Foto: Cortesía

Es parte de su rutina. Neils Alexander Quéliz entra al cuarto de su hijo Daniel todos los días. No puede dejar de hacerlo y durante el aislamiento social es una práctica más frecuente. Lo hace para evitar sentirse solo, para encontrar fortaleza, para seguir adelante en una casa llena de muchos recuerdos, pero vacía desde que el joven fue asesinado en 2017 y su esposa murió un año después.

A él le ha tocado enfrentar muchas situaciones difíciles, para las que no estaba preparado. “Nunca un padre está listo para perder a su hijo, ni un esposo lo está para perder a su compañera de vida. Así como tampoco lo estábamos para esta pandemia y la cuarentena”.

El 10 de abril de 2017 Quéliz se quedó sin aliento, sentía que le faltaba el aire. Fue una experiencia similar a la de caminar largos tramos con el tapaboca puesto. Ese día un disparo en el cuello propinado desde el arma de un funcionario de la Policía de Carabobo, asesinó a su hijo mientras protestaba con sus vecinos en la entrada de la urbanización en la que vivía, al sur de Valencia.

En ese momento su alma se puso en cuarentena, siempre junto a su esposa, dándole fortaleza. Pero el 1 de mayo del año siguiente volvió a sentir el tapaboca en su rostro con fuerza cuando su compañera decidió ponerle fin a su vida, al no superar la impotencia, tristeza y desesperación de la muerte de Daniel.

“Por eso es que yo ahorita digo que más que enfrentar el aislamiento social solo, sin mis seres queridos, me ha tocado enfrentar la vida así”.

Los dos momentos más duros del aislamiento social

Desde el primero momento él luce fortalecido. Así se le vio en la funeraria cuando le tocó despedirse de su hijo. Ahora se muestra con ganas de seguir adelante. Pero hay dos momentos claves en el día en que no puede evitar la tristeza: cuando se acuesta cada noche y al levantarse en las mañanas.

Son dos realidades que define como duras. “Ese par de situaciones me recuerdan y restriegan en la cara lo terrible que es la soledad y afrontar el no acompañamiento”. Como víctima de la represión del estado había pensado que no existiría nada peor que el fallecimiento de su único hijo y su esposa, pero no ha sido así. “Me ha tocado enfrentar solo el aislamiento social. No ha sido fácil”.

Está convencido de que sus días serían felices de tener a su familia con él. Él era el de carácter más fuerte de los tres, “Daniel y Glenis eran mis catalizadores. Y no tengo dudas que, pese a la cuarentena, a la falta de agua, de gas y todos los problemas de los carabobeños, estaríamos felices aquí en casa”.

Imagina a su esposa incitándolos a cuidarse en todo momento. Ella era enfermera y tenía 25 años siendo parte del personal del oncológico. “Seguro iba a estar pendiente de la desinfección y nuestra protección. Eso pasa por mi mente y no puedo dejar de sonreír”.

Solo pero acompañado

Alexander es un hombre que inspira serenidad. Es difícil verlo e imaginar que ha enfrentado tantas tristezas. Pero él está seguro que, aunque solo, está acompañado. Su esposa murió en su casa, fue él quien la encontró sin vida. Y cada vez que entra y sale de su hogar pasa por el lugar donde cayó Daniel, aún así no piensa en mudarse.

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No hay un lugar en el que se sienta más en paz que ahí. “Al cuarto de mi hijo Daniel entro todos los días y se ha convertido en un refugio para mí, normalmente me acuesto en su cama, leo mucho en ese cuarto, lejos de causarme un daño me hace mucho bien estar ahí, ver su escritorio, sus libros de la universidad, su guante de béisbol. No me afecta en lo emocional, me fortalece y trato de estar bastante tiempo en ese espacio”.

Por las noches duerme en la cama que compartió con su esposa. “Si hay un lugar donde me siento bien, seguro y acompañado es aquí en mi casa, lejos de sentir que estoy solo, que a veces la tristeza me puede tumbar y agobiar, estoy tranquilo porque siento la presencia de mi esposa y mi hijo, me siento acompañado, fortalecido , me hace mucho bien”.

Miedo y tristeza

La noche de la muerte de Daniel comenzaba la Semana Santa y sus padres estaban en Falcón. El camino de regreso fue de llanto y desesperación cuando una vecina les dijo que el joven estudiante de derecho estaba mal.

Con tan solo 20 años y muchos sueños por cumplir simplemente acompañó a los residentes de la urbanización Los Parques, al sur de Valencia, a manifestar su descontento por la situación política y social del país, cuando recibió un disparo fulminante en el cuello, justo en la entrada de la residencia.

No es fácil para su padre pasar por ahí a diario. “Me trae recuerdos muy tristes, a veces siento muchas cosas, ahí fue su último suspiro, pensaría en su mamá, en mí, quien sabe si le dio tiempo de pensar en nosotros, porque una herida de arma de fuego en el cuello es letal”.

Fue el supervisor jefe de la policía de Carabobo, Marco Antonio Ojeda, quien le disparó a mansalva, “aprovechándose del estado de indefensión del grupo de vecinos que se encontraba en el lugar, de la oscuridad de la noche, de su superioridad y desproporción entre funcionarios armados con bombas lacrimógenas, perdigones y escopetas, y de hacer uso indebido de sus armas orgánicas. Abrieron fuego como si estaban en una práctica de tiro al blanco”.

Ahora él siente miedo cada vez que ve a un uniformado de la Policía de Carabobo. No generaliza, sabe que las responsabilidades son individuales, y por eso no descansará hasta que el proceso legal culmine y se dé una sentencia favorable para él como víctima.

El retardo procesal siempre ha sido la norma. Pero con la suspensión de los juicios desde marzo de este año por la cuarentena, todo se ha complicado aún más. “Yo soy un problema para el Estado, los imputados, sus defensores, cuando me ven entrar a sala de audiencia sigo representando una piedra en el zapato y no pienso darle un milímetro de oportunidad como no se lo dieron a mi hijo ni a mi esposa”, expresó quien sabe lo que siente tener un tapaboca quitándole la respiración desde aquel lunes 10 de abril de 2017.




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