“Pero hay entre los más vulnerables éticamente, en el ejercicio del poder político y en diversos sectores sociales, quienes han sucumbido a la pérdida de humanidad”. Marta de la Vega

La noción de la banalidad del mal no solo es interesante desde una perspectiva histórica, sino que es útil cuando intentamos entender la transformación de las sociedades bajo gobiernos totalitarios y la supervivencia de regímenes que cometen atrocidades.

Suele ser la gente más dañina la que carece del hábito de pensar y que, alegando “si tu no le das, pues yo si me anoto”, considera prescindible actuar con responsabilidad, moral y prudencia. La banalidad del mal consiste en darse cuenta de que es imposible localizar la maldad en personajes específicos, como si éstos fueran el origen de las vicisitudes y penas de los ciudadanos.

Uno de los elementos más perversos de esta realidad está, sin duda alguna, al propiciar hacer el mal, que se banalice al exponerlo a través de burlas, sarcasmos, desprecio, y sobre todo, hacer ver que sus víctimas se merecen todo esto.

Y poco a poco nos vamos acostumbrando a la presencia del mal en nuestras vidas, tomando una actitud pasiva e, incluso, condescendiente frente a su presencia o, en algunos casos, a no reclamar ante actividades francamente ruines.

Hannah Arendt apunta por pensar el mal como algo que no está plenamente localizado en tal o cual individuo, sino más bien como una lógica de la cual se participa a veces incluso de manera involuntaria o inconsciente, y nos recuerda como, en algunos casos, los mismos judíos eran quienes llevaban a los otros al sacrificio.

Nos habla de la “banalización del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes”, la define como “un alejamiento de la realidad, y tal irreflexión, suelen causar mucho daño. Obviamente, no todos los actos irreflexivos revisten la gravedad que tuvieron los de Adolf Eichmann, hay grados.

Sin embargo, la cultura y hasta el modelaje de la prevaricación, de la impulsividad y de la impunidad -la hija de la banalización del mal- puede hacer más difícil entender ese principio que irrumpió en 1961, con el sesudo análisis a un criminal nazi, pues tan nefastos procederes de desequilibrio, de complejidad, de seducción, de irreductibilidad que pretenden redimir la banalidad del mal son ahora los más perversos: los del consenso, los de la aparente normalidad.

El vivir al límite de la ley, pensando: “soy un enchufado, luego el poder me ampara”, “no soy ningún un criminal”, “soy buena persona”, “lo hice con buena intención y si no, ¿cómo mantengo es estatus de mi familia?”, o “tengo la conciencia en paz”, suelen ser pensamientos mágicos –porque ocurren al margen de la realidad- que tranquilizan las conciencias de muchos coterráneos y les llevan a pensar que gozan de una inmunidad especial, que les ubica por encima de la ley. La indolencia, la irresponsabilidad, el desinterés y la pasividad con los cuales Maduro y sus secuaces, sus compinches o sus “hermanos” tratan las terribles crisis que crecen y se multiplican, parecieran no afectarles.

¿Realmente se puede considerar como banal que un país petrolero, que contaba con las refinerías más grandes de Latinoamérica, hoy obligue a sus habitantes a realizar colas de más de seis horas para surtirse de gasolina? ¿Acaso es banalidad que no se cuente con gas en el país de la mayor reserva mundial? ¿O qué Valencia pase una semana sin agua y se nos prive de energía eléctrica al menos cuatro horas diarias? Banalidad del mal resulta aceptar y olvidar que de nuestro país unos cinco millones de compatriotas, se vieron obligados a emigrar por ese irresponsable ejercicio de soberanía de un régimen al cual no le preocupa el porvenir de sus conciudadanos.

El profesor de la UCV Eduardo Vásquez, en su ensayo Sobre la Violencia: orígenes y antídotos, concluye: “En fin Eichmann era incapaz de pensar. Pero, cabe preguntarse, ¿no es ésta la mayor monstruosidad a la que puede llegar un ser humano? Eichmann carece de conciencia negativa, esto es, la conciencia que nos dice lo que no debemos hacer o que nos atormenta por lo que no debimos hacer…”

Luego, si usted es uno de esos seres que considera que con un maquillaje preelectoral, con unas lucecitas que distraen pero no iluminan y con las graciosas ocurrencias de un gobernante “hermano” y secuaz de un régimen de insoportable liviandad, de insufrible trivialidad y de totalitaria ruindad podemos salir de esta tragedia, tan solo nos resta decir… allá usted con su conciencia.

Manuel Barreto Hernaiz




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