Partimos de un principio: se hace menester reconocer el voto como el único mecanismo legítimo con el cual se puede lograr el recambio de autoridades políticas gubernamentales y también como el mínimo de democracia que, sin duda alguna, se debe resguardar.

El voto es, ante todo, un acto personal y de voluntad política; además, es un derecho y un deber de todos los ciudadanos. Uno de los derechos que compartimos como ciudadanos de nuestro país es, al mismo tiempo, una responsabilidad: votar.

Acudir a las elecciones es un sano ejercicio de madurez ciudadana; a veces hasta muy incómodo, por no tener muy claro si la confianza otorgada va a ser invertida en aras de la mejora de mi sociedad; a veces frustrante, al ver que los resultados finales de los escrutinios no se deben al voto responsable, sino a la abstención o a la poca reflexión de cuantos ejercen este democrático derecho.

Los electores –al menos por estos lares –  no votan  por programas de gestión bien estructurados ni por planes de gobierno inteligentemente diseñados y ni siquiera por estrategias publicitarias bien planeadas. Parece que nada de eso interesa. Los electores votan por simples simpatías, antipatías, esperanzas, temores, intereses, dádivas.

Lo que nos dicen los especialistas en el mercadeo electoral es que lo que realmente cuenta para el elector es lo que ese candidato representa o significa en su imaginario popular, para lo cual requiere, en principio, conocerlo. La principal condición para ser un candidato es ser un personaje conocido y con una imagen pública.

Por supuesto que las encuestas influyen en el voto de muchísimos electores porque las emplean como una guía para saber hacia dónde ir.

Esto es aún más importante en un país como el nuestro donde la formación política de la gente es tan elemental. No solo no conocen bien a los candidatos sino que ni siquiera entienden sus propuestas. De allí la necesidad que tienen los candidatos del oficialismo  de recurrir a la demagogia; esos perversos halagos de quienes dicen defender los intereses del pueblo, con el único fin de atraer su apoyo, utilizando desde el fingido fervor religioso hasta el uso certero de la retórica y de falsas promesas apuntaladas en las angustias, carencias y vicisitudes del maltratado pueblo.

Resulta una obligación repetirlo hasta el cansancio: el facilismo, el paternalismo y la fractura social a cambio de votos han sido, son y serán una oferta lastimosa; que un pueblo se engaña cuando acepta como dádiva la redención sin hacer nada.

Recientemente  Maduro aprobó – para Lacava – 138 mil millones de bolívares para diversos proyectos en el estado Carabobo.

Cuánta desfachatez, que descaro tan propio de este régimen que se caracteriza por su odio visceral hacia nuestro terruño. No se conformó con tratar de aniquilarnos con Mario Silva, casi lo logra con Ameliach y ahora lo intenta desesperadamente con  este personaje.

Allí está a la vista, pues pasan los años y todo se queda en promesas e ilusiones direccionadas a lograr votos en las próximas elecciones; sin embargo, los vanos intentos de Maduro no podrán desviar la intención de cambio y sobre todo, la exigencia de compromiso y respeto ante la triste realidad que embarga a nuestro estado Carabobo, muy cansado de tantas promesas incumplidas.

En los momentos actuales nuestro país y muy particularmente, nuestro terruño, necesitan la coherencia, la firmeza y hasta ciertos destellos de lucidez de sus ciudadanos.
Habría que partir de “0”, como también de allí tendremos que arrancar  para tejer de nuevo ese deshilvanado tejido social, pues han sido innumerables las formas de exclusión y segregación que se han desarrollado e incrementado en estos años; la de nuestros adultos mayores a los que se le cierran espacios y afectos; la de nuestros jóvenes, que han sido expulsados por un país que les ha dicho una vez y otra vez que no los quiere, mostrándoles las puertas de la emigración como camino para la concreción de sus sueños o la opción de la marginación, bajo una u otra forma.

Entendemos que el Carabobo que anhelamos  implica trabajo para nuestros ciudadanos, implica integración social, implica arraigar a la gente a su terruño, y también implica estimular, facilitar un rol activo de las empresas que se encuentran en la ciudad. Las que están y las que vendrán. Pues, lamentablemente, muchas se fueron…Pero ¡ya regresarán! Porque en este tema también debemos mirar más lejos.

Debemos mirar la matriz productiva de Carabobo con una perspectiva no menor a 20 años. Pensar que lo que hagamos hoy estará preparando las condiciones para abrir sendas que recorreremos desde ahora y hacia el futuro.

Así las cosas, Alejandro Feo La Cruz, quien se ha comprometido en  recuperar la esperanza frente a la resignación y el desánimo; la estabilidad frente a la incertidumbre; la credibilidad frente a la desconfianza, la normalidad frente a tantos disparates, la unidad y la concordia frente a la división y la fractura, sin tanta bailadera o gritadera, nos presenta una oferta electoral comprometida con la realidad que vive nuestra región, en la cual plantea soluciones a los problemas reales, pues el asunto que nos ocupa es de credibilidad. Depende de nosotros que la nuestra no sea una historia de oportunidades perdidas y de posibilidades no aprovechadas.

 




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