Caperucita Roja vivía en una comarca muy pobre. Un condado con un solo pueblo, de pocos habitantes, dedicados a la artesanía y el comercio, y rodeado de campos de cultivo, donde trabajaba la mayoría de los habitantes, dedicados a la agricultura y el pastoreo, y de tupidos bosques. Todos, campesinos, artesanos y comerciantes, llevaban una miserable vida, condenados todos a pagar altos impuestos al dueño y señor de todo, un conde de rancio apellido que pocos se atrevían a nombrar, so pena de ser acusados de “instigar el odio», habida cuenta de que ninguno de los habitantes era capaz de pronunciar su nombre con, al menos, una sonrisa en sus labios. El tal conde vivía en su castillo, rodeado de familiares y amigos que apoyaban su gobierno despótico, y protegido por un cuerpo de policía, temida por todos los súbditos. El jefe de policía era llamado “El Lobo Feroz”, por la saña y crueldad con que castigaba y torturaba a todo aquel que se atreviera a siquiera susurrar algo en contra del temido conde innombrable.

Caperucita Rojatenía todavía a una de sus abuelas viva. Una viejecita menudita, arrugadita y enfermita, viuda de un valiente hombre,en secreto venerado,que fue encarcelado y torturado por “El Lobo Feroz”, y finalmente lanzado desde una almena en la torre del castillo. “Se lanzó, suicidándose”, dijeron de él, que se opuso a la injusticia y al abuso de poder de quien tenía sometidos a sus súbditos a la mayor miseria

Caperucita Roja le llevaba semanalmente comida a su abuelita, que vivía escondida en una cabaña, en medio de la espesura de un bosque, a salvo de “El Lobo Feroz” y sus esbirros, quienes la buscaban afanosamente. Querían capturarla, llevarla al pueblo y quemarla públicamente en la plaza, acusada de haber colaborado con su difunto marido, en la lucha contra el régimen despótico del conde innombrable. La atendía con amor y de la mejor manera que le permitían sus escasos recursos, imposibilitada de llevarla a un hospital, no solamente por la persecución policial, sino también porque el único punto de atención médica estaba en absoluto abandono,robado por quienes lo administraban el dinero para mantenerlo.

Caperucita Roja fue seguida por unos espías la última vez que fue a visitar a su abuelita, y así llegó el momento cuando “El Lobo Feroz” dio con el escondite. Al día siguiente, él y varios de sus secuaces, en absurda superioridad numérica, se presentaron en la cabaña y la quemaron viva. A semejanza de la tortura que llamaban “Caja de Muñecas”, los sanguinarios metieron los restos en una, de un regalo de la abuelita a Caperucita Roja, cuando aun no era perseguida política y podía salir de compras en el pueblo.

Caperucita Roja regresó unos días después a la cabaña-escondite de la abuelita, yencontró al “Lobo Feroz” en la cama y arropado hasta la nariz, y con un gorro hasta las cejas; la niña no tragó, ante el inocultable abdomen del bien alimentado policía. Corrió hasta el pueblo con la caja que contenía las cenizas de la abuela, mientras el falsario se despojaba de su disfraz y la perseguía sin alcanzarla, dada su pesadez. El pueblo lo esperaba, y le dio su justo castigo, tras lo cual alguien gritó “¡Al castillo!”. Allí, desde la torre, vio el conde venir a la turba. Aterrorizado, se lanzó al vacío.

Caperucita Roja, en versión libre, ha sido el cuento para estas “Albersidades” hoy; escribir sobre otra cosa puede ser calificado de “incitación al odio, neofascismo, o discriminación”.

La semana próxima, el cuento de “El Gallo Pelón”.

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