Fotografía cortesía de Yadira Pérez, Prodavinci

Los médicos dijeron que el bebé podía morir. Que harían todo lo posible para salvarlo. Dijeron que era un caso difícil. Osana sintió por primera vez que no tenía control sobre lo que podía ocurrirle a Dylan. Veía a su hijo en la cama del hospital y le parecía que era otro niño. Había cambiado. No quería comer. No quería jugar. No quería moverse.

Dylan cumplió un año una semana antes de la hospitalización. Dio sus primeros pasos. Decía “papá” y “mamá” con claridad. Imitaba todo lo que Osana hacía: desde sacar la lengua hasta ponerse el teléfono en el oído y jugar a que atendía una llamada.

Osana leyó en Internet que los niños infectados por covid-19 no mostraban síntomas graves. “No les da tan fuerte”. Se preguntó por qué le había tocado a su hijo “la lotería mala”. Se dijo a sí misma que si al menos un médico la hubiera escuchado una semana antes, no estaría en la sala de espera de un quirófano paralizada de miedo.

Los primeros días

Osana tenía 17 años cuando parió a Dylan. Al nacer, los médicos detectaron en el niño una infección urinaria. El recién nacido estuvo internado en el Hospital Clínico Universitario de Caracas por 15 días. Osana pensó que esos días de incertidumbre eran una prueba de Dios por no haber usado anticonceptivos.

El padre del niño se llama Aldo. Tenía 22 años cuando supo que Osana estaba embarazada. La pareja vivía con la madre de Aldo en la parroquia Coche, en Caracas. Tenían un ala entera de la casa para ellos. El espacio era pequeño, pero privado. Osana pasaba el día entero allí porque había dejado de trabajar. Solo los sábados salía de casa. Asistía a un instituto parasistema para terminar el bachillerato.

Los profesores del instituto empezaron a enviar tareas sobre el nuevo coronavirus en marzo de 2020. El viernes 13 de ese mes se confirmaron los primeros dos casos en Venezuela. Osana aprendió de memoria los síntomas: fiebre, tos seca, cansancio, dificultad para respirar y, en algunos casos, diarrea. Aprendió que podían empezar a manifestarse 15 días después del contagio. Cuando leyó que los primeros pacientes del nuevo SARS-CoV-2 se diagnosticaron en China, Osana pensó que la pandemia era una historia ajena. No conocía a nadie enfermo de covid-19.

Osana celebró el primer año de su hijo durante la cuarentena, el viernes 8 de mayo. También el Día de las Madres. Aldo estaba fuera de casa por un viaje de trabajo. Esa noche, Osana y Dylan se quedaron en la casa de la abuela materna. La madrugada del lunes 11 de mayo, el bebé despertó llorando. Era más un quejido que un llanto. Tosía poco, pero al hacerlo lloraba más fuerte. La abuela se acercó para tocarle la frente. «¡Osana! Este niño tiene fiebre!».

En el Hospital Materno Infantil de El Valle nadie quiso recibirlo en Emergencias. Una mujer de bata azul y mascarilla le dijo a Osana que no podían atenderlo, a menos que el bebé tuviera tres días seguidos con la temperatura alta.

Osana la miró con rabia. Tomó el autobús de regreso a casa. Podía sentir a Dylan caliente, hirviendo. La fiebre no bajaba de 39 grados. Le dio un acetaminofén pediátrico. Confió en el consejo de su madre, suegra y amigas, y comenzó a darle penca de sábila para la tos. Pero Osana quería saber por qué su hijo estaba enfermo.

En el Centro de Diagnóstico Integral Cruz Villegas le pidieron una radiografía de tórax. Osana regresó con la placa ese mismo día. En el pulmón izquierdo del bebé se veía una bola blanca, del tamaño de una metra. El doctor dijo que Dylan tenía una neumonía leve. Precisó que era una infección bacteriana y recetó amoxicilina más ácido clavulánico. Envió el niño a casa. Esa noche, Osana no pudo dormir. Dylan tosía tan fuerte que la despertaba. La fiebre no cedía.

Volvieron al Materno de El Valle tres días después de la primera visita. La abuela materna llevó al niño de noche. Había discutido con Osana, porque la madre no quería salir a oscuras con su hijo enfermo. Temía que les pasara algo en el camino. La abuela le pidió ayuda a un oficial de la policía científica que pasó en un jeep, pero solo pudo llevarlos hasta el Centro Comercial de Coche. El lugar estaba solo. La abuela de Dylan vio pasar una moto. Sintió miedo. Pero era lo único que circulaba en la vía. Lo detuvo. Le dijo que su nieto estaba muy enfermo. El conductor los llevó al hospital y la abuela sintió que el camino era interminable. Osana los alcanzó en la moto de un amigo.

Pasaron la noche en Emergencias, hasta que una doctora les pidió que se fueran a casa. Dijo que esa había sido la orden. No podían hospitalizar a Dylan allí. Debía irse y seguir el tratamiento prescrito en el CDI. Era la 1:00 de la madrugada. Afuera estaba oscuro. No pasaban autobuses y Osana no conocía a nadie que pudiera llevarlos a casa a esa hora.

Esperó a que saliera el sol para dejar el hospital. Cubrió al niño con una manta para protegerlo del frío. Salió a la calle y miró hacia los lados. No había nadie. Vio pasar un carro negro a toda velocidad y no tuvo chance de pedirle ayuda. A las 4:00 de la madrugada, su suegra vio a lo lejos un camión que se aproximaba. Le hizo señas para que se detuviera. Llegaron a casa a las 5:00 de la mañana en el camión municipal del aseo urbano.

Aldo regresó de viaje ese día. Era jueves 14 de mayo. Osana le dijo que estaba asustada. Dylan ya no quería comer. Ella creía que el pecho le dolía tanto que no podía tragar. Se acercó al pecho de su hijo y sintió que el corazón latía muy rápido. La tos era cada vez más fuerte. El niño también tenía diarrea. Era aguada y rojiza. La pareja decidió que volvería al hospital en el que curaron a su hijo por primera vez. Osana empacó arepas en un bolso y guardó la placa de tórax. A las 5 de la mañana del viernes 15 de mayo, la familia tomó el Metro de Caracas hasta el Hospital Clínico Universitario.

La noticia

Dylan ingresó a Emergencias por neumonía con derrame pleural: la infección que antes había sido una pequeña bola se había esparcido por todo el pulmón izquierdo. La pediatra infectóloga que evaluó al niño sospechó que podía tener covid-19. La prueba rápida descartó la presencia de anticuerpos para el nuevo coronavirus, pero la doctora no estaba convencida de que fuera un resultado fiable. Envió al niño a una carpa en la que atendían casos sospechosos y pidió que le tomaran muestras para una prueba PCR. Debía comprobar la presencia del material genético del SARS-CoV-2.

El Hospital Universitario es un centro centinela para la atención de pacientes covid-19. Dylan fue hospitalizado en un cuarto de la zona de aislamiento. Había una cuna para él y una cama para Osana, separadas por un metro de distancia. Pero el niño no podía dormir solo. Lloraba si no sentía a su madre cerca. El llanto podía escucharse fuera de la habitación. Osana estaba convencida de que él se hacía daño en el pecho cuando se agitaba. Se dijo a sí misma que no podía permitir que el bebé sintiera dolor. Sabía que podía contagiarse, pero cambió todo de lugar solo para poder dormir junto a su hijo. Movió la cuna a un extremo y colocó la cama junto a la máquina de oxígeno.

Un bebé de un año no entiende qué significa estar separado de su madre. No sabe que él es diferente a ella. Diana Rísquez, jefa del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario, explica que el niño comienza el proceso de construir “su propio yo” a partir de los 8 meses. Sin embargo, la definición de esta identidad no se completa hasta los 3 años. “Por esto, madre e hijo son la unidad simbiótica perfecta”. Este vínculo le da seguridad emocional al bebé. Irene Ladrón de Guevara, psicóloga especialista en primera infancia y crianza, dice que cuando el lazo se interrumpe en una situación de emergencia “puede aparecer en el niño lo que se conoce como ansiedad de separación”. La respuesta emocional suele ser muy intensa.

El comportamiento de Osana también es una respuesta biológica. Se cree que la hormona oxitocina tiene que ver con la sintonización emocional entre madre e hijo. Despierta el instinto maternal y activa en el cerebro el área relacionada con la sensación de recompensa cuando la madre tiene contacto con su hijo y pasa tiempo con él. Al experimentar una situación de crisis, se altera el mecanismo y se genera una respuesta contraria ligada al estrés.

Osana y Dylan compartieron la misma cama noche y día. Estaban obligados a quedarse en la habitación hasta tener los resultados de la prueba diagnóstica. Al tercer día de hospitalización, los médicos confirmaron sus sospechas. Dylan era un paciente infectado de covid-19. Las enfermeras tomaron muestras de los padres para confirmar el posible contagio. Cuando los médicos los dejaron solos en la habitación, Osana se echó a llorar. Comenzaba una nueva espera: el bebé debía quedarse hospitalizado.

Osana amontonó en la cuna los envases de comida que repartían las enfermeras del hospital. También los desayunos y los almuerzos que le llevaban la suegra y el cuñado todos los días. Lentejas, arroz, caraotas. Osana no sabía si alguna de las comidas ya estaba pasada. Una mañana se dio cuenta de que no se había duchado desde que el niño ingresó al hospital. No había agua por tuberías. Tampoco tenía energía para bañarse con las garrafas de agua que su esposo le llevaba. Una madre siente tristeza y angustia cuando su hijo no está bien. Pero los expertos dicen que la relación simbiótica es tal, que la madre puede tener la sensación de que es ella la que está enferma.

Osana tenía estrés parental. La psicóloga Ladrón de Guevara lo explica como “respuestas de tensión emocional” ante la situación de riesgo en la que está un hijo. Los padres, como adultos, compensan las cargas emocionales priorizando la atención a la crisis. Se fatigan. Descuidan lo que no es urgente. “Lo urgente para mamá es mantenerse ‘orgánicamente’ alerta, para responder a su hijo cuando la necesite”.

Dylan pasó cuatro días en el Hospital Universitario. Pero no mejoró. Al contrario, los médicos notaron que su riñón fallaba. La creatinina llegó a 8 miligramos por decilitro, cuando en un bebé sano no supera los 0,6. Los valores de urea estaban en 300 miligramos por decilitro, y no deberían pasar de 40. Ambas sustancias son desechos tóxicos del organismo. El riñón las filtra y luego son eliminadas en la orina, pero el cuerpo de Dylan no las expulsaba. Navegaban en su torrente sanguíneo.

La relación entre la covid-19 y las complicaciones renales todavía no está clara. La primera investigación publicada en Reino Unido se inició el 25 de marzo de 2020. Un grupo de médicos notó que el comportamiento de la enfermedad en los niños difería de lo que leían en los reportes chinos, la única data disponible sobre la covid-19 en aquel momento. Los investigadores analizaron la evolución de 52 pacientes pediátricos entre 0 y 16 años. Los resultados revelaron que la mitad de los casos “mostraban evidencia de disfunción renal”, y más de una cuarta parte “cumplía con los criterios de diagnóstico de lesión renal aguda”.

El desequilibrio interno de Dylan era grave. El corazón, el estómago o el cerebro podían fallar de un momento a otro. No podían llevarlo a hemodiálisis porque era un niño muy pequeño. Solo podían hacerle diálisis peritoneal. El proceso reemplaza al riñón temporalmente, usando las paredes del abdomen para filtrar las sustancias tóxicas. Implicaba llevar a Dylan a cirugía para colocarle un catéter.

El niño entró al pabellón el 19 de mayo. Le pidieron a Osana que firmara un papel para confirmar que entendía los riesgos del procedimiento. El médico comenzó a hablar. Dylan no era un niño sano. Las operaciones tenían sus peligros. Podía quedar con una falla renal permanente. Podía depender de la diálisis para toda su vida. Podía sufrir un derrame en la sala de operaciones. Podía morir. Osana nunca había llorado frente a los médicos hasta ese día.

Osana y Aldo se sentaron en una sala de espera, cerca de las puertas que conducían al quirófano. A Osana le parecía que en el lugar había mucho silencio. No sabía si sentía calor o frío. Le dijo a su esposo que quería orar. Rezaron durante 45 minutos, hasta que la cirugía terminó.

Dylan ya no estaría más en el Hospital Clínico. No podían salvarlo sin ayuda especializada. Al salir de la operación, una ambulancia trasladó al bebé hasta el Hospital de Niños Dr. J.M. de Los Ríos.

Dylan y Osana en el pasillo que conduce al Área covid-19 del Hospital de Niños. Las flechas indican por dónde deben pasar los pacientes infectados y los que están curados. Fotografía de Yadira Pérez | RMTF

El Hospital de Niños 

Osana no conocía el Hospital de Niños. No sabía ni siquiera en qué parte de Caracas quedaba. Había leído sobre el lugar en las redes sociales sin prestar mucha atención a las noticias. Jamás pensó que necesitaría otro hospital que no fuera el Clínico Universitario.

Este es un trabajo de Indira Rojas en el marco del proyecto de Prodavinci y el Centro Pulitzer: COVID-19 llega a un país en crisis: Despachos desde Venezuela

Lee el trabajo completo en Prodavinci




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