(Foto: Dayrí Blanco)

Dayrí Blanco | @DayriBlanco07

Estela Luján tuvo que conectarse tres veces al aparato nebulizador que compró cuando nació su hijo. No paraba de toser y tenía las vías respiratorias congestionadas. La mujer de 42 años no se sentía bien, pero no pretendía quedarse en casa la mañana de este jueves. Ella aspiró por más de una hora gases lacrimógenos en la Autopista del Este la tarde del 19 de abril que no asfixiaron sus ganas de seguir en la calle. Agarró su bandera de Venezuela y su gorra tricolor y caminó desde la Redoma de Guaparo hasta la avenida Cedeño. Ella no tiene miedo. Los cientos de carabobeños que siguen protestando en contra del Gobierno, tampoco.

En el recorrido tosió varias veces. Se aseguró de tener en su bolso vinagre y agua con bicarbonato como dos secretos recomendados por otros manifestantes. Fue sola. Dejó a su hijo de seis años en la escuela y tenía el tiempo contado. Esta vez no podía quedarse hasta tarde porque en el colegio le advirtieron que la salida sería más temprano por precaución.

Estela caminó más lento que de costumbre. Pero lo hizo. Mientras gritaba: “Y va a caer, y va a caer, este Gobierno va a caer”, su mirada se tropezó de frente con una madre que marchaba con su hija de menos de dos años, a quien empujaba en un coche. No pudo evitar preocuparse. Recordó la cantidad de bombas que eran lanzadas desde las tanquetas de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) que parecían caídas del cielo y se imaginó a la niña asfixiada. Se acercó y le preguntó a la señora: “¿No tienes miedo?” — y ella contestó— “No. Miedo me da que mi hija siga creciendo bajo este régimen y tanta miseria”. Lo siguiente fue un abrazo conmovedor.

Cuando había caminado 2,33 kilómetros hasta la avenida Bolívar, justo en el cruce con la calle 137 de Prebo (donde está Tijerazo), agradeció que la movilización se detuviera por unos minutos. Tomó un poco de agua, se secó el sudor y siguió adelante. Ahí, la marcha en la que estaba se unió con otra concentración. El recorrido siguió por la avenida Paseo Cabriales, desde donde vecinos de varios edificios colgaron sus banderas de Venezuela en las ventanas, aplaudían, caceroleaban y gritaban consignas.

Desde abajo la multitud les pedía que se sumaran a la actividad. No hubo necesidad de insistir mucho. Varios grupos lo hicieron. “Aquí no hay miedo” se escuchaba. Miguel Ojeda fue uno de ellos. Él se sorprendía de caminar sin ver a los alrededores cuerpos de seguridad. “¿Y dónde están los policías?”, preguntaba. Una señora de más de 50 años le respondió: “Somos muchos. Nos tienen miedo. Ellos solo sirven para reprimir cuando estamos en una zona delicada”. Todos rieron.

2,55 kilómetros después llegaron al punto destinado como el final por la Mesa de la Unidad Democrática: La avenida Cedeño. Ahí se encontraron con un gran grupo de personas que había llegado de otros lugares de concentración. Las consignas se confundían entre sí, los gritos también. Lo que no confundía era el tricolor, era el mismo.

Algunos dirigentes políticos estaban en el sitio. Ni Estela, ni la mujer con la niña en el coche, ni el hombre sorprendido por la ausencia de policías los reconocían. Muchos no saben quienes son. Y no estaban ahí por seguir alguna militancia partidista. “Estoy aquí por mi país, porque quiero rescatarlo. Todos tenemos que unirnos”, dijo María Higuera.

Solo 15 minutos bastaron en la avenida Cedeño para que sin ponerse de acuerdo se escuchara: “A la autopista”. Estela vio la hora nerviosa. Pero no lo pensó mucho. Ella, junto al resto de los manifestantes caminaron hasta el Distribuidor Lomas del Este. Trancaron la vía que conecta el sur y el norte de la ciudad. Hubo barricadas, quema de cauchos y sobre todo resistencia. Estela tuvo que irse a buscar a su hijo al colegio. Lamentó no quedarse. Pero en el lugar había cientos de personas que demostraron una vez más que no hay represión ni gas lacrimógeno que infunda miedo. Para eso hay nebulizadores, para la crisis, la miseria y la falta de democracia, no.

 




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