Alejandro Liendo es un influencer venezolano que ha ganado popularidad en las redes sociales gracias a sus divertidos videos que nos muestran cómo hablar “venezolano”. Este joven ha publicado dos libros, “Diccionario Venezolano” y “El Libro de los Misterios Infinitos”, aunque todavía no los he leído, me parece que debe ser un trabajo muy agradable y meritorio.

La labor de Alejandro me trae a la mente recuerdos de mi madre, Magaly Feo de Correa, durante nuestra estancia en España, primero por un año, de 1970 a 1971 y luego regresamos en 1975, hasta 1977. La primera vez se debió al año sabático de mi papá, Juan Correa y, los otros dos, a la rotación de ambos, donde debían hacer un postgrado. Mi mamá era bibliotecónoma y filóloga, de hecho, cuando murió era la jefe del Departamento de Lengua y Literatura de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Carabobo.

Digo que Alejandro Liendo me recordó a mi madre, porque durante esos años en España, ella fue quien tuvo mayores problemas con los españoles por su manera de hablar. La primera vez, ocurrió cuando fue a un estanco a comprar fósforos. En lo que los pidió, el señor que la atendía, la corrigió de inmediato: “¡Será cerillas!”. Mi madre aceptó, contando con que le darían una caja de cerillas. Cabe destacar que en nuestro país encendemos el fósforo al frotar la varilla contra el raspador de la caja. En España, normalmente, la varilla se encendía al frotarla contra cualquier superficie rugosa, son cerillas, no fósforos.

Pero el dependiente lo que le da a mi mamá es una caja de fósforos, ella de inmediato le refuta diciéndole, “ya va, me está dando una caja de fósforos, usted dijo que me daría cerillas”. Y el tipo insistió “son cerillas”. Mi mamá, ya molesta, lee en la cajita de fósforos si hay alguna marca o el nombre del fabricante y en efecto decía al pie “Fosforera Española”. Por supuesto que mi mamá le enseña el letrerito al español diciéndole: “son fósforos, aquí dice Fosforera Española” y el tipo sólo le contestó: “¡Allí dirá lo que sea, pero son cerillas!”.
Y cosas como esas las vivió a diario. El hecho es que, en 1975, decidió hacer un diccionario de venezolanismos. Aquello se convirtió en una aventura para toda la familia. A diario alguien llegaba con una palabra, una anécdota nueva y sentíamos este nuevo trabajo de “las palabritas” de mi mamá, como de todos, hasta de los amigos.

Aparte de esto, como le parecía que podía seguir creciendo su diccionario, hizo una investigación sobre refranes venezolanos que entregó como trabajo de ascenso a la categoría de profesor titular, llamado “Mil y más proverbios y dichos venezolanos”. Estos refranes los fue publicando en la revista In-Fórmate y, después de su muerte, siguieron publicándose gracias a mi padre.

Cuando murió, tenía recolectadas doce mil palabras, todas con un modelo que mostraba el contexto y, la mayoría de las veces, con ejemplos que habían sido publicados en libros, en la prensa o en revistas venezolanas.

Esa inesperada partida de mi madre, a los cincuenta y seis años, hizo que mi padre se “olvidara” del “trabajo de las palabritas” por varios años, hasta que él mismo decidió terminarlo, unos diez años más tarde. No sé finalmente, cuántas palabras habrán sido definidas, pero resultaron tres tomos de mil páginas cada uno. Mi papá, tituló el libro “Venezuela en el Corazón, diccionario de venezolanismos”, y colocó a mi mamá como colaboradora, porque su cantidad de palabras superaba de forma increíble las doce mil de mi mamá. Eso sí, respetando su estilo, y el que cada palabra tuviera su ejemplo.

En 2004 “Venezuela en el Corazón, diccionario de venezolanismos”, fue publicado por la Universidad Nacional Experimental Politécnica de la Fuerza Armada, UNEFA y fue “bautizado” en la Galería Universitaria “Braulio Salazar” de la Universidad de Carabobo, gracias a que a mi padre le dieron una caja de libros. En esa época, mi padre era adepto al gobierno, hasta había hospedado al candidato Chávez en su casa y el 5 de julio de 2003, fue el orador de orden en la sesión solemne de la Asamblea Nacional. Sin duda, mi padre simpatizaba con el PSUV y ejercía un cargo en la UNEFA como asistente del rector, Vicealmirante Franklin Seltzer Malpica. Sin embargo, fue informado de que todos los ejemplares de su diccionario de venezolanismos, que estaban en la editorial de UNEFA, habían sido quemados porque, cuando definió “habla paja”, como hablador de tonterías, utilizó como ejemplo un párrafo de un artículo de algún opositor, que llamaba así al presidente Chávez. Creo que ahí comenzó a declinar la pasión de mi padre por el chavismo. Él no estaba hablando mal del presidente, utilizó un ejemplo lingüístico.

Y volviendo a aquellos años setenta, la Real Academia Española de la Lengua publicó una lista de los países de habla hispana que mejor hablaban castellano y la encabezaba Chile, seguía Colombia y el tercero era Venezuela. España estaba mucho más abajo y Argentina era de los últimos. Hoy en día, no existe lista alguna, se considera el castellano de cada país como idioma propio.

Y entonces me viene a la memoria “Qué difícil es hablar el español” de los hermanos Ospina, de Colombia, quienes lograron, en una canción, resumir, de una manera muy graciosa, las diferencias idiomáticas entre los países de habla hispana. No me queda más que expresar, ¡qué bello es nuestro idioma!

anamariacorrea@gmail.com




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