Fue un inteligente ejemplo de humanidad, que abandonó su cuerpo un 15 de enero de este año, acá en Valencia: Héctor Cipriano Villalobos. Si nos hubiésemos inclinado hacia ese sepulcro, solo hubiésemos visto polvo y más polvo; todo se hace polvo y esa es la verdad de la vida. La muerte no es un castigo, es el sueño del cual nadie se despierta en los brazos de la madre primitiva; felices los que se prenden primero que nosotros al pezón de esa madre, salidos de ese seno, a ese seno volveremos. Te saludo, ¡periodista brillante!, pues un poeta que muere es una música que calla, una estrella que se extingue y un pájaro que enmudece. 76 años nos acompañó en este planeta el buen Héctor, quien murió buscando la soledad. Esa soledad llena de psiquismo y de suntuosas decoraciones mentales. Extraviado en la propia noche de su alma, expiró como una anacoreta que amuralló la misma puerta de su cueva. Fue uno de esos hombres luminosos con candideces de niño, gran periodista, poeta y escritor, buen esposo, padre y amigo, prácticamente de la verdad absoluta. Su figura despertará siempre el respeto y el tiempo le disputará su talla de pensador y su derecho a ser llamado: un artista del periodismo y de las letras.
Su vida fue todo un cántico, no creía en la acumulación de riquezas y hacía bien, pues, tal vez, él pensaba que quitando la máscara de la falsa esfinge, se veía el rostro del hombre primitivo y bestial, privado de oropeles.
¡Oh, muerto ilustre! Valencia en su vientre te recibe, junto a tu Universidad de Carabobo, donde fuiste jefe de prensa por más de 14 años, junto a tus amigos como el “brujo” Curvelo, los pintores La Madriz y Zabaleta y los poetas Oscar Carvallo Georg, José Rodríguez, Enrique Grooscors, Luis Augusto Nuñez, Luis Pérez Romero, Alfonso Ernesto López y otros. Dos cosas ensalzan este reconocimiento; una: fui amigo de Héctor Villalobos. Dos: ¡La amistad de un gran poeta, es un regalo de los dioses!
Los muertos como tú no se despiertan ni escuchan la trompeta del Arcángel. Nadie te llamará. Aquel que dijo a Lázaro: ¡Levántate! No hay vuelto en los sepulcros a aparecer ni a llamar. Seguramente no llamará en el tuyo.
No hay excusa: ¡Duerme en paz!