Sale muy temprano la maestra Iris, esta vez no se dirige al aula sino a la calle. Los zapatos rotos muestran el deterioro de su situación económica, el rostro limpio refleja la dignidad con la que afronta la ignominia.

Llega al Colegio donde tantas veces ha ingresado llena de amor a la docencia con los libros bajo el brazo y la mente abierta para responder a sus alumnos, a quienes siempre se entrega con amor y vocación para formarlos como ciudadanos útiles a su país.

Mira hacia adelante, no hay vuelta atrás, no hay amenaza que detenga su determinación. Hoy siente que rompe su propia crisálida, esa que la ha tenida envuelta durante tanto tiempo y quiere volar como mariposa, libre al viento.

Y allí llega y se encuentra con otros muchos, une sus voces a ellos y expresa a viva voz lo que siente. Es la defensa de su honor con pundonor, es enarbolar las banderas de sus derechos violentados, como ciudadana y educadora, como madre y centro de una familia venezolana, golpeada duramente en estos años de oprobio y opresión.

En un país donde tantos acomodos van y vienen, donde se sientan algunos sin poder de representación a negociar sin legitimad en nombre de las mayorías, en el que las elites políticas dejaron de ser referencia en la lucha liberadora, no hay ahora capitulación frente al abuso y la arbitrariedad.

Por eso no baja la cabeza frente al piquete de uniformados que han enviado a la avenida, más aun cuando se sorprende al ver el rostro aun imberbe de quien fuera uno de sus alumnos, que con la mirada perdida bajo el oscuro casco sostiene uno de los tantos escudos con los pretenden detener la fuerza de los justos reclamos de los maltratados docentes.

Preparada desde su juventud para la enseñanza, decidió ser educadora inspirada en su maestra Carmen, una mujer integra, de esos seres especiales que nacen con un propósito devida definido, como lo fue enseñar, formar, educar. Así lo hizo por más decuarenta años a generaciones de alumnos, con muchos de los cuales mantuvo contacto y ha estado pendiente de sus éxitos y fracasos, de sus penas y alegrías.

Por eso educa Iris, eso quiere proyectar. Esta vez en carne propia y a viva voz emprende con otros una nueva gesta de reivindicación, inspirada en el maestro de a pie, el que llega junto a ella a cumplir con su trabajo, el que ha sido humillado por años por el poder rojo, quien ahora será el ejemplo que colocará frente a sus clase, del que querrá hablarle a sus alumnos, para que nunca permitan que régimen alguno pisotee sus derechos y que sepan levantarse sobre toda tiranía, abriendo nuevos caminos en los tiempos por venir en este sufrido pero siempre querido país.

LUCIO HERRERA GUBAIRA.




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