Era febrero de 1994, yo tenía dieciocho años y había fracasado en mis estudios de medicina, eso de la sangre, la emergencia, el dolor y la muerte no eran lo mío, entonces la angustia familiar se apoderó de aquel caso que para la tranquila Venezuela de los años republicanos constituía, tener un muchacho que no tuviera éxito en la Universidad, como hombre he sido privilegiado por contar con la presencia de tres madres, mi mamá y mis dos hermanas, mis hermanas estudiaban en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales y la idea de ir a estudiar allí era una obviedad, recuerdo que le dije a mi hermana María Margarita que sí, que quería estudiar pero economía. En aquel momento, un veintitrés de febrero de 1994, me recibió un señor muy amable, de hablar quedito, con una barba de candado, era el director de la Escuela el Profesor Gustavo Guevara, yo aterrado tras los fustanes de mi hermana le hice llegar mis notas del bachillerato y el me prometió que iba a empezar en la escuela de Economía.

Me imagine que no vería más al director de Escuela, solo me topaba con él en los dos primeros actos de premiación a los buenos promedios, pero en el tercer semestre se nos presentó en el tercer piso, el flamante profesor de Microeconomía III, el buen gordo Guevara, quien desde la primera clase me dijo. ¿tú eres el muchachito que inscribió tu hermana?, obvio me espanto las muy inexistentes conquistas que pude haber hecho en los primeros tres semestres de la Universidad, pero recuerdo de este profesor una anécdota que me acompañará por toda mi vida en una clase sobre curvas de indiferencia, nos preguntó que cual era la pendiente de estas curvas y recuerdo que levante la mano y con temor le indique que la pendiente de estas curvas era la primera derivada de la tasa marginal de sustitución técnica, ante esa respuesta el profesor me dijo “es que además eres inteligente” y desde allí sellamos una hermosa relación filial de estudiante y profesor, no obstante el profesor era mi vecino en San Diego, así que la posibilidad de compartir las colas a la Universidad eran una constante, ¿de qué cosas se podía hablar con Gustavo? de todo, su cultura vasta, su amabilidad inmensa, luego fue mi profesor de: Microeconomía II, de Economía Industrial, de Economía  Industrial, de desarrollo de Nuevos productos y un confidente extraordinario.

Especial en el cariño, su etapa como Director de la Escuela de Economía fue la más brillante de todas, invitaba a Emeterio Gómez, creó la cátedra Rectoral Alexis de Tocqueville, se trajo de Católica a MJ Cartea e hizo de nuestra escuela un verdadero crisol de excelencia académica, puedo decir que me enseñó a escribir, a pensar con lógica, a escuchar música barroca, a ver cine y tener sensibilidad por este séptimo arte, fue mi maestro, mi amigo y mi apoyo, a los 24 años en los últimos semestres de la carrera mi papá fue atacado por un inesperado y homicida cáncer, a la muerte de mi papá la primera persona que estuvo en la funeraria fue Gustavo Guevara, para decirme que retomara los estudios de inmediato, cosa que hice casi como un comando.

 

Llegó el día de la graduación y todos nos hacíamos llamar los hijos de Gustavo Guevara, mis primeros trabajos en la administración pública contaron con las enseñanzas puestas a prueba por Gustavo el bueno, como ahora si te llamo pues partiste al reino de Padre, no pude concursar en la Universidad de inmediato, por otros compromisos laborales y pues consideraba que había que tener experiencia en el ejercicio de la economía, siempre me decante por el estudio de la macroeconomía, pero sus abordajes los hacia desde la microeconomía, en 2017 decidí concursar en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, no porque no lo hubiera logrado en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, pues hasta ese momento la docencia bastaba con una relación de contratos. Mi primer acto fue colaborar en la Escuela de Economía y compartir en Estudios Políticos con la ayuda del profe en Economía Política I.

Nunca fui más feliz que con el Gordo, como le llamábamos, era un tomador de pelo por excelencia, me decía que mis clases eran muy histriónicas y acostumbraba a burlarse de mi propensión por usar paltó y cuello de tortuga, en Valencia a treinta grados centígrados, era mi papá académico y yo su suerte de hijo nerd, en todos los momentos que nos topábamos en cualquier facultad me decía ¿Don Carlos como está usted?, a cuya respuesta siempre se esperaba algún chascarrillo o sarcasmo, que era esperado por los estudiantes, de mi calvicie se burlaba siempre hasta el día de la última promoción de economistas en la cual fue a despedirse de todos.

Extremadamente cercano, me leía, comentaba y revisaba mis artículos de prensa, mis entrevistas y en más de una oportunidad siendo un viejo de cincuenta años, me tuve que aguantar sus regaños por alguna imprudencia, no había tarde en la cual no  se hablara con este padre de la academia, momento en el cual sus retruécanos y fluidez en el idioma, nos hicieran llevadera la tarea de enseñar, ante mis propensiones de usar un lenguaje agiornado, decidió bautizar mis términos como ñañipalabras o ñañilenguaje.

A pesar de su edad, de que ya no le funcionaba bien una pierna acudía a sus clases todos los días, presenciales o virtuales era un lujo tenerlo, pues a pesar de sus años era un millenial, un sujeto de todas las épocas, armado de pendrive, de discos extraíbles, de modelos econométricos, no había manera de que tenerlo en la Universidad y que además viniera de economía no fuera un lujo, quien se imaginaria que el jueves 28 sería nuestro último encuentro, ese día escuchamos música barroca en el carro, lo llevamos a cumplir un compromiso con la Escuela de Estudios Políticos y luego fuimos al acto, la alegría de claustro al verlo bajar del carro fue indescriptible, al finalizar el acto me dijo, bueno Carlos vamos a felicitar a los muchachos, allí estuvimos por tres largas horas hasta regresarlo a su casa y quedarnos pendiente una pizza e ir a llevarlo a reparar un teléfono.

El veintinueve el me llamó para indicarme que tenía COVID-19, pero su voz se escuchaba bien y mi recomendación fue decirle que estuviera en calma, el virus homicida ya estaba haciendo estragos en el buen profesor, no faltaron los ruegos, ayudas, solidaridades y actos de desprendimiento, hoy recibí la peor noticia de mi vida, su corazón había dejado de latir y nos dejaba en orfandad absoluta.

 

La muerte del académico Gustavo Guevara fue prevenible, de contar con una política seria de vacunación el habría resistido, de no haber sido defenestrado a la miseria por un régimen que odia a la Universidad, al menos habría contado con la calma para el final y no tendría que haber acudido a un gofundme, esas desesperadas colectas que se hacen ante un régimen de crueles a los que nos les importa nada la vida de sus secuestrados.

La muerte de Gustavo deja a todos los profesores de Economía en la intemperie, en la orfandad, en la absoluta impotencia, tengo rabia y mucha, pues esta muerte y la de muchos otros venezolanos obedecen a la indiferencia de la tiranía, en lo personal te voy a honrar dando mis clases en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, te honrare luchando contra esta situación innominada y no teniendo proxémica, ni vínculo con el opresor.

Me honra haber sido tu estudiante, quererte como a un padre y honrarte en el hecho de jamás cohonestar ninguna simpatía con quienes destruyeron a la Universidad, yo no me siento orgulloso de conocer a viceministras de educación superior culpables del expolio de la Universidad, para hoy de manera hipócrita publicar un obituario, tus hijos te honramos desde la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, desde la Escuela de Economía y desde el amor que sentimos hacia ti, aun no dejo de llorarte, no voy a dejar de extrañarte, pero como tu hijo académico sabré apoyar a mis hermanos los ahora huérfanos profesores de Economía, para que desde el cielo nos veas enseñar a las nuevas generaciones de economistas eficientes y con moral.

Gracias por tanto, gracias por tus palabras, tu estatura jamás fue acotada por el aula, tus palabras irredentas están fresadas en mi alma y en mi corazón, pronto nos veremos, la muerte en este país es muy cercana y hasta a gente buena como tu es capaz de arrancar, enseña en el cielo las funciones de costo marginal, tu demanda quebrada, el modelo de la telaraña y la formación de precios.

Eres tan especial que decidiste jubilarte de la vida, antes de dejar la docencia, eso no se hace, pero esa decisión en la estructura de nuestros gustos y preferencias, no nos correspondía a nosotros tomarla, tú no estás muerto pues la muerte presupone olvido y jamás te vamos a olvidar, nuestro querido y adorado Guevara el bueno, ayúdanos a superar la pérdida, danos paz, para aceptar esta situación y sobre todo permítenos continuar tu legado.

Finalmente me ensañaste que somos dueños del relato, y tu relato, el mío y el de todos tus hijos los huérfanos profesores de economía nos pertenecen, y están del lado de la libertad y la decencia, me habría encantado despedirte, me habría encantado jamás escribir estas pesadas líneas, hoy perdimos a un padre, pero tu recuerdo jamás se olvidará, y mientras la muerte no es olvido no es muerte.

¡Adiós Gordo!, hasta siempre, te fresaste con tu escuela, te hiciste texto y manera de abordar a la economía, eres irremplazable y esta intemperie es muy dura, muy fuerte de aceptar, la bendición querido profesor, la bendición en medio de esta orfandad, la bendición en medio de estas lágrimas y de la crueldad de no poderte despedir, fuiste maestro por 46 años y en el acto del 28 de mayo te despediste de nosotros, tus logros eran mis logros y la medalla de Zuluaga jamás tuvo un mejor lugar que tu cuello.

Que duro  Gustavo, que triste pero que compromiso por rescatar tu trayectoria. Tu hijo de los muchos que hoy nos abrazamos en dolor, Carlos Ñáñez R.

 

“La muerte no existe la gente solo muere cuando es olvidada, si pueden recordarme siempre estaré contigo”.

Isabel Allende.

 




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