, pijamas, lentes de sol, entre muchas otras cosas.

En una de las esquinas está sentada María García, de 61 años. Tiene una pequeña mesa improvisada con un banco en la acera en la que expone los productos que vende. En entrevista con El Carabobeño aseguró que durante estos últimos días de cuarentena le ha tocado sobrevivir “pateando calle” y corriendo de los policías que, cumpliendo con su labor, le piden que se retire del lugar.

María García. (Foto: Kevin Arteaga González)

No tiene otras alternativas. Ella depende de sí misma para comprar comida y los medicamentos que necesita. Es por eso que todos los días, sin importar si hay cuarentena o flexibilización, sale a la calle a enfrentarse a los riesgos derivados de la pandemia, a los funcionarios y cualquier otro obstáculo se atraviese en su camino. Admitió que le da miedo contagiarse con coronavirus y por eso usa varios tapabocas.

“Me muero de hambre en mi casa si no salgo a la calle. ¿Qué vamos a comer? ¿Cómo vamos a sobrevivir?”, dijo María. Vende berro, miel, nailon, agujas y café, aunque decidió no llevar el termo por estos días y solo instalarse con pocas cosas por el “problema este que tengo que estarme moviendo a cada rato”.

Dayrene Misel, de 18 años, es una de las tantas vendedoras de ajo que hay en la avenida. Lo vende en bolsas de medio kilogramo por un dólar. Al preguntarle sobre cómo ha hecho para continuar con ese negocio durante los días de cuarentena, su respuesta fue automática: “Corriendo, porque no me dejan vender. Cuando me pongo en un sitio, me sacan, me rompen la mercancía, me la han roto como dos veces ya”.

“A veces quieren que les paguemos y como no les pagamos, no nos dejan trabar. Por eso tenemos que andar corriendo por todos lados”, agregó en referencia a la presunta actuación de los policías que están desplegados por todo el lugar, como parte del operativo impulsado por las autoridades regionales y municipales, a fin de garantizar el cumplimiento de la cuarentena.

Para Dayrene un día bueno se traduce en ganancias de entre cinco y 10 dólares. Sin embargo, no vive esos días tan seguidos como sí le ocurre con los “malos”, en los que apenas logra obtener entre dos y tres dólares.

En contraste, la Canasta Alimentaria Familiar alcanzó los 281 dólares en febrero de este año, de acuerdo a estimaciones del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros. Para cubrirla, Dayrene necesitaría producir al menos 10 dólares al día durante un mes.

Dayrene Misel. (Foto: Kevin Arteaga González)

Como María, también teme contagiarse con COVID-19. “Pero, ¿cómo se hace? Si no trabajo no como. Yo no soy de aquí de Valencia y tengo que pagar alquiler, comprar comida, entonces no puedo quedarme en la casa. A mí nadie me mantiene”, expuso.

Hemos estado guerreando, como se dice coloquialmente en nuestro argot”. Así describió las últimas dos semanas Frank Fuentes, de 60 años, quien vende en la misma avenida diversos brebajes medicinales hechos a base de plantas y raíces. Ofrece cada botella de menos de medio litro a un dólar, con la promesa de curar diversos males.

Para él la ecuación es sencilla: “Tenemos que salir a trabajar para alimentarnos, porque el que no se alimenta, no puede sobrevivir”. Y es precisamente esa su motivación diaria.  Hacer el intento de satisfacer una de las necesidades humanas más básicas lo lleva a salir desde muy temprano a recorrer toda la Lara ofreciendo sus pócimas.

Sabe que debe usar tapabocas para disminuir las posibilidades de contagio, pero con seguridad aseveró que no teme contraer el virus. “Yo creo que Dios siempre nos protege”. Sus creencias son su mayor escudo.

Frank Fuentes. (Foto: Kevin Arteaga González)

En otra esquina está parado Henry Delgado con su carrito, en el que tiene varios termos y un botellón con café, chocolate caliente y agua. También ofrece cigarrillos. Durante 15 años eso es lo que ha hecho de lunes a lunes para ganarse la vida. Ni siquiera la pandemia se lo ha impedido, aunque reconoció que “las ventas han caído mucho”.

“En la casa no puedo estar porque ahí si me muero de verdad, sin comer, sin llevar real ni comida. Uno tiene que salir a la calle”, sostuvo el comerciante de 59 años de edad mientras desayunaba.

Henry Delgado. (Foto: Kevin Arteaga González)

La COVID-19 profundizó la crisis económica preexistente en el país. Ningún sector de la economía ha resultado ileso: empresarios, comerciantes y vendedores ambulantes como María, Dayrene, Frank y Henry siguen padeciendo escollos de la pandemia.

La desesperación llevó a los arrendatarios de los principales mercados municipales de la capital carabobeña a protestar el lunes 5 de abril porque, aseguraron, una tercera semana consecutiva sin actividad representa para muchos de ellos la quiebra.

De acuerdo a cifras de los arrendatarios, el año pasado al menos 111 comerciantes del Periférico La Candelaria quebraron y en lo que va de 2021, de los 300 que quedan activos unos 30 han manifestado que no podrán volver a abrir. En el Mercado Peatonal del Sur, de 800 queda la mitad. Mientras que en el Periférico La Isabelica, de más de 160 comerciantes persisten menos de 100.

La Cámara de Comercio de Valencia, por su parte, advirtió que el sector comercial se está descapitalizando, en especial los comercios no priorizados. Al no producir ingresos suficientes debido a las medidas restrictivas que les impiden trabajar, los comerciantes apelan a sus ahorros y capital para poder cumplir con sus compromisos de pago de nómina, alquileres, impuestos y el resto de los gastos.

 

 




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