Este “Déjà vu” que luego de aturdirnos, nos coloca en medio de elecciones regionales y diálogo; que pretende dejar atrás más de 100 días de calle, con más de 130 muertos y cientos de ciudadanos presos de manera injusta, casi todos sentenciados arbitrariamente por tribunales militares; este sainete que dejó corto el sarcasmo de Moliere en la obra escenificada en Aragua, donde vimos – una vez más- un lamentable espectáculo que conlleva a buena parte de la ciudadanía a una especie de escepticismo lamentable, a no creer más en nada, ni en nadie y menos en alguien vinculado o relacionado con esta lavativa camaleónica que se empeñan en ubicarla como “Realpolitik”.
Por un lado, nos encontramos con partidos políticos desideologizados, sin grandes proyectos, que se convierten en simples agencias electorales que nos venden un producto, en el caso actual, unos candidatos que se han venido profesionalizando en el «Entertainment Político» (lo que les hace candidateables) pero no son los representantes de espacios y proyectos políticos sino de micro emprendimientos personales.
Falta que nuestro liderazgo hable como si fuera Gobierno o con verdaderas ganas de serlo. Es decir, como quien se siente respaldado por el 85% de los ciudadanos.
Consideramos que el factor de convencimiento sería la presencia de líderes a diferentes niveles, que tuvieran unidad de propósito y con un relato que llegue y sobre todo, que emocione – como lo viene sugiriendo el amigo Nelson Acosta – y suficiente guáramo que inspirara e hiciera vibrar y creer al incrédulo ciudadano en la posibilidad real de alcanzar un mejor futuro.
El problema es que los políticos están más pendientes de su propia imagen que de la construcción de espacios o grandes proyectos colectivos. Muy pocos son los políticos que buscan la construcción de espacios que los trasciendan. Es responsabilidad de ellos terminar con estas confusiones.
Cada quien arma su propio tinglado y configura alianzas sólo para una elección; y por el otro lado nos encontramos un clientelismo nacido del pésimo sistema político venezolano y del sometimiento a niveles de marginalidad de vastos sectores de la población, a quienes con una maligna y perversa concepción de limosnas, dádivas o Misiones, se les sigue manteniendo en esa condición para utilizarlos coactivamente a la hora de votar, reiniciando, de manera continua, esa espiral que se conoce como la «cultura de la desesperanza» , es decir, la masiva actitud de resignación e impotencia frente al afianzamiento de una estructura centralista, excluyente y manipuladora.
Acá lo que podemos evidenciar es que la política se está mostrando incapaz de contener lo social, en el doble sentido de ni expresarla ni conducirla, esto es una crisis de credibilidad ciudadana que derivará, sin duda alguna, en una crisis de gobernabilidad.
Sin embargo, se hace menester acotar que cualquier diálogo que conduzca al bienestar de la Nación es loable, necesario y saludable, siempre y cuando los dialogantes sean verdaderos representantes de una ciudadanía que, en su profunda desesperanza, desencanto y desconfianza, no aceptará más dilaciones o postergaciones, pues ni la hambruna ni la muerte esperan.
Como también se hace necesario destacar que hay que votar, pues la abstención no castiga a los políticos, sino a la política; hay que votar, como usted quiera o tal como así lo sienta: con esperanza, con desánimo, con escepticismo, con alegría, con rabia, con miedo, con indiferencia o con emoción. Hay que votar pues los malos gobernantes son elegidos por las buenas personas que no votan… y sobre todo, hay que votar, para demostrar, una vez más, la importancia de la noble, ejemplar y cívica gesta del 16/07 y el burdo y tramposo montaje del 30/07.